La vida en la ciudad ha proporcionado y sigue propiciando interacciones constantes con creadores audiovisuales, fotógrafos y cineastas. Ahora Caixaforum Madrid acoge en sus salas hasta el 12 de octubre la exposición Cámara y ciudad. La vida urbana en la fotografía y el cine, fruto del acuerdo de colaboración entre el Centro Pompidou de París y la Fundación La Caixa.
Comisariada por Florian Ebner, responsable del Departamento de Fotografía del Centro Pompidou, con el asesoramiento curatorial de Marta Dahó, la muestra reúne 259 obras de 81 artistas, entre fotografías, vídeos, películas y material documental, que proceden tanto de la institución francesa como de algunas de las mejores colecciones españolas públicas y privadas. Además, respecto a la que se presentó hace unos meses en Barcelona, la de Madrid incluye 15 nuevas obras de cómo han captado varios creadores la alteración que ha supuesto el Covid-19 y el confinamiento para el ritmo cotidiano de gran parte de la población mundial.


En este ensayo visual se han seleccionado imágenes desde principios del siglo XX hasta la actualidad y a través de ellas se puede trazar una cierta travesía por la historia política, social y humana de las urbes en los últimos 100 años. En gran parte de las imágenes estáticas o dinámicas reunidas hay un homenaje implícito a las personas que habitan las ciudades porque ellos son los verdaderos protagonistas. En esas obras se recogen los deseos, esperanzas y las frustraciones de los mismos. También podemos observar ese diálogo entre los creadores españoles y los internacionales y comprobar que, a veces con diferentes ritmos en el tiempo, casi siempre eligen temas muy similares para captar con su cámara los latidos de la vida, aunque siempre atentos a la evolución social y política de su entorno.


El recorrido se articula en 10 ámbitos, más el apéndice dedicado a cómo la pandemia nos ha cambiado la normalidad, sobre todo en las ciudades. Sigue una cierta cronología, no lineal, y en la entrada a la muestra ya vemos la intencionalidad: el escenario que siempre ofrece la ciudad, a través de esas dos fotos de Paul Strand, un retrato y la célebre Mujer ciega (1916), que el fotógrafo norteamericano tomó con una cámara escondida encarnando el concepto de fotografía directa y cómo esas dos imágenes interactúan con la película Manhattan, realizada por Strand y por el pintor Charles Sheeler en 1921, una cinta emblemática que elogia la verticalidad de Nueva York.
El concepto de verticalidad coincide con el final de la Gran Guerra y ahí encontramos fotocollage de Mieczyslaw Berman; estructuras mecánicas de la Torre Eiffel de Germaine Krull y de Jaroslav Rössler; una visión original de Moholy-Nagy de un picado de coches; una foto deslumbrante de Kertész, que fija una tormenta en pleno verano parisino; y esa antena de Radio Barcelona tomada por Gabriel Casas, entre otras imágenes. En esos años había cierta sensación de euforia, basada en la tecnología como motor de progreso.


En De lo pintoresco a lo proletario las imágenes plasman un período de colapso económico, una sociedad en movimiento con muchas personas viviendo en los márgenes de la misma. El conjunto de fotos de Brassaï permite rastrear un repertorio variado de vagabundos en las calles parisinas y de trabajadores manuales, o una secuencia de ocho instantáneas de un hombre muerto en la calle en un bulevar parisino; observar cómo capta la multitud un fotógrafo como Boucher o valorar la potencia de la mirada de Ródtxenko al fijar a esa mujer subiendo una escalera con un niño en brazos.
Y de ahí a La ciudad militante: España en los años treinta, que además de laboratorio político sirvió de inspiración para artistas como Henri Cartier-Bresson en dos imágenes impactantes: niños jugando en una calle desvencijada de Sevilla o dos trabajadores manuales en un pasadizo. Otros creadores europeos viajaron y captaron las tensiones sociales en España con sus cámaras. Esas imágenes y otras tomadas por fotógrafos españoles de la época como Pere Català Pic, Agustí Centelles, Gabriel Casas y Pérez de Rozas dejaron huella de cómo se vivía la guerra en las ciudades.


En la ciudad humanista y existencialista, reconocemos el sentimiento de reconciliación tras la Segunda Guerra Mundial. París como centro de la fotografía humanista. Y ahí admiramos a los escupidores de fuego de Izis, la primera nevada en el jardín de Luxemburgo de Boubat, la fiesta nacional francesa de 1945, captada por Doisneau o la alegría de la juventud plasmada por el autor de El beso, las fotos de William Klein o una película de Helen Levitt. Sin olvidar la mirada certera de Catalá-Roca y de Leopoldo Pomés o una película sensual de Joan Colom, entre otros.


Y después del existencialismo vino una mirada más crítica con la situación social. Nuevamente las instantáneas de vagabundos tomadas por Izis; las mujeres de Lisette Model en Nueva York; la variedad de tipos captada por Diane Arbus o una película de Peter Emanuel Goldman, que revela una siniestra «sinfonía de la ciudad» que ya nada tiene en común con la euforia de los «felices años veinte». Y tras la crítica devino una sensación de rebeldía de las urbes revueltas: las protestas contra la guerra del Vietnam, el Mayo del 68, la invasión de Hungría por las tropas soviéticas y más tarde las luchas en las calles contra el régimen de Franco, antes y después de su muerte, fueron captados por fotógrafos internacionales y españoles. Buenas fotografías de Marc Riboud, de Gilles Caron, sin olvidar la liberación de París de Robert Capa o las manifestaciones en España en 1976 de Manel Armengol.


La ciudad como escenario siempre regresa y a finales del siglo XX vemos una secuencia de seis imágenes en mediano formato de Barbara Probst, tomadas desde distintos ángulos para captar cómo deambulan varias personas por la Estación Central de Nueva York, alternando blanco y negro color; dos de Philippe Lorca diCorcia en Barcelona y Nueva York y tres fotografías de Valerie Jouvé. Mientras el concepto horizontal introduce una nueva percepción de la sociedad, con esa mirada al extrarradio de las grandes ciudades, la demolición de edificios para dar lugar a algo nuevo. Y qué fuerza desprenden los testimonios gráficos de Martí Llorens al captar el derribo de un edificio ferroviario en la Barcelona preolímpica; la demolición de algún inmueble de Manolo Laguillo y la fotografía de Patrick Faigenbaum del mercado ambulante del Besós.


exponen sus reivindicaciones de una manera festiva en el primer carnaval autorizado después de la guerra civil en Vilanova y la Geltrú, Barcelona el 1973
El penúltimo ámbito es cómo la ciudad se convierte en un marco de reflexión para pensar sobre cómo queremos que se ordene el espacio urbano. Y ahí el fotógrafo y el cineasta artista incorporan un lugar relevante porque con su mirada aportan innovación a la hora de reflejar la actividad social y cultural como parte de la memoria colectiva. Piezas de Francesc Torres de 1973, de Thomas Hisrhhorn, escenas de un festival captado por Jorge Ribalta o la secuencia de Paul Graham en San Francisco son buenos ejemplos.
Y junto a esta sala Límites Comunes, que son las experiencias creativas compartidas de artistas nacionales e internacionales con lo sentido durante el confinamiento. Son 15 obras, con una visión plural de esa alteración en nuestra vida cotidiana, de autores como Bruno Serrallongue, Tino Calabuig, Francesc Torres, Pilar Aymerich, Viktoria Binschtok, Barbara Probst, Mishka Henner, Valérie Jouve, Anna Malagrida y Mathieu Pernot, Manolo Laguillo, Hannah Collins, Martí Llorens, Jorge Ribalta y Xavier Ribas.


Para concluir la ciudad global y virtual de las dos últimas décadas del siglo XXI, donde la ciudad física y la digital coexisten. Y aquí cuelgan algunas imágenes de Xavier Ribas, con esa serie de detalles de los umbrales de puertas y acceso; la vista de pájaro de Mishka Henner o las historias verdaderas de Hannah Collins con esa magnifica luz de los tejados y azoteas con antenas de una gran ciudad, paradigma de la conectividad actual en urbes históricas.
