La forma artística puede servir para pensar nuevos modos de relacionarnos con el planeta, según el manifiesto de presentación de Un lago de jade verde, en CentroCentro de Madrid (hasta el 13 de marzo). Se trata de la primera exposición organizada por el Institute for Postnatural Studies (Instituto de Estudios Postnaturales), una plataforma de investigación y creación con base en Madrid. En este caso, el colectivo de artistas propone al visitante una especie de paseo póstumo por los últimos rincones de naturaleza en los que podría ser posible la convivencia de los seres humanos y el resto de especies de flora y fauna.
“Lo postnatural se puede entender como un lugar desde el que repensar nuestra relación tanto con otras especies, como con los ecosistemas que nos rodean. Lo entendemos como un lugar lleno de tensiones positivas y propositivas. Básicamente, es un marco de pensamiento y acción, desde el que revisar de manera crítica las diferentes construcciones de lo que entendemos por naturaleza”, nos explica Pablo Ferreira Navone, uno de los comisarios e integrantes del mencionado instituto.


Con condicionamientos, aún olemos la tierra mojada y admiramos la textura de los troncos caídos entre el follaje verde con destellos de ocres y rojos que anticipan otras estaciones (según lo evoca la instalación de Fabian Knecht). La primera parada de la muestra –El nombre del mundo es bosque– nos recuerda esa maravilla de la constante transición que acompaña nuestra vida, cuando nos invita a sumergirnos en el paisaje sonoro Spring Bloom in the marginal ice zone (floración de primavera en la zona marginal del hielo), de Jana Winderen. El agua nace en los márgenes, por donde el hielo comienza a fundirse, y la oímos discurrir entre los tallos de los primeros brotes que se harán flor.
La bomba atómica se probó en el desierto de Nuevo México (EEUU), en julio de 1945, abriendo un cráter tapizado de vidrio en la arena: ese es ‘el lago de jade verde’
Allí mismo podemos jugar con la paleta de los verdes, los naturales y los artificiales, recordar a los románticos que impregnaron sus pinturas paisajísticas de los colores de sus propios estados de ánimo y oír reverberar las palabras de la gran escritora de ciencia ficción Ursula K. Le Guin.
Según el curador, “al haber abordado este proyecto desde la transdisciplinariedad de sus prácticas”, han podido desarrollar “un trabajo cuidadoso con todos los agentes involucrados en la muestra, tanto con el propio CentroCentro, como con el Real Jardín Botánico de Madrid, pasando por los jardineros, artistas y ponentes invitados a participar en la extensa programación con la que cuenta esta exhibición” (ver aquí las próximas actividades interactivas y de divulgación previstas).


La escritura tenebrosa de un verano helado
En la segunda parte de la exposición, la de El año sin verano, conoceremos cómo el clima ha marcado épocas históricas y estilos de la modernidad, llevando a algunos escritores a sentir miedo ante las fuerzas desconocidas de la naturaleza y ponerse tenebrosos. Este fue el caso de Lord Byron, en Oscuridad, Mary Shelley, en Frankenstein, y John Polidori, en El vampiro, todas obras escritas durante una temporada de estíos helados y publicadas entre 1816 y 1819.
Del siglo XIX también se rescatan los nenúfares de Claude Monet y su valor evocador de lo húmedo, pero, sobre todo, como prueba de cómo el hombre puede transformar la naturaleza y hacer crecer un jardín acuático artificial en su propio patio trasero.


“Lo postnatural se puede entender como un lugar desde el que repensar nuestra relación con otras especies y con los ecosistemas que nos rodean”, explica Pablo Ferreira Navone
El arte impresionista se anticipaba a los últimos vestigios de belleza de los que disfrutarían las personas en la convulsa Europa, a las puertas de las sangrantes guerras que culminarían en una gran explosión nuclear. La bomba atómica norteamericana se probó en el desierto de Nuevo México (EEUU), en julio de 1945, abriendo una cuenca tapizada de vidrio en la arena; de ahí el lago de jade verde. A ese material geológico radiactivo, inexistente hasta entonces en la Tierra, se lo bautizó como trinitita; era de color azul verdoso y surgió en el cráter debido a la altísima temperatura a la que se fundió la arena.
Todas las nociones de lo artificial se hicieron trizas ante esa nueva potencia destructiva y, paradójicamente, generadora de nuevos colores, formas y materiales. Lo monstruoso ya no necesitaba ser imaginado (lo imaginario se desvanecía ante las ruinas de la realidad).
Somos compost
¿Cómo se eligieron los creadores, los hechos y los personajes mediante de los cuales se trazó esa línea histórica que guía la exposición?, le preguntamos al comisario. “La selección de los personajes sigue, en algunos casos, una estrategia de revisión de la historia, como puede ser con el caso de Monet, o de la pintura y la literatura románticas. En cambio, la aparición de Donna Haraway, Lynn Margulis o Le Guin es ya una propuesta directa sobre cómo nos imaginamos las nuevas fórmulas para escribir las futuras narrativas. Desde la exposición y desde nuestra práctica queremos mostrar la importancia de comprender, a través de una pluralidad de voces y relatos, las complejidades del mundo contemporáneo”, asegura Ferreira Navone.


Efectivamente, las salas dedicadas a Las hijas del compost nos auguran un renacimiento desde el estado de larvas y otras transformaciones vitales (gracias a las figuras de Mónica Mays y de María Nolla), así como el redescubrimiento de una convivencia paradójica como es la del pescador con su presa: la cautivante pieza audiovisual O peixe (el pez) de Jonathas de Andrade proyecta la posibilidad del afecto (o de los cuidados paliativos) en una situación límite como es el estertor final de un pez arrancado del agua. Porque el pez muere agitando sus branquias contra el pecho del pescador, en lugar de dar coletazos desesperados sobre el suelo seco hasta asfixiarse. La respiración del hombre y el animal, o la compasión, parecen sincronizarse y nos calman, en la selva bulliciosa o en las salas de un museo.
«El agua nace en los márgenes, por donde el hielo comienza a fundirse»
Por fin, el sitio destinado a los Juegos de cuerdas nos habla de las genealogías de todo lo vivo y de las nuevas relaciones multiescalas, de la bacteria –o la crisálida– a la mujer, desde el silencio microscópico hasta el rugido del océano. ¿Hay un punto de confluencia armónico en el escenario postnatural?, es la última pregunta que reservamos al comisario: “La coexistencia es complicada, y mucho más, siendo el ser humano una de las especies involucradas. A pesar de ello, entendemos que habitar la contradicción (Seguir con el problema, según el título del libro de Donna Haraway) es necesario para desarrollar nuevos modos de relacionarnos, y así acercarnos a un futuro más deseable, interespecie, desplazando al humano del centro del pensamiento”.
