La historia del Nacimiento de Jesús ha sido una constante fuente de inspiración para numerosos pintores y escultores desde hace cientos de años. Muchos museos europeos y norteamericanos atesoran obras maestras que así lo atestiguan, reflejando los siete momentos claves del ciclo de la Navidad: La Anunciación, La Adoración de los pastores, la Adoración de los Reyes Magos, la Visitación, la Huida a Egipto, el nacimiento de Cristo y la presentación en el Templo.
Pocos museos como el Prado disponen de una colección tan completa y variada al estar representadas las principales escuelas pictóricas de Occidente: la flamenca, la española, la italiana y la alemana, con bellas obras que abarcan desde el siglo XV hasta fines del siglo XVIII.
De entre todas ellas he querido fijar la mirada en nueve de ellas porque proyectan una imagen que traslada la importancia que tiene en el relato cristiano la salvación de la humanidad por el nacimiento de Jesús, incluso reflejando la espiritualidad que en esos siglos imperaba.
Artistas del talento de El Greco, Velázquez o Murillo en la escuela española; de Fra Angelico y Tiziano en la italiana; o de Dirk Bouts, Robert Campin, Gerard David, Rubens y el Bosco en la flamenca; o incluso Hans Memling de la alemana, entre otros, conforman un panel de los diferentes modos de abordar la iconografía del ciclo navideño.


Una de las escuelas en la que más se cultivó esta iconografía quizá fuera la flamenca durante los siglos XV, XVI y XVII, y muy en concreto La Adoración de los Magos de Rubens y de otros pintores, tema muy recurrente en la ciudad de Amberes a finales del siglo XVI y principios del XVII, puerto al que llegaban objetos y productos de todo el mundo, lo que produjo una gran desarrollo comercial. En esa época el nombre de los Magos como Baltasar, Melchor y Gaspar era algo bastante común en esa ciudad flamenca.
Como sugiere Alejandro Vergara, fefe del Área de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo del Prado, las diferencias entre las diferentes escuelas podrían explicarse tanto por la cronología como por la geografía que cada uno de esos maestros habitaba. “La Anunciación y La Adoración de los Magos del siglo XV eran muy diferentes de cómo luego fueron durante los siglos XVI y XVII, tanto en las mismas como en las diferentes escuelas pictóricas. En las del Norte se buscaba el realismo, la atención al detalle frente a la idealización italiana», afirma el experto de la pinacoteca nacional.


El gusto por el detalle de los pintores flamencos
De Robert Campin (1375/1379-1444), maestro de Rogier van der Weyden, es La Anunciación, un óleo fechado entre 1420-1425, en el que vemos cómo el personaje principal está situado en el atrio de un templo gótico (la Nueva Ley) y al fondo sitúa una torre románica (la Antigua Ley). Además Campin distribuyó una serie de esculturas en el exterior del templo con personajes tan reconocibles como David, Moisés y en la vidriera representó el sacrificio de Isaac. En toda la escena como afirma Alejandro Vergara late esa ambición de realidad, a través de los detalles, lo que nos lleva a percibirlo como una representación muy real.


Unos 20 años más tarde un artista como Dirk Bouts (1415-1475) pintó el Tríptico de la Virgen, datado en 1445, que en realidad son cuatro escenas: La Anunciación, La Visitación, La Adoración de los ángeles y la Adoración de los Magos.
Como en muchas de sus composiciones dejó poco espacio en la tabla al paisaje pero le dedicó mucho quehacer pictórico, pues no en vano fue el precedente del paisaje para dos maestros como El Bosco y Patinir. Y también llama la atención su forma de plasmar los rostros, que a veces tiende a simplificar los volúmenes. Estuvo influido por Van Eyck y supo modular la luz hasta conferir una atmósfera dorada. Bouts tenía un alto conocimiento de los pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento, y reflejar los detalles de la edad en las manos y en el rostro de los personajes.


Y qué decir de la estética de Hans Memling (1430-1494) en el Tríptico de la Adoración de los Magos, fechado entre 1470 y 1472, en el que predomina de nuevo un realismo de los detalles atemperado con cierto idealismo en una composición que combina una minuciosidad que aspira a la belleza.
Influido por algunas obras de Van der Weyden, Memling representa la Natividad, la propia adoración de los Magos y la Presentación en el templo, en una obra a la que la interrelación de los personajes confiere una extraordinaria fuerza narrativa a la vez que su dominio del dibujo desvela un gran temperamento artístico.


De finales del siglo XV es una de las obras maestras de El Bosco (1450-1516) como es Tríptico de la Adoración de los Magos, pintado hacia 1494, que expresa la llegada de la salvación del mundo.
Es un cuadro lleno de simbolismo, en el que se incluyen escenas de la Pasión pero también otras de fantasía al representar a María con Jesús en su regazo, las ofrendas de los Magos, engalanados con elegantes trajes, todo ello iluminado con finezza.
«En el Tríptico de la Adoración de los Magos, de El Bosco, podemos disfrutar un cielo con con uno de los azules más bellos que pueda ver una persona, afirma Alejandro Vergara, conservador del Museo del Prado»
Para Alejandro Vergara es el cuadro mejor conservado de El Bosco, y revela una sensibilidad exquisita hacia lo pictórico. “Esa cabaña en la que están los Reyes Magos posee una gran riqueza de matices marrones en su techo. Me llama la atención el mimo con el que está trabajada esa parte de la escena. Refleja la pobreza de la vida en la tierra comparada con la visión celestial que tiene en la parte superior, pero es claro que el pintor ha disfrutado mucho pintándola”. Y añade que “el cielo de ese cuadro es uno de los azules más bellos que pueda ver una persona. El Bosco se esforzó en pintar ese cielo como un lugar al que uno puede acudir o en el que uno pueda creer”.


Ya en el siglo XVI podemos admirar la delicadeza que salió de los pinceles de Gerard David (1460-1523) en Descanso en la huida a Egipto (1515), un pintor que prolongó la estética del siglo XV en Flandes cuando se trasladó a vivir a Amberes procedente de Brujas.
En la escena se observa la huella del arte renacentista, cercano a Leonardo da Vinci, en ese modo de usar el sfumato y crear esa atmósfera tan sutil que muestra a lo lejos esa Sagrada Familia caminando a Egipto.
Y el magisterio de Rubens (1577-1640) en La Adoración de los Magos, una obra monumental pintada en 1609 como encargo de la ciudad de Amberes para decorar el Salón de los Estados del Ayuntamiento que debía acoger la firma de paz de la Tregua de los Doce años entre España y las Provincias Unidas. Veinte años después la obra fue ampliada por el propio artista en Madrid.
La escena tiene lugar de noche pero él supo dotarla de luminosidad para destacar a los numerosos personajes que contiene. Los tres reyes, bellamente ataviados, presentan sus regalos al niño Jesús mientras su madre sostiene al niño entre sus brazos. Toda la composición es dinámica y refleja en cierto modo la influencia italiana con los ecos de la antigüedad clásica, gracias a una técnica muy suelta.
Alejandro Vergara piensa que muy probablemente cuando amplió el cuadro en Madrid entre 1628 y 1629, Velázquez pudo ser testigo de cómo terminó la obra porque ambos coincidieron en esos años pintando en el Alcázar de Madrid. En ese momento Rubens ya era un pintor consagrado en toda Europa mientras que el autor de Las hilanderas todavía no lo era y quizá como sostiene el fefe de Conservación de Pintura flamenca, el pintor flamenco influyó a Velázquez en la ambición que debía guiar la carrera profesional de un gran pintor.


La mirada española e italiana
Diez años antes, Diego Velázquez (1599-1660) había pintado su Adoración de los Reyes Magos, (1619), una obra maestra de su etapa sevillana, cuando solo tenía 20 años, y en la que se rastrean una parte de su biografía y un arte sin límites.
El cuadro tiene influencia de Caravaggio en el manejo de la luz. En esa pintura, fruto de un posible encargo para un noviciado jesuita de la capital hispalense, combinó contenidos sagrados con otros algo más profanos en una escena de gran sencillez. Todo ello con el objetivo de atraer la mirada del espectador, gracias a la intensidad expresiva que desprende la escena, acentuada por una paleta de ocres y negros.


La Anunciación de El Greco (1541-1614), pintada entre 1570 y 1572, es otra obra cumbre del ciclo navideño en los fondos del Prado, con ese momento en que la Virgen María acepta los designios del Arcángel san Gabriel con el descenso del Espíritu Santo.
Hay algún eco iconográfico de Tiziano y de otros pintores italianos en lo que respecta al fondo escénico, en el que llama la atención esa arquitectura clásica en perspectiva que nos retrotrae a Vitrubio, cuya obra ya había influido a otros pintores de la Serenissima. El maestro cretense demostró en este óleo un equilibrio entre un dibujo primoroso y una singular forma de aplicar el color.
Por último, La Anunciación de Fra Angelico (1395-1455), datada hacia 1426, una de las anunciaciones más conocidas de la historia del arte. La última restauración ha devuelto su esplendor a esta composición y ha permitido que puedan descubrirse nuevos detalles no solo en el colorido de los ropajes, sino también recuperar el aspecto original de las alas del Arcángel tal y como fueran concebidas por el pintor italiano.
Esta obra maestra del arte florentino representa la expulsión de Adán y Eva del Paraíso, la salvación del hombre con la Anunciación de María o esos episodios de la vida de la Virgen que figuran la predela, sin olvidar la minuciosidad de los flores y objetos y la sutileza con qué plasma el advenimiento del Espíritu Santo hacia la Anunciación y el Arcángel Gabriel mirando con recogimiento una escena idealizada que fue concebida para el convento de Santo Domingo de Fiesole, localidad cercana a Florencia.


