La obra de Nicolas de Staël (San Petersburgo, 1914-Antibes, 1955) no es demasiado conocida en nuestro país. Solamente recuerdo dos exposiciones en España, la primera celebrada hace 29 años en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, una retrospectiva comisariada por Jean Louis Prat, que incluía más de 90 obras, que abarcaban desde 1941 hasta 1955 y que fue una ocasión única para conocer la evolución de un artista diferente y apasionado por la pintura; y la segunda que tuvo lugar en La Pedrera de Barcelona en 2007. Algunas de sus obras forman parte de las colecciones del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y de Es Baluard en Palma de Mallorca.


Ahora el Centre Pompidou de Málaga acoge hasta el 8 de noviembre una selección de 25 piezas, entre pinturas y obras sobre papel, que cuenta con la colaboración de la Fundación La Caixa. En este caso reúne el fondo completo que conserva el Centre Pompidou en París y permite centrar la mirada en un creador que supo colocar la dialéctica entre lo figurativo y lo abstracto en el corazón de su travesía plástica.
Comisariada por Christian Briend y Anne Lemonnier, conservador jefe y adjunta del departamento de colecciones del Museo Nacional de Arte Moderno en París, la muestra reúne piezas de Nicolas de Staël, desde 1946 hasta su muerte en 1955, quizá el período más fecundo de un creador solitario, en ocasiones atormentado pero siempre prolífico que dejó para la posteridad un compromiso inequívoco con la ‘verdad de la pintura” con ese conjunto de óleos y dibujos de gran emotividad.


© Nicolas De Staël, VEGAP, Málaga, 2020
Hijo del vicegobernador de la Fortaleza de San Pedro y San Pablo, Nicolás de Staël nació en Rusia en 1914. Cinco años después su familia se exilió en Polonia y en 1921 murió su padre en Ostrow. Y en 1922 fallece su madre en Danzig confiando el cuidado de sus hijos a una amiga, que envió a los tres hermanos a casa de la familia Fricero en Bruselas para su crianza.
En la capital belga Nicolás estudió en los jesuitas y más tarde ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de Bruselas, donde realizó un curso de dibujo clásico y otro de arquitectura, y más tarde en otra Escuela de Bellas Artes figura clásica y de decoración.
En esos años de formación viajó por Holanda, Francia, España y Marruecos, donde dibujó y pintó en las principales ciudades del reino alauita. Y ya en 1937 y 1938 viajó con Jeannine Guillon, pintora, por Argelia y por varios lugares de Italia: Frascati, Pompeya, Paestum, Sorrento y Capri, ente otros, antes de instalarse casi definitivamente en Francia, donde en 1939 se alistó en la Legión Extranjera y fue enviado a Túnez un año después.


A partir de ese momento entró en contacto con Alberto Magnelli, Sonia Delaunay, Jean Arp y Le Corbusier en Niza y su influencia le fue llevando progresivamente de la figuración a la abstracción.
También le dejaría huella el pintor ruso André Lanskoy por la forma que este tenía de trabajar la materia con el uso directo de la espátula sobre el lienzo, seña de identidad de Nicolas de Staël, que lograba conferir expresivas texturas en sus composiciones al óleo, a veces más sombrías y otras más coloristas y luminosas con esa facilidad para los azules de sus últimas obras, que contrasta con su modo de extraer los verdes, grises y rojos.
El artista ruso se alejó de la preocupación conceptual entre la figuración y la abstracción porque siempre tuvo claro que lo importante era el acto de pintar y el de la mirada en el espacio para crear un universo pictórico radicalmente personal, muchas veces desde la soledad más profunda con el objetivo de alcanzar el momentum de la verdad de la pintura.
Para Nicolás de Staël, la figura de Braque fue muy importante, por la afinidad, la cercanía de sus estudios en París y su esfuerzo constante con sus trabajos de finales de los 40 y principios de los 50; y también lo fue su amistad y visión coincidente con el poeta René Char, con quien concibió un libro en 1951 que aunaba los poemas de Char y las xilografías de Nicolas de Staël, de gran simplicidad y claridad.
El poeta le escribió una carta a Char un año después mencionándole el azul roto y como recoge en el catálogo Anne Lemonnier, el pintor ruso le contesta: “el azul roto es absolutamente maravilloso, al cabo de un rato el mar se vuelve rojo, el cielo amarillo y las arenas color violeta”.


Los dos comisarios proponen al visitante un recorrido en cuatro secuencias temporales. La primera reúne ocho obras, entre óleos y dibujos, datadas entre 1946 y 1948, que reflejan una abstracción austera como La Vie dure [Vida dura], una emblemática composición donde las formas parecen emerger de las profundidades de sus difíciles condiciones de vida: vive en la miseria y acaba de perder a su pareja, la pintora Jeannine Guillou,
Y lo mismo sucede en De la danza, también de 1946, donde a través de esos bastoncillos coloristas emergen muchos de los elementos de una pintura clásica. En sus dibujos vemos cómo esos grandes trazos de tinta china cubren casi toda la hoja de papel o el cartón, pero destacando espacios de luz, mientras que en los dibujos de 1948 los haces de líneas finas se despliegan y se enredan nuevamente en tintas de formato más amplio.


La segunda parte incluye cinco obras del período 1949-195. A principios de 1949, Nicolas de Staël viajó a los Países Bajos y Bélgica y se inspiró con los paisajes y los claroscuros de los maestros holandeses. En los dos óleos late una cierta musicalidad: en Composition (1949) los bastoncillos se han transformado en masas de colores y parecen dispersarse y las formas geométricas parecen desplazarse a direcciones contrarias lo que confiere dinamismo a la obra; y en Le Toits (Los techos),1951-1952, Staël estructura la materia pictórica en una multitud de adoquines dispuestos en la parte baja del lienzo como si fueran teselas de un mosaico, en esa infinidad de matices grises, blancos y negros, con leves rojos, que contrastan con el fondo clásico de la parte superior. Las obras sobre papel con tinta china o rotulador resultan muy esquemáticas.


Entre los años 1952 y 1953 la música adquiere mayor protagonismo tanto en los temas como en el uso del color. Esos años cultiva el paisaje al aire libre y se inspiró en el entorno del sur de Francia, donde le impacta la fuerza de la luz del Mediterráneo. Los colores se vuelven brillantes y contrastados como en Le Lavandou. En su vuelta a la figuración la valoración que le da al jazz y a la música contemporánea se trasluce en una paleta vibrante como se observa en Les Musiciens. Souvenir de Sidney Bechet, 1952-1953, y algo más matizado en La Orquesta, 1953, donde alcanza un nivel sublime en la gradación de grises, y en esos tonos verdosos, esmeralda o celadón, lo que confiere una visión de conjunto cuando la música se eleva. Sus dibujos de desnudos desvelan el modo de definir masas abruptamente trazadas.


Por último, el bienio 1954-1955, antes de su suicidio. Sus últimas obras, óleos y dibujos, muestran una economía formal semejante a los dibujos de Henri Matisse. Es un período de soledad en la Provenza y de la instalación de su estudio en Antibes.
Fue nuevamente una etapa de búsqueda a través de bodegones de naturaleza como el minimalismo de Agrigento, su Bouquet de pins o Marine avec chaland, de gran sencillez. Mientras en su carboncillo Nu avec tête, un desnudo de atmósfera fantasmal, vemos a dos mujeres sin rostro mirándose y debajo una cabeza clasicista en esa variación de grises hasta conseguir la vibración entre la sombra y la luz. Y reparar en su Rincón de estudio con fondo azul, 1955, una composición fluida y aérea que demuestra la maestría de Staël con esa secuencia de planos con los elementos del atelier del artista: los tarros, los pinceles y el caballete junto a las telas vírgenes que evocan cierta melancolía de la soledad del creador.

