Aclamada en el festival de Venecia y en Sundance, Aquarela prosigue su periplo por salas de cine minoritario en todo el mundo. Esta semana dejó boquiabiertos a los espectadores que pudieron contemplar sus sobrecogedoras imágenes en la cineteca del centro Matadero de Madrid.
El documental, obra del director Victor Kossakovsky, es un canto al agua, a su belleza, a su fuerza destructiva, a su energía creadora. Un paseo por los mayores monumentos naturales del planeta donde el líquido elemento es el protagonista. Desde el siberiano lago Baikal, pasando por las cataratas de Salto del Ángel en Venezuela, hasta un Miami devastado por el huracán Irma. “Es una llamada de alerta visceral sobre un hecho incuestionable: los seres humanos no somos rival para la extraordinaria fuerza y la voluntad caprichosa del elemento más preciado de la Tierra”, declara su director.
Kossakovsky ha rodado a 96 frames por segundo para recrear las propiedades únicas del agua de una manera inmersiva. Sin narrador, solo la voz del agua es la protagonista. Y la música. Los responsables de la película buscaron entre composiciones de música clásica, pero se dieron cuenta de que el heavy era el sonido que mejor acompañaba las salvajes imágenes que habían grabado. Así, el envolvente fluir del agua se alterna con descargas de metal clásico a cargo de Eicca Toppinen, del grupo Apocalyptica.
Por su ambición y el tratamiento de la imagen y el sonido, la capacidad de sobrecoger y mostrar el agua y la naturaleza como nunca antes se había visto, Aquarela ya ha sido comparada con uno de los documentales más influyentes de la historia, Koyaanisqatsi (Godfrey Reggio, 1982).
La pena es que casi no hay salas de cine que la proyecten y menos que puedan mostrar sus impresionantes 96 frames por segundo. Con mucha suerte, puede verse a 48 fps (la velocidad a la que se rodó El Hobbit de Peter Jackson). Pero su director promete que cuando las salas se adapten al nuevo formato, Aquarela será la primera que se muestre al público general. Ya esperamos impacientes.