Hace algunos días tuve la ocasión de observar en el Museo Guggenheim Bilbao la exposición Olafur Eliasson, En la vida real, coproducida con la Tate Modern de Londres, y que exhibía en sus salas -cerradas temporalmente desde el 14 de marzo por la crisis del coronavirus– poco más de una treintena de piezas de un artista integral. Eliasson trabaja en su estudio de Berlín con más de un centenar de profesionales innovadores en numerosas disciplinas como la economía, la antropología, el urbanismo, la sostenibilidad, la biología, la arquitectura, la fotografía, la música, la educación o la gastronomía.
Gracias a ese sentido colaborativo Olafur Eliasson (nacido en Copenhague en 1967 y con raíces en Islandia), sabe desarrollar proyectos finales muy depurados con un hilo conductor común: su preocupación por la naturaleza y el cambio climático. En una conversación del danés con la novelista Josefine Klougart, esta última dice: “En lugar de ver la cultura como manifestación de la diferencia entre ser humano y naturaleza, tenemos que verla como expresión de una conexión íntima. Cuando hablamos, somos naturaleza parlante; cuando pensamos, somos naturaleza pensante; cuando controlamos a la naturaleza que está fuera de nosotros, somos naturaleza controlando algo dentro de sí misma”.


Está previsto que la exposición en Bilbao, tras la superación de la crisis sanitaria, pueda visitarse hasta el 21 de junio de 2020. Pero lo relevante es acercarnos a la dimensión de un modelo de artista nuevo, que no dejó indiferente a nadie cuando en 2003 presentó en la Tate Modern de Londres El Proyecto del Clima, con ese sol tenue y no tan tenue que inundaba el espacio y apelaba a lo sensorial en la sala de turbinas del museo londinense.
Unos años antes ya había apuntado esa línea con Cascada, una instalación que comenzó en Sidney en 1998 y tuvo su continuación en 2008 con esa serie de cascadas a lo largo de los puentes del East River, en una intervención pública que le encargó la Ciudad de Nueva York, que ya forma parte del imaginario colectivo artístico de la Gran Manzana. Ese concepto de bombeo del agua en cascadas de varios metros de alto, generalmente en los ríos de las grandes ciudades, es nuevamente una evocación a los sonidos y visión de las caídas de agua que encontramos en la naturaleza.


En su trayectoria como artista, a lo largo de los últimos 30 años, destaca su versatilidad en diferentes formatos: esculturas, fotografías, pinturas e instalaciones. Tanto Marc Godfrey, curator senior de arte internacional de la Tate Modern como Lucía Agirre, curator del Guggenheim Bilbao, han podido escoger obras que nos acercan a una propuesta estética poliédrica. Junto a su equipo, ha creado obras para museos e instituciones culturales y realizado intervenciones públicas y a favor del activismo social. En casi todas deja patente su relación con el agua, el calentamiento global y la transformación del paisaje, muy influido por el tiempo que pasó en Islandia, tierra de sus padres. Eliasson también se ha inclinado por explorar la geometría y cómo percibimos y sentimos el mundo en el que vivimos.


En ese sentido espacial, interior y exterior, que tanto le gusta explorar, en el exterior del Museo Guggenheim de Bilbao ha instalado una cascada de más de 11 metros de altura, elaborada con un andamio metálico y una serie de bombas que vierten el agua en el estanque situado detrás del museo bilbaíno. Su contemplación desde dentro del museo o desde fuera del mismo constituye otro ejemplo más de cómo colocar un nuevo elemento de ‘naturaleza construida’ en un entorno urbano como la capital vizcaína, en una interacción visual con el edificio de Gehry y el agua de la Ría que combina tecnología, arquitectura y naturaleza.
Entre las piezas expuestas están las más relevantes de un creador único como Eliasson y algunas de sus instalaciones como Sala de maquetas (2003), que contiene cerca de 450 modelos, prototipos y estudios geométricos de diversos tamaños, que reflejan la intensa colaboración del estudio del danés con el arquitecto, matemático y amigo islandés Einar Thorsteinn. Además del concepto espacial resalta la versatilidad en el uso de materiales: cartón, hilo de cobre, fotocopias, piezas de Lego, madera o bolas de goma, y sobre todo cómo esa línea ha terminado por convertirse en un mapa de referencia en su estudio de Berlín, donde siguen innovando desde que elaborara la primera.


En Descripción de un reflejo o un agradable ejercicio sobre sus cualidades, 1995, dispone un foco dirigido a un espejo circular que desvía la luz hacia un segundo espejo de superficie ondulada, que a su vez rota cada 30 segundos y así va reflejando una luz irregular en el reverso de una pantalla de proyección también circular. En Tu sombra incierta (color), creada en 2010, cinco focos situados en el suelo proyectan luz sobre una pared blanca donde los colores se mezclan y generan luz blanca. Son obras en las que hay interacción con los visitantes por la proyección de las sombras en la pared expandiendo sus movimientos.
Nuevamente la naturaleza y el clima inspiran instalaciones como Máquina de olas (1995), y Pared de liquen (1994). Tanto la textura como el color y el olor del liquen son fenómenos de la naturaleza trasladados a un espacio museístico que terminan impregnando los sentidos de quien los contempla.


Eliasson, en ocasiones, usa hielo de glaciar haciendo una llamada de atención sobre el cambio climático y recordando que la subida de las temperaturas hace que se estén perdiendo anualmente varios miles de millones de toneladas de hielo en Groenlandia. Esto es lo que refleja la obra Pabellón de la presencia de la ausencia, creada en 2019.
En la misma intención reivindicativa se inscriben obras como Corrientes glaciares (2018), Destello esférico glaciar (2019); y una de las series fotográficas que documentan Islandia y sus fenómenos naturales, en este caso La balsa de río, tomada en el año 2000, que plasma su travesía personal en este tipo de embarcación. Sin olvidar Belleza, pieza concebida en 1993, donde la oscuridad lo impregna casi todo, para que una serie de conductos instalados en el techo emitan una fina neblina en dirección a un rayo de luz procedente de un foco permitiendo así ver cómo se forma un arcoíris en la cortina de agua que va variando de intensidad.


Dos de las piezas más emocionantes quizá sean La Fuente Big Bang (2014), en la que una luz estroboscópica ilumina una fuente de agua y hace que el chorro parezca detenerse con secuencias diferentes hasta definir formas escultóricas; y de nuevo su retorno a Islandia en el conjunto fotográfico titulado La serie de los glaciares, captada en 1999, y posteriormente en 2019 cuando regresó para tomar La serie del deshielo de los glaciares. Son 30 parejas de fotos, separadas por un período de 20 años, que revelan el impacto que el calentamiento global está teniendo sobre nuestro planeta. No se pierdan esta gran experiencia cuando superemos el coronavirus.
