El territorio, la vida del agua y los desvelos ecológicos son protagonistas ineludibles del arte contemporáneo de las últimas tres décadas. Los artistas plásticos comprendieron, antes que nadie, que de nada sirve la creatividad en un paisaje despojado de todo lo auténtico (y valioso), y se sumergieron de lleno a explorar su entorno. Del rescate de lo natural también se hace arte. Esta es la certeza con la que hoy el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía enseña su colección, a través de un ordenamiento renovado, en el que uno de los recorridos se funda en las preocupaciones ambientales y en nuevas (u primigenias) maneras de establecer un vínculo con lo que nos rodea.
Vasos comunicantes 1881-2021 es el título que se le ha dado a esta nueva presentación de la colección permanente del museo, en la que hay casi un 70 por ciento de material nuevo, integrado por “fondos no expuestos hasta ahora y nuevas adquisiciones de los últimos diez años”, tal como lo confirma Rosario Peiró, jefa del área de Colecciones, en diálogo con El Ágora. Diario del Agua.


“Son casi catorce mil metros cuadrados que han cambiado en cuatro años de trabajo, frente a los diez mil que ocupaba, anteriormente, la colección. El discurso es totalmente nuevo: de los espacios de la modernidad se da paso al espacio exílico (o el de los exilios y la crisis del espacio moderno) y a los años contemporáneos, con una revisión al pasado colonial español y, en la última parte, está representado lo colectivo, la crisis, lo institucional y las resistencias en el espacio público”, explica Peiró.
Los pueblos originarios y su relación con los ecosistemas
Al representar el trabajo de los artistas contemporáneos, el vínculo con la naturaleza destaca por ser uno de los temas fundamentales de la época, según la responsable de colecciones. Así, en las salas del museo, también están presentes “la manera de ver el mundo contemporáneo por parte de los pueblos originarios y por parte de artistas que no forman parte de lo que se podría llamar la escena de arte internacional o los cánones occidentales de los artistas de mercado”, apunta Rosario Peiró. Hay, en este sentido, trabajos de colectivos mayas de Guatemala o de las comunidades zapatistas de México, en los que es la comunidad la que firma.


En concreto, las obras de artistas que trabajan temáticas ambientales se encuentran en dos plantas del edificio Sabatini del museo Reina Sofía. En Sabatini 0, que es un nuevo espacio que se habilita para exposiciones, la narración arranca con la Expo Sevilla 92 y una sala dedicada a lo arquitectónico y lo climático en los proyectos para la gran exposición universal, y continúa con las referencias de los pueblos originarios de Latinoamérica.
Una de las obras más interesantes es, quizá, el díptico fotográfico Hombre de maíz (2019), del artista maya zutujil Benvenuto Chavajay, que cuestiona la mirada criolla del Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias, en su libro Hombres de maíz (de 1949), sobre el alimento sagrado y sanador de su cultura. Otro guatemalteco a tener en cuenta es Moisés Barrios, de quien aquí se presenta la obra en acuarela y collage Palmera (1997), una composición elocuente y difícilmente olvidable.


El recorrido puede continuarse en la primera planta del mismo edificio del Reina Sofía, varias de cuyas salas están dedicada a trabajos que inciden en los modos de la explotación de los recursos naturales y “el papel transformador de la tierra”, en palabras de la comisaria. El itinerario comienza con el registro de la llamada ‘marea negra’, que hizo el fotógrafo Allan Sekula, sobre la catástrofe ecológica provocada por el vertido del buque Prestige, en las costas de Galicia, a finales de 2002.
El desierto de Gobi y las salinas de Cádiz
Entre los nombres propios que hablan del extractivismo en los actuales términos industriales y de consumo, así como su influencia en la existencia humana, destaca la pieza audiovisual del cineasta chino Wang Bing, Crude oil (2008). En ese corto de estética naturalista se condensa el pulso de la vida de los trabajadores chinos al ritmo del bombeo de petróleo en una planta del desierto de Gobi.


La argentina Vivian Suter, por su parte, trabaja las telas en un contacto tan estrecho con la naturaleza que deja a esta impregnarse en la estampa. Sus lienzos cuelgan a la intemperie, a las puertas de su casa en la selva guatemalteca, por lo que las afectan el viento, la lluvia, el barro o el rastro de hojas o frutos e insectos, así como de otros animales que conviven con las personas.
La pintora andaluza recientemente desaparecida Carmen Laffón también integra la colección permanente más contemporánea del museo Reina Sofía con una serie de cuadros que son bajorrelieves de las salinas de su tierra gaditana. El paisaje y sus connotaciones es trabajado también por María Bleda y José María Rosa con sus fotografías del embalse de la Portiña.


Pero el territorio es, también, un campo de disputas que evoca todas las políticas actuales de desplazamientos y acogidas o desalojos; así lo entiende la pintora feminista suiza, Miriam Cahn, con su obra en carboncillo y lápiz En la frontera. Otra artista que trabaja el territorio y las comunidades es Victoria Gil, mientras la artista visual norteamericana Joan Jonas nos invita a una suave inmersión acuática, entre delfines e hipocampos, gracias a su instalación de espejos y pantallas. El agua siempre obliga a un cambio de ritmo.
