A lo largo de la historia hay figuras que han destacado en varias disciplinas, fruto de su curiosidad y su genio para aunar conocimientos y ver o inventar horizontes ajenos al resto. Ese fue el caso de Richard Buckminster Fuller (1895, Milton, Massachusetts, Estados Unidos- 1983, Los Ángeles, California, Estados Unidos), a quien muchos consideran el Leonardo Da Vinci del siglo XX.
Una figura poliédrica que se adentró hace casi un siglo en las grandes preocupaciones de la sociedad del siglo XXI: la sostenibilidad, la preocupación medioambiental, la movilidad, la vivienda, la educación, la gestión de recursos del planeta Tierra o el diseño, entre otras.
Ahora el Espacio Fundación Teléfonica presenta hasta el 14 de marzo la exposición Curiosidad radical. En la órbita de Buckminster Fuller, comisariada por Rosa Pera y José Luis de Vicente. En ella se han reunido alrededor de 200 piezas procedentes de 14 prestadores internacionales, que sintetizan la capacidad visionaria de Fuller, su fuerza como innovador para desarrollar un conjunto de proyectos e ideas con el objetivo de “hacer que el mundo funcione para el 100% de la humanidad, en el menor tiempo posible, a través de la cooperación espontánea, sin ofensas ecológicas o la desventaja de nadie”. Junto a sus propuestas, se presentan otras de artistas de su tiempo o más actuales que han aplicado sus ideas en arquitectura, ingeniería, arte, diseño o educación.
«Buckminster Fuller es un genio poliédrico que se adentró hace casi un siglo en las grandes preocupaciones de la sociedad del siglo XXI»


Al igual que Leonardo Da Vinci, que dejó numerosos cuadernos de trabajo para generaciones futuras, Buckminster Fuller dejó un corpus documental personal (cartas enviadas y recibidas, dibujos, planos, recortes de periódicos e incluso billetes de avión, etcétera), preservado en la Universidad de Stanford desde 1999.
Todo ello refleja parte de la transformación del mundo desde 1917 a 1983, desde que comenzara a trabajar en el gran proyecto de su larga existencia: Dymaxion Chonofile. Su rigor y facilidad para compartir con millones de seres humanos su experiencia y preocupación por la educación hicieron de él un ser muy especial.
El recorrido se estructura en varios ámbitos y comienza con una de sus máximas: Haz de tu vida un experimento, porque Bucky, después de una tragedia como la muerte de su hija, construyó la imagen de un emprendedor visionario para transmitir la idea de que todos podemos hacer cosas excepcionales y qué puede hacer cada uno, aunque no tenga un talento especial para mejorar la vida de sus congéneres.


Fuller era un defensor de la tecnología para mejorar la vida de las personas. Siempre tuvo una gran conciencia ambiental y por eso en su obra Design revolution se recoge su reflexión: «tenemos que cambiar el modo de situarnos en el universo». Para ello tuvo en cuenta aspectos tan importantes como la construcción de viviendas ligeras, la economía circular, la arquitectura basada en la eficiencia energética o la movilidad. El octaedro representa toda una serie de invenciones realizadas por Fuller, que creó la marca Dimaxion, conglomerado deDynamic y Maximun Tension, que plasma lo esencial de su filosofía: hacer lo máximo con lo mínimo.
«El autor proponía que el mundo funcionara para el 100% de la humanidad, en el menor tiempo posible, a través de la cooperación espontánea, sin ofensas ecológicas o la desventaja de nadie”
Y eso lo aplicó en movilidad con el Dymaxion Car (1933-1935), un automóvil aerodinámico de tres ruedas y seis metros de largo con capacidad para 11 personas con posibilidad de alcanzar los 140 kilómetros por hora como puede verse en varios bocetos. Y además se completa esta sección con propuestas de artistas contemporáneos como Joris Larman con Bone Arm Chair; Thomas Libertiny en The Gate, un esqueleto en 3D sobre el que 60.000 abejas construyen una puerta; y un vídeo de Neri Oxman, Silk Pavillion, que recrea una obra construida por gusanos de seda para generar un capullo en 3D.


En Refugio encontramos cómo Fuller reimaginó el hogar, a través de una serie de diseños y maquetas que muestran construcciones residenciales, equipamientos urbanos, torres transportables o colonias, y ciudades pioneras o futuristas en alta mar. Muchas de ellas basadas en su principio de tensegridad o tensegrity, un término acuñado por él y que suma las palabras inglesas tensional e integrity.
Son estructuras autosustentadas por tensión y compresión de sus partes como su Dymaxion Dwelling Machine-Wichita House (1945), una vivienda circular de aluminio de algo de más de 100 metros cuadrados con cinco metros de altura y un coste similar a un coche de esa época, cerca de 6.500 dólares, y además sostenible. Junto a esos desarrollos prácticos podemos encontrar otras propuestas de arquitectura más especulativa como las ciudades hidroespaciales de Gyula Kosice, la Ciudad Iceberg de José Miguel de Prada Poole. También muestra la exposición su fecunda amistad con Norman Foster que hizo que colaboraran en varios proyectos como el famoso Climatroffice hace 45 años.


El concepto de sostenibilidad del mundo ocupó y preocupó a Fuller. Para él había dos conceptos claves de cómo funcionan las fuerzas en el universo: la sinergética y la tensegridad. La primera sería el estudio del comportamiento de sistemas complejos que no pueden predecirse si se mira a sus partes por separado y la tensegridad, mencionada en el párrafo anterior. En esta parte hay varias maquetas ubicadas en una gran vitrina central que reúnen los principios físicos, matemáticos y estructurales, así como fotografías de la exhibición de tres esculturas: Octet Truss, Tensegrity Mast y Geodesic, que se dispusieron en el jardín de esculturas del MoMA en 1959.
«A Buckminster Fuller le preocupaba hace un siglo la sostenibilidad, la preocupación ambiental, la movilidad, la vivienda, la educación o la gestión de recursos»
Durante su larga vida, Buckminster Fuller mantuvo relación e incluso amistad con creadores como Merce Cunningham, Elaine y Willem de Kooning, John Cage, Joseph y Anni Albers, además de Noguchi, ya que se influyeron mutuamente. En la muestra del Espacio Fundación Telefónica hay dos esculturas: E=MC2 y Bucky, así como una maqueta original concebida por Noguchi como homenaje a Martha Graham y a su amigo Bucky, cuya geometría usó para una cúpula.


Y eso conecta con Experimentación, quizá uno de los métodos más practicados por Fuller. Una vía de conocimiento que debía guiar todos los procesos del individuo y de la sociedad, algo que él desarrolló en talleres para la transmisión de conocimientos con alumnos y colegas en las áreas de la arquitectura, la física, el arte y la ingeniería.
En el Black Mountain College, a finales de los años 40, experimentó sobre el concepto de la cúpula geodésica, tal vez uno de los inventos más logrados de su carrera; y entre 1959 y 1968 en el departamento de Diseño de la Universidad de Illinois en Carbondale, puso en marcha El Juego del Mundo. En los vídeos explicativos de esta sala vemos cómo Fuller colaboró con el artista y matemático islandés Thorsteinn, que a su vez unos años después trabajó con Olafur Eliasson, del que se exhibe el cubo Fivefold, una escultura de madera compuesta por cinco cubos que rotan alrededor de un eje común.


Las cúpulas geodésicas diseñadas por Fuller son las que le dieron más notoriedad. Quizá la más famosa, tras sus intentos a finales de los años 40, fue la Biosfera de Montreal creada para la Expo de 1967. Fue un símbolo de la cultura hippie por su afinidad con la ecología, la sostenibilidad y porque proyectaba la idea de futuro. Y cómo llegó ahí se ilustra con maquetas y piezas audiovisuales de edificios proyectados por Fuller: el Ford Visitor Center (1953), la Union Tank Car Company en Baton Rouge (1958), que después daría como consecuencia que las geodésicas fueran adoptadas por la contracultura de California como una nueva forma de vivir.
Se cree que cuando Fuller murió en 1983 se habían construido entre 100.000 y 200.000 geodésicas en todo el mundo. Una de ellas se empleó en el experimento Biosfera 2 puesto en marcha en Arizona en 1992 y del que recientemente se publicaba en nuestro diario un amplio reportaje.
«Fuller creó la marca Dimaxion, conglomerado de Dynamic y Maximun Tension, que plasma lo esencial de su filosofía: hacer lo máximo con lo mínimo»


Pensaba Fuller que si se gestionaran mejor los múltiples datos y fueran comprendidos por la mente humana hubiera sido más sencillo dar soluciones para todos. Ya en 1930 se planteaba crear grandes archivos de datos para poder analizarlos y eso permitiría tomar mejores decisiones: preludio del Big Data y la visualización de datos tan importante en el siglo XXI.
Es curioso contemplar en esta sección las cartografías e infografías sobre recursos energéticos globales e infraestructuras estratégicas, así como los ciclos de actividad de la sociedad que publicó en Fortune. Además puso en marcha Dymaxion Map, una representación alternativa que pretendía resolver la proyección que hizo el geógrafo Mercator, que colocaba a Occidente en el centro del mundo y relegaba a Latinoamérica y África; así como el Geoscope, una gran esfera luminosa virtual que concibió sobre la sede de la ONU en Nueva York.
Por último, la exposición destaca importancia que Richard Buckminster Fuller concedía a la educación. Rechazaba los métodos tradicionales de aprendizaje y pretendía apoyarse en dispositivos tecnológicos que favorecieran la concentración y la comunicación para facilitar la transmisión de conocimientos. Por ejemplo, construyó cubículos individuales para que cada niño o joven pudiera acceder a material audiovisual producido por especialistas de diferentes áreas del conocimiento, algo que como comprobó en su labor docente en la universidad fomentaba el pensamiento crítico y el aprendizaje multidisciplinar.


Fuller fue uno de los primeros inspiradores de movimientos que ahora forman parte del día a día, como se puede ver en la serie Todo lo que sé, grabada en 1975, que podría considerarse una especie de testamento vital para las nuevas generaciones.
Nuevamente se incluyen aportaciones de creadores coetáneos de Fuller como Cedric Price, que quiso reconvertir hace 55 años una fábrica de cerámicas inglesa obsoleta en un hub de investigadores; y otra más actual como la del Colegio Reggio Explora de Madrid, escuela diseñada por Andrés Jaque en 2019, centrada en una de las premisas fundamentales de Fuller, que los entornos arquitectónicos puedan provocar en los niños un deseo de exploración e investigación que esté ligada a la naturaleza.
