Tras el confinamiento prolongado debido al COVID-19 y su panorama de calles desiertas, quizá sea un buen momento para reflexionar sobre el modelo de ciudad que merece la pena habitar y en qué principios deben sustentarse para ser más sostenibles y cercanas. Como escribió el francés Julien Gracq (1910-2007), en un luminoso texto escrito en 1985 e inspirado en Nantes, donde fue profesor, «la forma de una ciudad cambia más rápido, lo sabemos, que el corazón de un mortal. Pero antes de dejarlo atrás ella captura sus recuerdos, atrapada como está, como lo están todas las ciudades, por el vértigo de la metamorfosis que es la marca de la segunda mitad de nuestro siglo».


La editorial Turner acaba de publicar un libro del historiador del arte y arqueólogo Salvatore Settis: Si Venecia muere, donde reflexiona sobre los hitos que han forjado la historia de esta urbe que simboliza como pocas el sentido y los límites de este tipo de ciudades, así como su relación con otras más modernas y las interacciones que entre todas ellas se han establecido en las últimas décadas.
El recorrido por los 23 capítulos en que está estructurado el libro permite ver cómo ha llegado Venecia a su colapso actual por el monocultivo del turismo de masas, que ha provocado la pérdida de más de dos tercios de la población del centro histórico. La ciudad ha pasado de los 174.808 censados que tuvo en 1951 a los cerca de 55.000 actuales. Esto nos hace visualizar las diferentes opciones que deberían sopesarse en esas ciudades históricas o las construidas en otros continentes en las últimas décadas.
«La vida urbana sedimenta una parte importante de la historia pero sobre todo la experiencia presente y futura de los habitantes de la ciudad»
Y tras leerlo queda un halo de esperanza porque toda reflexión como la que nos propone Settis es una oportunidad para repensar la idea de ciudad, histórica y moderna, donde la vida urbana quizá sedimenta una parte importante de la historia pero sobre todo la experiencia presente y futura de sus habitantes. Los problemas ambientales, la sostenibilidad, la proximidad, la empatía y las interacciones sociales son factores que cada vez hacen más compleja la vida en los espacios urbanos, y más si cabe en las megalópolis que han surgido en los últimos años en Asia, América y África. Son ciudades que superan los 20 o 30 millones de habitantes, con una densidad de población muy elevada que complica su desarrollo global si no se corrigen a tiempo los problemas que esa superpoblación conlleva para el ejercicio de la ciudadanía.


Ahora que estamos todavía bajo los efectos de la pandemia mundial tal vez quizá seamos más conscientes de la peste actual que asola ciudades históricas como Venecia y otras europeas. Muchos de los habitantes de la Serenissima se han trasladado a Mestre y otras poblaciones cercanas. Los palacios y otras viviendas solo están al alcance de ciudadanos famosos y ricos que adquieren estos inmuebles como una residencia muy ocasional, cuando no por cadenas hoteleras para el turismo premium que se aloja en la ciudad.
No hay que olvidar que cada año, excepto en 2020 por el colapso sanitario, alrededor de 30 millones de personas visitan Venecia, una cifra desmesurada para una ciudad solo habitada por algo más de 50.000 personas, que han aguantado este tirón del turismo y que, a duras penas, sostienen su cultura cívica y artística.


Como sostiene Settis “la ciudad tiene un cuerpo (hecho de murallas, edificios, plazas y calles,…) y también un alma. Y el alma no se limita solo a sus habitantes, sino que es una red viva, compuesta de relatos e historias, de memorias y principios, de lenguajes y deseos, de instituciones y proyectos que han determinado su forma actual y que guiarán su desarrollo futuro”. Y eso que sirve para Venecia también es extrapolable y nos ayuda a comprender mejor muchas otras ciudades del mundo, aunque cada una sea única como esta ciudad construida sobre una laguna.
«El alma de una ciudad no se limita solo a sus habitantes, sino que es una red viva, compuesta de relatos, memorias y principios, lenguajes, deseos, instituciones y proyectos»
El arqueólogo italiano recoge en el libro parte de una conversación de Marco Polo con Kublai Kan sobre las ciudades que ha conocido en su largo periplo y el el veneciano le dice: “Viajando uno se da cuenta de que las diferencias se pierden: cada ciudad se va pareciendo a todas las ciudades, los lugares intercambian forma, orden, distancias, un polvillo informe invade los continentes”. Al preguntarle Kublai Kan por qué nunca habla de Venecia, Marco Polo le contesta “Cada vez que describo una ciudad digo algo de Venecia”.


En uno de los capítulos, Hacia Chongqing, Settis nos plantea el ejemplo de esa ciudad china con más de 30 millones de personas y una de esas metrópolis que se extienden de forma desmesurada, lo que dificulta la obtención de recursos en esos conglomerados urbanos. Cada vez más personas dejan el campo o ciudades pequeñas y se trasladan a estas megalópolis en busca de una vida mejor, que muchas veces se queda en aspiración. Esta tendencia se ha acrecentado en Asia, sobre todo e China e India, sin olvidar a Tokio, entre otras ciudades, y algunas otras de América o de África.
«Si Venecia muere no será solo Venecia la que muera: morirá la propia idea de ciudad, la forma de ciudad como un espacio abierto y diverso para la vida social»
Y eso plantea un dilema o tensión entre aquellas ciudades a escala humana y otras donde los intereses productivos y de consumo hacen que los ciudadanos formen parte de un engranaje gigantesco ligado a la economía. Muchas de estas urbes globales se definen por grandes rascacielos y una supuesta modernidad proyectada por la publicidad y el marketing.


Lo vertical se ha ido imponiendo en las últimas tendencias arquitectónicas de las nuevas urbes como símbolo de poder y riqueza, como vemos en numerosas capitales del mundo árabe y de Asia, que concentran hoy los edificios más altos del mundo. Son algunos de los nuevos fetiches del mundo actual. Y ahí Settis se pregunta y nos pregunta, sin poner el foco en la competitividad y en los aspectos tecnológicos, dónde se vive mejor si en una ciudad horizontal o en una vertical.
«Lo vertical se ha ido imponiendo en las últimas tendencias arquitectónicas de las nuevas urbes como símbolo de poder y riqueza»
Cree Settis que sería muy difícil en una sociedad tan mercantilizada como la actual calcular el precio de Venecia con sus grandes riquezas arquitectónicas y artísticas y colige que “no tiene precio, porque la ciudad invisible que impregna cada piedra de sus puentes y cada gota de sus canales es una tupida malla de relaciones, una poderosa trama de hechos y de gestos, de memorias y de palabras, de belleza y de historia”. Y eso la convierte en singular, porque a lo largo de su historia ha tenido numerosas réplicas como marca distintiva en algunas ciudades europeas como Hamburgo, Brujas, Estocolmo y San Petersburgo, y también reclamo en Estados Unidos, como el de las Vegas, o en Brasil y en ciudades asiáticas.


En todos esos casos de simulación y copia perdura la fascinación que sigue desprendiendo este laberinto de canales, que conforma un ecosistema tan especial en el que convergen el agua y la tierra. Las ciudades que emulan a Venecia pretenden sustituir la historia propia, más breve en el tiempo, por otra más sólida y duradera como la que atesora la joya del Adriático. Al final son parques temáticos para atraer turistas y eso en cierto modo les une como modelo replicable de ciudades míticas en un mundo globalizado donde lo estándar se impone, aunque como afirma Settis, Venecia tiene una ventaja: “No finge ser diferente, lo es”.


Crítico con el mercado y con el turismo de masas simbolizado en esos cruceros gigantes que atraviesan los canales venecianos y que degradan la vida de los ciudadanos hasta llegar a la estación marítima, Settis afirma que luchar por incrementar el patrimonio histórico no solo de Venecia sino de otras ciudades históricas es asegurar el legado para futuras generaciones. En el caso de Venecia no deja de mencionar los encargos que se han hecho a algunos arquitectos estrella como Calatrava y Hoolhaas, que no guardan armonía con la estética de la ciudad.
Concluye Settis, que tal vez esta ciudad cargada de historia y simbología podría ser “un campo de pruebas para una concepción inclusiva de la ciudadanía que se adecúe a nuestro tiempo”. En el mundo actual debe haber lugar para diversos modelos urbanos, de culturas, de estilos de vida, defiende el autor, y casi como colofón afirma: “Si Venecia muere no será solo Venecia la que muera: morirá la propia idea de ciudad, la forma de ciudad como un espacio abierto y diverso para la vida social, como creación de civilización, como compromiso y promesa de democracia”.


