Agujeros en el museo, para que entre el aire y la luz

Agujeros en el museo, para que entre el aire y la luz

Agujeros en el museo, para que entre el aire y la luz

Alejandra Riera ha conseguido ‘vivificar’ el jardín del viejo edificio Sabatini, de Madrid, en una acción colectiva de varios años, junto a trabajadores del museo Reina Sofía y vecinos. Su exposición ‘Jardín de las mixturas. Tentativas de hacer lugar’ retoma una iniciativa que empezó hace casi una década, con un hueco en una de las paredes del sótano de lo que fuera el viejo hospital del actual Museo Reina Sofía


Analía Iglesias
Madrid | 24 junio, 2022

Tiempo de lectura: 5 min



“Ninguna pregunta tiene más importancia que otra. Esa forma ha sido esencial para nosotros”, afirma Alejandra Riera (Buenos Aires, 1965), en la presentación de su exposición Jardín de las mixturas. Tentativas de hacer lugar, 1995-… en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid. La artista que vive y trabaja, desde hace décadas, en París, vuelve al museo de arte contemporáneo más importante de España después de que, nueve años atrás, instase a abrir allí un agujero en uno de los muros de sus bóvedas subterráneas, para permitir, desde entonces, el paso del aire y la luz.

Aquella acción poético-conceptual de 2013 continúa hoy, pues, abriendo otros espacios del museo como es el jardín del edificio Sabatini, para el que ha propuesto senderos y pasos entre los árboles y las plantas, eliminando las vallas de uno de esos rectángulos antes sin entradas (en los que suelen reinar los carteles de “no pisar”). Ahora el patio se pisa y se recorre en cualquier dirección. Llegar hasta aquí no ha sido una tarea solitaria, sino una “tentativa” colectiva que Riera ha venido llevando a cabo, desde 2017, para comprobar que son posibles otras formas de convivencia entre humanos y no-humanos.

Una imagen de la intervención llevada a cabo durante varios años por la artista Alejandra Riera en el jardín interior del edificio del Museo Nacional Reina Sofía.
Una imagen de la intervención llevada a cabo durante varios años por la artista Alejandra Riera en el jardín interior del edificio del Museo Nacional Reina Sofía.

“’Hay que recuperar el espacio público como espacio de circulación, para poder pasar de un jardín que era como una imagen fija a un jardín del que ser responsables’, afirma Alejandra Riera»

El resultado es una renaturalización del patio del viejo hospital, donde los olivos languidecían por falta de luz natural y exceso de luz artificial. En sus propias palabras: “La idea del jardín era vivificar. Sacamos las vallas y la electricidad: quitar los cables fue un primer gesto importantísimo, porque las luces objetivizan a los árboles si están encendidas toda la noche”, además de los “problemas que acarrea la contaminación lumínica”, como la invisibilización de las luciérnagas.

Según Riera, “hay que hacerlo muchísimo más”; esto es, “recuperar el espacio público como espacio de circulación”, para poder “atravesar” jardines. “Debemos tener caminitos para hacer cuidado, para pasar de un jardín que era como una imagen fija a un jardín del que ser responsables” y, en este caso, “hemos ido aprendiendo con la gente”, tanto jardineros como personal de conservación o de administración del museo, así como vecinos y quien quisiera sumarse en estos años de museo situado (en alusión a los conceptos de Donna Haraway de que los museos permeen lo que sucede a su alrededor, o “agujerear el museo”, como le han llamado otros teóricos).

En todo caso, las “tentativas de hacer lugar” evocan ensayos por romper con el individualismo y la segregación (de raza y género, pero también, de roles), porque la idea que Riera pretende transmitir a lo largo de toda la muestra –que abarca, además, varias salas de la tercera planta y las bóvedas– es la de abolir las jerarquías, también en el territorio artístico.

Un momento del trabajo llevado a cabo para adaptar los jardines del Museo Nacional Reina Sofía a la propuesta artística de Alejandra Riera.
Un momento del trabajo llevado a cabo para adaptar los jardines del Museo Nacional Reina Sofía a la propuesta artística de Alejandra Riera.

Pedazos de otros relatos

El recorrido por el Jardín de las mixturas podría comenzar, sin embargo, por la tercera planta del edificio Sabatini, en otras entradas a ese texto visual que constituyen las Poéticas de lo inacabado o las Observaciones sobre los colores, salas en las que Riera recoge sus colecciones con cofres que contienen pedazos de cosas, objetos cotidianos, metrajes de películas.

Allí figuran registros de las performances de la artista –que participó en dos ediciones de la Dokumenta de Kassel–, como su trabajo con los habitantes de la periferia de la ciudad francesa de Valence, un filme senegalés o su interlocución con la obra de otras personas a las que ella admira, como Ceija Stojka (y sus experiencias en un campo de concentración) o con la artista exiliada española Remedios Varo, a quien alude Riera por aquel puente a ninguna parte que Varo vio en una pesadilla; también la que nos acerca al niño kurdo que dibuja su paisaje, el interior y el exterior, antes y después de un bombardeo que lo trastoca irremediablemente, como lo hacen todas las guerras.

“¿Cómo crear lugar?”, se interroga la artista. O, más específicamente, “¿por qué un trabajo (al que yo llamo tentativa) es como un lugar?”. Ella busca esos “lugares de estudio de la gente que no tiene un lugar propio y tiene que llevar a cuestas lo que está haciendo de un sitio a otro”.

Una imagen de la muestra de Alejandra Riera en el Museo Nacional Reina Sofía.
Una imagen de la muestra de Alejandra Riera en el Museo Nacional Reina Sofía.

Tejer con vegetales en lugar de máquinas

La cuestión sigue siendo “lo interrogativo y la duda”. De eso van estas observaciones sobre los colores, que “tienen que ver con los aforismos de Ludwig Wittgenstein, separados por espacios de respiración, porque una frase necesita un silencio para entrar en la actividad del pensamiento”. Quizá sea porque, como el filósofo dio a entender, “los colores no están a nuestra disposición” y son, más bien “propiedades huidizas, que se nos escapan”, tanto como los vegetales, con los que Riera confiesa haber empezado a “tejer”, porque “aunque no pueden perdurar, permiten hacer una pausa”.

En este sentido, cuelga en una de las paredes del museo Reina Sofía la fotografía de un árbol que llamó especialmente su atención, porque está en parque público, derribado por una tormenta y nadie lo irguió ni lo quitó y, entonces, “sus ramas buscan la luz desde la posición horizontal”. En cualquier situación, “se debe estar siempre preparado para aprender algo totalmente nuevo”, citando nuevamente a Wittgenstein, quien también fuera jardinero en varias etapas de su vida. Por ejemplo, aquí es la artista misma la que explora en interrogantes desusados como: “¿pPor qué decimos que una persona ciega no ve”.

Parte de la exposición de Alejandra Riera en el Museo Nacional Reina Sofía.
Parte de la exposición de Alejandra Riera en el Museo Nacional Reina Sofía.

Otra de las voces de esa inteligencia ecuánime, sin jerarquías, que la artista menciona es la de Jacques Rancière. Porque lo no humano también puede surgir desde dentro de lo humano: “Tras la voz, vienen las imágenes, que traen lo que está fuera de campo”. Su objetivo, pues, es convocar “la imagen del pensamiento colectivo del lugar en el que vivimos, que no trae solamente el barrio del presente sino miles de lugares”.

Por fin, Alejandra Riera reconoce haber dejado de trabajar con máquinas, en favor de otras herramientas, con las que se pueden establecer diálogos nuevos, como lo ilustra con “una foto en la que se ve a un niño que levanta una escoba en la frontera entre Argentina y Bolivia”. Porque las fronteras, junto a la distancia que “nos hace falta para considerar a los otros con dignidad” o la guerra atraviesan, en ambas direcciones, los senderos de esta exposición, que estará abierta al público hasta el 5 de septiembre de 2022.



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