España llena

España llena

La España interior nunca ha estado llena. La densidad de población siempre fue baja, antes incluso del éxodo rural. Y ahora continúa perdiendo población. Uno de los motivos importantes es la escasa presencia de mujeres en un medio rural poco atractivo para ellas. La inversión en desarrollo se presenta con una de las llaves para revertir la situación, pero esta solución choca con las políticas maduradas en el seno de las instituciones financieras

España vaciada es un oxímoron. Y España vacía una inexactitud histórica, de las muchas que la prolífica imaginación ibérica ha creado sobre sí misma.

España nunca ha estado muy llena. Sin ir muy atrás, tomando como punto de referencia el momento en el que se inicia el gran éxodo del campo a la ciudad, allá por los años 1960, en esa década en la que se disparó la natalidad y nacieron los que ahora tienen entre 50 y 60 años, vemos que la densidad de la población en España era baja, se compare con quién se compare, incluso con la otra pata de la Península, Portugal.

En diciembre de 1967 la densidad en España era de 65 y en diciembre de 2018 es de 93. En los mismos años la densidad en Portugal era, respectivamente, 96 y 111, en Francia 92 y 122. Las diferencias todavía son más abultadas si miramos al Reino Unido de la Gran Bretaña, que nos sustituyó como gran poder imperial, pues, incluso cuando ya había perdido esa condición, su densidad más que triplica la nuestra: 226 en 1967 y 274 en 2018.

En España, el proceso de despoblación no ha finalizado

Cierto es que la densidad en España ha crecido más en ese período que en ninguno de los demás países considerados, como se aprecia si dividimos el dato de la densidad en 2018 por el de 1967: España 1,43, Francia 1,33, Gran Bretaña 1,21, Portugal 1,16.

Sin duda, la larga onda de crecimiento económico de España en los últimos 50 años está en directa relación con la reducción de la distancia física entre los españoles. Otra cosa bien diferente es la distancia mental, que también parecía haberse reducido, pero que los acontecimientos políticos de los últimos años han venido a desmentir.

En cualquier caso, podemos estar de acuerdo que España, si bien lleva más locos en su nave y a pesar de todos sus naufragios, que no son pocos, ciertamente nunca ha estado a rebosar.

La población ha tendido a concentrarse en núcleos urbanos cada vez más grandes y en las zonas costeras, especialmente en las del Mediterráneo. Nada hay de distintivo en esta concentración, porque es un fenómeno mundial, identificable en todos los continentes.

Siguiendo con los mismos años, en 1967 vivía en ciudades el 36% de población mundial y en 2018 el 55%. Por tanto, que grandes extensiones de territorios rurales estén cada vez menos pobladas, no es especialmente distintivo ni diferente de lo que ocurre en otros países y en otros continentes. Naturalmente, en países con una densidad de población muy alta -Holanda, Alemania- este fenómeno, aunque también tiene lugar, se nota menos.

«A día de hoy nos podemos preguntar si el proceso de despoblación de las zonas de rurales del centro de España ha finalizado, si el proceso es reversible y cuáles son las políticas públicas más adecuadas para afrontarlo»

Cuando las personas se van del campo a la ciudad casi siempre tienen poderosas razones, voluntarias o involuntarias. Los Estados, en cada momento y circunstancia histórica, se han afanado en limitar esas migraciones interiores, fijando a las personas al territorio, o se han dedicado activamente a promoverlas, forzando a las personas a migrar.

Las Almas Muertas de Gogol tienen como trasfondo el intento de los Zares de Todas las Rusias de evitar el movimiento de los siervos, aunque después, ironías de la historia, crearían con quienes migraron a las fronteras del imperio buscando la libertad los temibles ejércitos Cosacos.

En Inglaterra las leyes de cerramientos de las tierras comunales, entre otros objetivos, perseguían expulsar de las aldeas a los menos afortunados, que eran casi todos, y suministrar trabajadores a las nacientes industrias urbanas, bases sobre las cuales construiría Inglaterra su expansión imperial.

En España, el proceso de vaciamiento rural ha sido más gradual, pero no menos irreversible. En su momento se hicieron rigurosos análisis de su importancia para el crecimiento económico de España, transfiriendo tanto trabajadores de la agricultura a la industria como capital.

A día de hoy nos podemos preguntar si el proceso de despoblación de las zonas de rurales del centro de España ha finalizado, si el proceso es reversible y cuáles son las políticas públicas más adecuadas para afrontarlo.

Algunas respuestas a estas preguntas son claras; otras opinables.

El proceso de despoblación no ha finalizado. Miramos a la estructura por sexo y edad de los municipios de España, extraídos del Padrón Municipal del 1 de enero de 2019, y vemos un importante desequilibrio entre sexos en los municipios de menos de 5.000 habitantes: hay muchas menos mujeres en edad fértil que hombres.

A la baja tasa de natalidad en que está sumida España desde hace décadas, se suma en los municipios más rurales de España que no hay mujeres en edad fértil. Por tanto, no habrá niños y los pueblos continuarán despoblándose.

Nos podemos preguntar por qué las mujeres abandonan los municipios pequeños en mayor proporción que los hombres. Sin contar con ninguna respuesta científica sobre este asunto, que no ha sido investigado, podemos conjeturar que será debido a las escasas oportunidades de trabajos convergentes con sus preferencias, que como otros estudios han mostrado, se orientan al sector servicios. La conclusión aparentemente lógica es “creemos servicios en las zonas rurales”. Pero ¿qué clase de servicios?

Todos hemos vivido con estupefacción el enorme derroche de inversiones públicas en aeropuertos sin aviones, trenes sin viajeros y autopistas sin coches.  E incluso otros servicios, como el de Correos, pueden inducir distorsiones insospechadas en la competencia. Este último caso es bien paradigmático, casi de manual: las subvenciones públicas a la parte deficitaria de este servicio, justamente la que da servicio a los lugares con menos densidad de población, son aprovechadas por compañías como Amazon para transferir sus costes al Presupuesto General del Estado.

La asignación mínima de diputados por circunscripción provincial ha generado una distorsión distinta a la perseguida por quienes elaboraron la Constitución y está dando alas a la aparición de representaciones y discursos que tienen un cierto parecido con los cantonalismos. Por muy legítimas que parezcan sus reivindicaciones, hay que tener en cuenta que las externalidades, pasarle a otro los costes, son ubicuas en economía y por tanto conviene pensar al menos dos veces antes de comprar cualquier argumento sobre reivindicaciones de políticas públicas que las generen. Transferir los costes a otros es tan adictivo como el azúcar. De hecho, es una clase de azúcar.

«Dado que las políticas públicas, maldades aparte, implican priorizar, conviene hacer girar la peonza el tiempo suficiente antes de asignar recursos»

La vida en las ciudades no está ni mucho menos exenta de externalidades. Un ejemplo evidente son las muertes causadas por la contaminación, que afecta incluso a aquéllos que no han contribuido a generarla o lo hacen en menor medida.  Así, por ejemplo, dada la baja calidad del aire en el Metro de Madrid, cuanto más uses el metro, y por tanto menos contribuyas a la contaminación generada por quienes usan el vehículo privado, más externalidades estas sufriendo. Por tanto, dado que las políticas públicas, maldades aparte, implican priorizar, conviene hacer girar la peonza el tiempo suficiente antes de asignar recursos.

Sin entrar en la política demográfica, que ha estado ausente de la agenda pública los últimos 40 años, y cuya consideración hoy está enturbiada por el uso impropio de la inmigración como arma política, hay dos respuestas recurrentes cuando se enfoca el reequilibrio en la ocupación del territorio.

La primera es algo similar a lo que en España y en otros muchos lugares se llamaron los “focos de desarrollo”. Esa experiencia que, resumiendo mucho, consistía en localizar grandes industrias, normalmente altamente contaminantes, en lugares poco poblados, no es repetible. Se puede imaginar la creación de nuevos focos de desarrollo, pero de otro tipo: inversión pública directa en infraestructuras científico-técnicas, que creen capital humano y generen la red necesaria para atraer inversiones.

Este enfoque, que está detrás del gran despliegue industrial en Asia, es más fácil de enunciar que de implementar. Ya Alfonso XIII, amante de la velocidad, el único placer inventado en el Siglo XX, forzó la instalación de una factoría de la Hispano-Suiza en Cuenca, donde la ausencia de personal cualificado y de industria auxiliar auguraba lo peor. La historia es conocida. Hoy ya no podemos conducir esos prodigios de la ingeniería, durante muchos años los mejores de su clase, ni volar en los cazas que montaban sus motores. Solo admirar la perfección de su construcción.

La segunda respuesta, más inclusiva, es convertir a los núcleos rurales en agentes de conservación de la biodiversidad y campeones contra el cambio climático, externalidad precisamente generada en su mayor parte desde las ciudades. La contribución de la agricultura a la generación de gases de efecto invernadero, aunque puede y debe reducirse, es comparativamente menor.

Este enfoque, que se vislumbra en la nueva Política Agraria Común, requiere un conjunto de actividades, entre las cuales no puede ocupar un lugar menor la formación profesional de quienes opten por permanecer en los núcleos rurales, la conectividad y una expansión del sistema de ciencia y tecnología vinculado a estos objetivos.

Todo ello puede crear empleos atractivos para las mujeres, que lenta pero inexorablemente, están superando en cualificación al otro sexo y contribuir a que opten por ubicarse en esa España vacía.

Hasta hoy esto no ha funcionado correctamente en ninguna parte. Seguramente muchos recordarán una de las campañas más interesantes de la historia de la publicidad, la que lanzó a finales del siglo pasado la marca de relojes suiza Patek Philipe, cuyo slogan rezaba así: “Empieza tu propia tradición. Realmente no eres el propietario de un Patek Philipe; solamente lo cuidas para transmitirlo a la próxima generación”.

«Mientras no se revisen las evidencias que la Nueva Teoría Monetaria ha generado y se adopten políticas expansivas que soporten una nueva ola de desarrollo industrial, seguiremos en el mundo de las sombras»

Este recuerdo trae a mi memoria la pérdida de castaños por ataques de parásitos en el Bierzo. Y es que un castaño es como un Patek Philipe: no eres su verdadero propietario, tu obligación es transmitirlo a la siguiente generación. Así solía ser; ya no, simplemente porque no te sobrevive.

Esta alternativa, aparte de imaginación y unas capacidades de gestión que en gran medida desbordan a los mini-estados autonómicos, requiere euros, y no en pequeñas cantidades precisamente. Y va a chocar. Está chocando, de hecho, con las presiones para reducir el presupuesto comunitario y con la malsana adherencia de los prebostes del Banco Central Europeo a una idea peligrosa, la austeridad.

Mientras en esta institución no se revisen las evidencias que la Nueva Teoría Monetaria ha generado y se adopten políticas expansivas que soporten una nueva ola de desarrollo industrial justamente centrada en promover la innovación y la inversión tendente a reducir la huella ecológica y proteger la biodiversidad, no solo sin reducir el bienestar sino aumentándolo, seguiremos en el mundo de las sombras.

Las contradicciones son tan antiguas como la especie. Ya el culto a Cibeles, la diosa de lo que crece solo, era sostenido por sacerdotes emasculados, y en sus fiestas se bautizaba con sangre. Algo deberíamos haber aprendido desde entonces.



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