Antón García Abril, cuando la música es tierra

Cuando la música es tierra

Cuando la música es tierra

‘El hombre y la tierra’, la serie más icónica de Félix Rodríguez de la Fuente, contaba con una sintonía de excepcional calidad que aún resuena en el oído de millones de espectadores. Una composición de Antón García Abril, con bases rítmicas africanas que despiertan un atávico sentido tribal: la llamada de lo salvaje


Pablo Sanz
Madrid | 13 marzo, 2020

Tiempo de lectura: 3 min



La música es el reflejo de los pueblos y hasta ayer, como quien dice, el eco de la tierra. Uno piensa, al igual que el gran Randy Weston, que la música nació en el África milenaria y de todos es sabido que su primer objetivo fue cantar a la lluvia, a la fertilidad, a los acontecimientos sociales… a la vida en definitiva.

Aunque no lo parezca, hoy apenas nada ha cambiado y las bandas sonoras que rodean nuestra existencia siguen doliendo o celebrando, con otros contenidos y contextos, pero con el mismo aliento y la misma actitud. La distancia de nuestro caminar con respecto a la tierra, su flora y fauna, resulta evidente, pero hoy más que nunca, como decía aquel viejo profesor, “habría que volver a los pueblos”, porque allí los aromas y los colores se reciben con toda su naturalidad y todo su esplendor.

Mediada la década de los años 70, esa ventana catódica que nos enseñaba el mundo, TVE, tuvo a bien mostrarnos mayoritariamente todos esos aromas y colores, llevándonos al salón de nuestras casas los rostros y el sonido de la naturaleza más cercana.

El hombre y la tierra, bajo dirección del visionario y añorado Félix Rodríguez de la Fuente, fue una serie icónica cuyo valor nadie ha sido capaz aún hoy de equiparar, porque cada uno de sus capítulos no hacían sino mostrarnos la vida desnuda, con todas sus esencias.

¿Crees que los programas de Félix Rodríguez de la Fuente se emitirían en las televisiones de hoy en día?

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Y lo hacía ya desde la propia sintonía, obra del compositor Antón García Abril, que ubicaba al espectador ante las historias e imágenes que luego el naturalista burgalés se encargaba de desarrollar. Pocas veces una música ha llegado a inspirar tanto y en el caso de la de la famosa serie televisiva de manera tan definitiva. Los primeros compases, seguidos de esos desarrollos rítmicos de herencia africana y tribal, situaban ya desde el inicio al espectador entre jaras y riachuelos, aullidos de lobos y berreas de ciervos, aleteos de buitres y brazadas de nutrias… La vida en el planeta tierra.

Se dice que García Abril se inspiró en la pieza instrumental Waltz for Lumumba, publicada por The Spencer Davis Group en 1967 como cara B del single I’m a Man, en la compañía Festival Records.

 

Sea como fuere, el maestro compositor tuvo claro que el predominio de las percusiones se imponía para representar el latido de la tierra y su animalario, algo que a todas luces acabó siendo todo un acierto, por los recuerdos e imágenes que agita.

«La serie, más allá de sus contenidos, lo que ofrecía era un fogonazo de emociones descarnadas, al natural»

En este sentido, música y serie van inequívocamente asociados, no se entendería la una sin la otra como no se entendería el producto final sin la partícularísima voz del propio Rodríguez de la Fuente. Aquí, aquella máxima de Buñuel que sostenía que la mejor banda sonora era la que no se notaba… evidentemente no tiene razón ni sentido.

El compositor Antón García Abril, autor de la sintonía del programa ‘El hombre y la tierra’

García Abril, cuya extensa obra incluye óperas, cantatas o piezas para orquesta, fue injustamente denostado por su incursión en la composición cinematográfica (La colmena, El crimen de Cuenca, Los santos inocentes)  y televisiva (Los camioneros, Sor Citroën, Fortunata y Jacinta, Anillos de oro, Segunda enseñanza, Brigada Central…), algo muy de este país, que sin reflexión alguna se siente autorizado para señalar todo aquello que sea respaldado por grandes audiencias.

El caso de El hombre y la tierra es un claro ejemplo, pues siendo eco de la memoria más amplia y permanente para varias generaciones, nadie discute su valor cultural y… emocional. Porque al final, la serie, más allá de sus contenidos, lo que ofrecía era un fogonazo de emociones descarnadas, al natural, y por eso en ellas nos reconocíamos todos, porque nos conectaban orgánicamente con la tierra. Y nos devolvían a nuestra primera esencia, la de respirar y compartir este planeta con todo aquello que nos rodea, algo que dolorosamente hemos olvidado.

La música es tierra y pocos como Antón García Abril supieron traducirlo a una partitura. Y, como se ha dicho, la simbiosis entre sintonía y serie de televisión entra ya en el terreno de la antropología. O de los felices misterios de la vida.


Pablo Sanz es periodista especializado en jazz y crítico musical del diario El Mundo y la revista Scherzo.

 



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