Las grandes ciudades cada cierto tiempo se van transformando, muchas veces por necesidad, pero muchas otras siguen planes urbanísticos impulsados por la especulación inmobiliaria, que dejan atrás modos de vida y edificios con uno o varios siglos de antigüedad para dar lugar a nuevos rascacielos. Ese fenómeno que hemos visto en las grandes urbes chinas y otras de Asia en tiempos recientes también se dio en Nueva York durante parte de la segunda mitad del siglo XX.
Ahora, las salas del Museo ICO, dentro del Festival PhotoEspaña, acogen La destrucción del Bajo Manhattan, un excepcional corpus fotográfico de Danny Lyon (Brooklyn, 1942), cineasta y fotógrafo, que en 1967 retrató la demolición del barrio neoyorquino pegado al río. Son 76 fotografías de un ensayo fotográfico riguroso, que ilustra cómo, en demasiadas ocasiones, las ciudades se hacen menos sostenibles para dar paso como en este caso al World Trade Center en el área demolida. Además se presentan 24 fotografías, en pequeño formato, de Un álbum: Europa, verano de 1959, que documenta el viaje que hizo con 17 años por Alemania, Francia, Italia y España, donde dejaba a entrever su intención estética.


Este trabajo de Lyon se enmarca en la gran tradición de la fotografía norteamericana que tuvo como ejemplos a William Klein y a Robert Frank, entre otros, sin olvidar a Walker Evans. Danny Lyon estudió Historia y Filosofía en la Universidad de Chicago antes de volver a instalarse en Nueva York, muy cerca del área que fotografió en 1967, gracias a un amigo artista, el escultor Mark de Suvero que le habló de algunos apartamentos cercanos a la zona que iba a ser demolida. Ofreció el proyecto en el que estaba trabajando al New York State Council on the Arts y le apoyaron para que lo hiciera por una suma de 4.000 dólares.
Muchas de las fotos están hechas desde la ventana de su apartamento, desde las que podían divisarse rascacielos conocidos como el Empire State. También se convirtió en un peatón de Manhattan para ir captando exteriores e interiores, picados y contrapicados para captar el contexto urbano de lo que estaba desapareciendo frente a lo existente en el medio y alto Manhattan. Concentró su mirada en alrededor de 24 hectáreas que lindaban con el puente de Brooklyn y los edificios colindantes cercanos al Ayuntamiento de Nueva York, desde Canal Street hasta Battery Park, y otra zona pequeña a orillas del río Hudson, como se ve en un gran mapa al comienzo de la muestra, que permanecerá abierta hasta el 17 de enero.


En este recorrido cartográfico de una parte de la ciudad en demolición, Lyon no sólo captó imágenes con intención de dejar huella de una ciudad transformándose sino que como se observa en el libro que se editó dos años después, en 1969, fue anotando impresiones de esa experiencia a modo de diario sobre los lugares que veía y fotografiaba.
Por sus páginas desfilan las personas que habían habitado esos rincones en trance de desaparición o los operarios que estaban trabajando en la demolición de esas viviendas y almacenes, muchos de ellos de mediados del siglo XIX. Algunas de sus reflexiones se recogen en las cartelas de las áreas que conforman la exposición y que revelan la honda preocupación y compromiso por el desarrollo urbano de una gran ciudad.
La exposición ha sido comisariada por Danny Lyon, que también ha coordinado la edición facsimilar de un libro hoy agotado y que se ha convertido en objeto de culto para los amantes y coleccionistas de la fotografía documental, ya que refleja con precisión un momento de ebullición y cambio en el urbanismo de Nueva York. Los originales de aquella primera edición del libro, dedicado a su amigo Mark de Suvero, pueden llegar a costar en librerías de viejo y en internet entre 250 y 300 dólares.


La muestra se articula en cinco partes, y junto al mapa del Bajo Manhattan podemos ver una vista aérea que muestra el puente de Brooklyn, una gran mayoría de los rascacielos de ese momento en Nueva York con el Empire State, el edificio de ATT y otros al fondo, y debajo la zona que iba a ser demolida. Esa foto nos da la escala junto a los muelles de Manhattan y el puente que termina al lado de la plaza del Ayuntamiento, una imagen de contexto urbano, reveladora de las intenciones de los encargados de urbanismo de la Gran Manzana con el East River debajo.
En esa primera sala cuelgan casi 12 instantáneas tomadas en la calle Beekman nuevamente con el puente de Brooklyn, área de demolición del proyecto sudoeste. Lyon encuadra un picado desde el tejado del hospital Beekman, con los rascacielos difuminados; a ras de suelo fija la imagen de un elegante edificio de los números 80 y 82 de esa misma calle; el lado norte de la misma con sus fachadas y aljibes; subraya la estilización del edificio St. George; e incluye una vista hacia el sur y la calle Fulton. Casi siempre son fotografías sin personas.


Continúa su recorrido por el West Side: Washington Market y la calle West. Es una zona vigilada, casi desierta por la demolición. Dirige su mirada desde la calle Chambers, luego hacia el oeste se sube a una azotea en la calle Washington para hacer un ligero contrapicado de un edificio herrumbroso de 1848 y abriendo ángulo destaca la esquina entre Chambers y Washington. Es un virtuoso a la hora de mostrar la escala de los edificios del Bajo Manhattan con los rascacielos de la primera mitad del siglo XX.
El paisaje humano también mereció el interés de Danny Lyon como reflejan esas seis imágenes de saqueadores y obreros en la zona, los últimos habitantes del Bajo Manhattan. Un grupo de niños y adolescentes miran con descaro al fotógrafo sentados en las escaleras de un edificio abandonado durante la excursión matinal de un domingo cualquiera; los operarios de mantenimiento posan con sus cepillos de limpieza; una amiga del fotógrafo, Rachel, también interacciona con el artista; un obrero siderúrgico se apoya en la puerta de un montacargas, un operario de demolición con sus guantes y los ojos entreabiertos observa con dignidad al fotógrafo, mientras que un capataz le mira con respeto pero también con recelo al dejarse fotografiar.


En la cuarta parte, Danny Lyon demuestra capacidad para compartir su experiencia en los interiores de edificios abandonados, muchos de ellos todavía con la huella de sus últimos moradores como esas pintadas infantiles en la pared y una habitación con globos, los estudios de artistas con dibujos en las paredes. En esa veintena de imágenes hay diferentes tipologías de ventanas, cortinas mecidas por el viento, escaleras internas, la perspectiva de una habitación a partir de un radiador, paredes decoradas o incluso un par de autorretratos de Lyon, uno en el hotel Susquehanna y otro con barba en otro hotel de la calle West. Son un friso de un mundo que está desapareciendo y una llamada de atención muy crítica contra la especulación inmobiliaria.


La demolición, y ahí vuelve su mirada a los protagonistas que la hacen posible, ocupa la última parte de la muestra. En más de una veintena de fotografías recoge el peligro que tenían en su trabajo estos operarios de varias nacionalidades. Los capta con rostros serios y abstraídos, extrayendo ladrillos o derribando algún muro, a veces descansando para fumar o beber una cerveza, pero siempre con respeto de su labor. Danny Lyon llegó a considerarse uno más en las jornadas en las que coincidió.


