'Dune', lecciones de un futuro pasado - EL ÁGORA DIARIO

‘Dune’, lecciones de un futuro pasado

‘Dune’, lecciones de un futuro pasado

Ambientada más allá del año 10.000, la recién estrenada película de Denis Villeneuve subraya un problema antiguo: los problemas de la explotación descontrolada de recursos y la falta de agua


David Vázquez
Madrid | 1 octubre, 2021


Una historia nueva y antigua. Un país rico en un recurso natural. Durante siglos, tal vez milenios, lo atesora ingenuamente, ajeno al valor de mercado que llegará a alcanzar en el futuro. Como mucho, de cuando en cuando, este material tiene su papel en algún uso ritual. Desde luego, nada que obligue a extraerlo de forma masiva.

Pero los años pasan, el mundo se globaliza y, como quien viste ropa un par de tallas menos de lo que corresponde, las naciones de ciertos territorios sienten la imperiosa necesidad de expandirse. En su afán, descubren pueblos que guardan tesoros. Sintiéndose dueños de tierra ajena, extraen de ella lo que consideran. A la población local, el súbito hallazgo no solo no le supone una mejora en sus condiciones de vida, sino que este significa la esclavitud. La idea es que puedan hacerse ricos otros.

En 1965, cuando el periodista y escritor Frank Herbert se puso manos a la obra con Dune, el primer volumen de la que para muchos es la mejor saga de ciencia ficción de todos los tiempos, este esquema, la historia de la explotación indiscriminada de recursos por parte de un país colonizador, había sucedido ya muchas veces. 

España en América Latina; Portugal en Brasil, Angola y Mozambique; Reino Unido en Norteamérica y la India; Francia, Bélgica y Países Bajos en buena parte de África. Distintas causas, distintas consecuencias y distinto alcance, pero siempre la misma historia.

Es difícil creer que Herbert, que sirvió como soldado durante la II Guerra Mundial, el enfretamiento en el que fueron a parar buena parte de estos conflictos coloniales mantenidos por los antiguos imperios europeos, fue ajeno a la historia de la explotación. Lo es, especialmente, considerando la trama que vertebra Dune, el libro que acaba de llevar a la gran pantalla el cineasta Denis Villeneuve. 

Un fotograma de ‘Dune’, de Denis Villeneuve. | Warner Bros

Lo ha hecho con la esperanza de triunfar donde no pudo hacerlo, al menos en un principio, David Lynch, que hizo su intento en 1984. Cosechó un estrepitoso fracaso de crítica y público. Hoy, se ha convertido en una película de culto. El cine y el público tienen estas cosas.

El inacabable universo de Dune, definido con amabilidad en más de una ocasión como un Juegos de tronos interestelar (en los libros del universo Dune entran en juego una cantidad obscena de instituciones que van más allá de la lucha entre familias), arranca, al menos en la cinta de Villeneuve, cuando el poderoso emperador Shaddam IV manda al desierto de Arrakis a la orgullosa Casa de los Atreides en sustitución de los Harkonnen.

El movimiento tiene su miga porque Arrakis, un planeta desértico con el ecosistema más hostil de la galaxia (gusanos de arena gigantes incluídos) es en realidad la tierra de la abundancia de la especia, un mineral que hace brillar la arena del desierto y que es utilizado, por una parte, en rituales místicos por parte de los pobladores originales, los Fremen, y, por otra, como combustible para los viajes de estrella a estrella por parte de los colonos. Esclavizados por los Harkonnen, los Fremen se ven obligados a refinar la especia y entregarla al imperio.

Una historia nueva y antigua

En principio, cabe imaginar que una de las principales ventajas que ofrece el género de la ciencia ficción es que, al igual que otras formas de arte como el cómic, el manga o el anime, este entrega al autor un folio en blanco para que imagine lo que quiera. Una historia ambientada más allá del año 10.000 permite forzar muy poco la suspensión de incredulidad, por muy disparatado que sea lo que aparece ante el público. 

¿Aviones que, más que imitar el vuelo de los pájaros, tienen varias alas y vibran como libélulas? Adelante. ¿Una extraña orden religiosa consagrada, entre otras muchas cosas, a una voz interior que, como un superpoder, permite que cualquiera haga lo que uno desee simplemente con ordenarlo? Comprado. ¿Escudos que protegen de las balas pero no de las espadas? Ilógico, pero da batallas espectaculares, así que qué más da. ¿Soldados que más bien parecen ninjas? Dentro también.

Dune
El temido gusano de arena es una de las principales bazas de ‘Dune’. | Warner Bros

Sin embargo, tal vez lo que hace de Dune una gran historia es que es muy real. Porque, mientras todo esto sucede, también escucharemos cómo en un momento de la película dos Harkkonen hablan entre ellos de la necesidad de reducir la producción de especia para no saturar el mercado y provocar una bajada de precio del producto (las leyes de la oferta y la demanda atraviesan tiempo y espacio); veremos a las tropas de élite de los Atreides sorprendidas por un ataque relámpago de una virulencia que ya la hubiese querido Hitler en Rusia; veremos al emperador Shaddam IV enfrentar a las Casas unas contra otras en su propio beneficio y, a la vez, veremos a las casas conspirar unas contra otras otras, otras contra unas, contra el emperador y contra sí mismas; veremos a la religión echarse a un lado siempre y cuando no le toquen su cuota de poder.

Pero, sobre todo, veremos las consecuencias de la extracción masiva e indiscriminada de recursos. Porque Arrakis es una tierra pobre, desértica, donde los Fremen se ven obligados a vivir escondidos para evitar el exterminio. Lo es como llegan a reconocer en un momento de Dune los propios Harkkonen, deliberadamente, en un proceso que, de nuevo, nos suena a todos.

‘Dune’ y el agua

Algunas pistas no pueden dejarnos indiferentes. Llama la atención, por ejemplo, el hecho de que en Dune casi no hay agua. Si la hay, es muy escasa. Los Harkonnen, sin ir más lejos, se bañan en una sustancia negra y viscosa que, si tiene algún porcentaje de agua, desde luego lo disimula. A los soldados de los Atreides se les habla de una solución tecnológica que permite que sobrevivan en el desierto con apenas un dedo del líquido elemento. 

Se trata de dificultades que en esta primera aproximación a Dune de Villeneuve se salvan gracias a inventos casi mágicos, pero que prometen por otra parte jugar su papel en lo que queda de saga.

Tiene sentido. De nuevo, una historia conocida. Los conflictos en torno al agua son cualquier cosa antes que novedosos. Los historiadores ubican las primeras guerras en torno a ella en el 2.500 a.C, cuando un rey de Mesopotamia desvió el curso de un río para desabastecer a un pueblo enemigo.

El actor Jason Momoa en una escena de Dune. | Warner Bros

Desde entonces, los conflictos se suceden. Uno de los últimos episodios lo protagonizó hace ahora justo un año México, cuando los agricultores de algunas regiones del país salieron a protestar para que el presidente López Obrador incumpliera el Tratado Internacional de Aguas, un acuerdo que dice que México debe dar a EEUU agua del Río Bravo mientras que EEUU debe hacer lo propio con México extrayendo agua del Río Colorado. 

Tras una fuerte sequía provocada en buena medida por el cambio climático, cuando les llegó el turno, los mexicanos salieron a protestar para reivindicar que cumplir el pacto supondría quedarse sin la materia prima fundamental que necesitan para cultivar. Casi equivalía a arruinarlos.

Aunque hunde sus raíces en el siglo XIX y el fin de la guerra entre México y EEUU, el Tratado Internacional de Aguas se selló en 1944. Herbert escribió Dune 20 años después, tiempo más que suficiente para que una mente visionaria como la que él tuvo imaginara que, en efecto, algún día escaseará el agua. Hoy, los expertos vaticinan que en 2030 faltará un 40% del agua necesaria para subsistir. Una historia nueva y antigua.



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