Ahora que vivimos en tiempos de incertidumbre y de urgencia por la crisis del coronavirus en casi todos los países, vuelvo la vista atrás al mundo que nos dejó Giovanni Antonio Canal, más conocido como Canaletto, pintor italiano nacido en Venecia en 1697 y que durante más de cinco décadas fue uno de los grandes vedutistas del siglo XVIII, junto a Guardi y Bernardo Bellotto, sobrino de Canaletto.
Antonio Canal fue heredero de Luca Carlevarijs y de Marco Ricci y, en cierto modo, de su padre, Bernardo Canal, decorador de amplias escenografías teatrales.
No conviene olvidar que su ciudad natal ha sufrido algunas de las peores pestes en los siglos XIV, XV, XVI y XVII, que incluso llevaron a que se diseñaran algunas máscaras de Carnaval para prevenir la peste y aumentar la distancia entre unos ciudadanos y otros. Este año la pandemia ha obligado a suspender el Carnaval veneciano por primera vez desde que comenzara en el siglo XIV. Sin los miles de turistas habituales, hoy el agua de sus canales está más limpia y pueden verse peces en esa corriente transparente donde se reflejan sus palacios.


El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presentó recientemente la restauración de La Plaza de San Marcos en Venecia, cuadro pintado por Canaletto entre 1723-1724, y uno de los siete canalettos que posee entre su colección y la de Carmen Thyssen. En todos ellos queda patente cómo el arte siempre es de gran ayuda para el espíritu humano en momentos de necesidad y nos deja una estela de belleza que ha surcado el paso del tiempo desde hace más de tres siglos desde que fueron concebidos. En sus composiciones la Serenissima alarga su sueño multicolor.
Durante los años 20 del siglo XVIII Canaletto tuvo numerosos encargos de Stefano Conti y del príncipe de Liechtenstein. Su amistad con el cónsul británico Joseph Smith, que se convirtió no solo en cliente de su arte sino también en promotor de su talento en Gran Bretaña, le llevó a trabajar en ese país, en diferentes intervalos, entre 1746 y 1756, por lo que sus pinturas están presentes en numerosos museos y colecciones del Reino Unido, con esa serie de vistas de Londres, de la campiña inglesa y también de Venecia. Muchos coleccionistas de varios países europeos se sintieron atraídos por sus pinturas, dibujos y grabados, aunque los ingleses fueron los que más valoraron y adquirieron sus obras.


La sala 17 del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza – cerrado temporalmente por la crisis del Covid-19- vuelve a albergar La Plaza de San Marcos en Venecia, tras su restauración que ha sido posible por una campaña de micromecenazgo puesta en marcha hace casi dos años y que recaudó los 35.000 euros necesarios para acometerla. Se desarrolló con un enfoque original: dividir la tela en 1.000 secciones, a modo de puzzle, con un precio simbólico de 35 euros (aportación mínima), para que cada uno pudiera ser partícipe de tener un ‘trocito de ese canaletto’, una obra de juventud, pero en la que encontramos algunas de las señas de identidad del pintor veneciano que ahora podremos admirar en toda su plenitud.


El equipo de restauración del Museo Thyssen, tras un minucioso estudio técnico de la pintura que se encontraba deteriorada por el paso del tiempo y las intervenciones anteriores sobre el soporte pictórico, comenzó a retirar los barnices y repintes degradados y luego a reintegrar algunas pérdidas de pintura. Las capas de barniz oxidado y los repintes habían oscurecido la pintura y los colores originales bajo un velo amarillento.
Como en todo proceso de restauración riguroso se han ido evaluando los riesgos que toda conservación conlleva para asegurar todas las garantías y devolver el esplendor de esa gran composición de Canaletto. Según los técnicos y estudiosos del cuadro, se ha recuperado la luz de la mañana y esa gama de matices que el maestro veneciano confería a sus pinturas, desde las figuras diminutas, aisladas o en grupos, los elementos y ornamentos arquitectónicos de los edificios de la plaza, con la basílica de San Marcos al fondo, hasta los puestos del mercado con sus objetos diversos.


Las macrofotografías y reflectografías permiten ver cómo era el proceso compositivo de Canaletto, su grado de minuciosidad gracias a una pincelada precisa y rápida en una superficie como el lino, tipo tafetán, en la que daba una primera capa o imprimación de tonos rojizos-anaranjados, elaborados a partir de una mezcla de pigmentos terrosos con aceite secante.
En muchas de sus vistas de la Serenissima aplicaba grandes manchas de color como fondo de áreas definidas dentro del cuadro: un fondo gris para el cielo, un tono pardo amarillento para los espacios más iluminados de la plaza y edificios y un fondo pardo negruzco para las arquitecturas más sombrías. Además de utilizar pigmentos de calidad, Canaletto siempre demostró un dominio del dibujo tanto para asegurar la perspectiva como para reforzar los volúmenes de la composición final.


El análisis radiográfico ha aportado algunos hallazgos: el uso del compás para situar los cuatro arcos decorativos del cuerpo superior del campanile, apreciándose en el centro de cada uno de ellos el correspondiente agujero y el trazado inciso de cada curvatura; la ocultación de parte de la ropa tendida entre los arcos de la fachada del palacio de las Procuradorías; la iluminación general de la fachada; y en general su gran virtuosidad técnica cuando sólo tenía 26 o 27 años.
Canaletto, desde esa década de los 20 del siglo XVIII hasta su muerte en 1768, demostró ser un gran cartógrafo de la ciudad de los canales, en obras como El Gran Canal desde San Vio, en Il Bucintoro o en La Escuela de San Marco, con las aguas del Gran Canal y los reflejos sutiles de los edificios en las mismas; su facilidad para plasmar composiciones arquitectónicas de gran belleza, al captar los mínimos detalles en esa escenografía urbana, siempre con un original uso de la perspectiva.


El vedutista veneciano unía diferentes puntos de vista porque dividía el cuadro por la mitad en vertical y sobre un eje horizontal hasta establecer dos puntos de fuga simétricos, a la misma distancia compositiva de la obra, lo que hace suponer que usaba una cámara oscura que trasladaba al lienzo los diferentes elementos arquitectónicos para conferirle ese aire de escenario teatral, muy probablemente heredado de los trabajos de su padre.
Una novedad que ha incorporado el Museo Thyssen-Bornemisza en la sala 17, donde cuelga la obra, es la instalación de una mesa interactiva, que contiene imágenes y textos explicativos de esta obra de Canaletto. Su desarrollo permite observar detalles del antes y el después de la restauración, del modo en cómo trabajaba el artista, comprender mejor su época y el contexto histórico y artístico, así como la técnica pictórica y los materiales que solía utilizar Canaletto en el primer tercio del siglo XVIII.

