Hace ahora 45 años, el entonces joven cineasta Godfrey Reggio comenzaba a tomar imágenes para un proyecto de documental que marcaría un hito en el cine experimental, Koyaanisqatsi, entre otras razones por la perfecta simbiosis de lo que se veía en pantalla y la música que Philip Glass compuso para la ocasión.
Espoleado por una conciencia que le impulsaba ya a enrolarse en causas políticas progresistas, Reggio quería mostrar sin actores, trama ni argumento -solo con el subrayado de la música- lo que consideraba el mayor tema, si no problema, de nuestro tiempo, la omnipresencia de la tecnología.
El director nacido en Nueva Orleans sostenía: “No es que usemos la tecnología, vivimos la tecnología. Se ha hecho tan ubicua como el aire que respiramos, por eso ya no somos conscientes de su presencia”. En otras ocasiones posteriores a la conversión inmediata de la película -estrenada en 1982- en objeto de culto, dijo que le inspiraba la famosa cita de Einstein “el pez será el último en conocer el agua”, en referencia “al sentimiento trágico de que los humanos serán los últimos en conocer la Tecnología. Tecnología con mayúsculas, no todos los aparatitos que llamamos tecnología: Tecnología como la verdadera terra ferma”. No pudo estar más acertado Reggio sobre un fenómeno que ha llegado al paroxismo en nuestros días.
“El director Godfrey Reggio quería mostrar cómo la tecnología era tan ubicua ya en los años 70 como el aire que respiramos; de ahí que ya no seamos conscientes de su omnipresencia”
Hasta 1978, tres años después del comienzo de la filmación, no tuvo lugar el primer encuentro entre el cineasta y Philip Glass, que se hallaba a la sazón en uno de los periodos más fecundos de su larga carrera como compositor. Se acordó salomónicamente que Glass escribiría la música por su cuenta, con lo que ésta tendría una entidad propia e independiente, y que juntos decidirían si le daban más duración a los fragmentos sonoros o si aumentaban las tomas fílmicas. Se entendieron tan bien los dos que colaboraron más tarde en el resto de las películas Qatsi, tal vez la trilogía más extraña de la historia del cine: Powaqqatsi, de 1988, y Naqoyqatsi, de 2002.
Un título en la lengua de los indios hopi
Con el fin de ofrecer al espectador la realidad desnuda, pues la película no es estrictamente una denuncia, y de suplir la incapacidad que detectaba en nuestro lenguaje para describir el mundo en que vivimos, Reggio pensó en dejarla sin título, como tantas obras de la música y el arte contemporáneos, pero finalmente se decidió por estas esotéricas palabras de los indios hopi, que con el término Koyaanisqatsi aluden a una “vida sin equilibrio” como es, claramente, la nuestra. “Mi trilogía no trata del efecto de la tecnología o la industria sobre la gente -ha aclararía el director-, sino de que todo, la política, la educación, la estructura financiera […], la cultura, la religión, todo existe dentro de la tecnología”, lo cual genera toda suerte de tensiones.


Ese desequilibrio del mundo tecnologizado se muestra en la película mediante una larga serie de secuencias tanto de cámara lenta como aceleradas en time-lapse sin diálogo ni narración. Aunque el director no juzga con las palabras, sus imágenes sí juzgan, al yuxtaponer la belleza de los paisajes naturales de los Estados Unidos con desgracias del progreso tales como naves espaciales explotando, riadas de gente engullida por el metro o familias tomando el sol tranquilamente en las cercanías de una central nuclear, hallazgo visual que ya había adelantado Supertramp en su álbum Crisis? What Crisis?, publicado en 1975, cuando Reggio se puso a filmar exteriores.
“El desequilibrio del mundo moderno se traducía en una serie de secuencias de cámara lenta y ‘time-lapse’ remarcadas por la música machaconamente repetitiva y absorbente de Glass”
Sin dudar de la perspicacia de su autor, Koyaanisqatsi no puede entenderse sin el contexto más amplio en que se inscriben los diferentes movimientos sociales, pacifistas, de los derechos civiles y antinucleares que sacudieron a la sociedad occidental en las décadas de 1960 y 1970.
Este mismo clima sirvió de nutriente para el nacimiento de la conciencia ambiental o el ambientalismo como lo conocemos hoy, una corriente que demandaba nuevas relaciones entre los seres humanos y la naturaleza y los humanos entre sí, y cuya obra fundacional fue, según general consenso, el libro de Rachel Carson Silent Spring, de 1962.
Más si cabe que las procesiones de coches en autopistas atestadas impresionan en la película las de personas deambulando por las calles, perdidas en el anonimato, rodeadas de máquinas de guerra, basura y miseria. Gente esclavizada en oficinas que no apagan sus luces jamás, adictos a los videojuegos que sujetan a sus bebés en brazos mientras siguen jugando… Todas estas imágenes remiten a las peores predicciones de Malthus sobre la superpoblación de la Tierra -y su corolario de pobreza y explotación generalizadas-, y eso que en 1982 la población mundial estaba en 4.600 millones de habitantes, lejos de los 7.800 de hoy.


“El correlato de los paisajes industrializados, fríos y homogéneos, que capta Reggio es el sonido impersonal del sintetizador, erigido por Glass en exasperante metrónomo del filme”
Muy emparentada con la cinta de Chaplin Tiempos modernos por lo que tiene de crítica de la alienación del hombre por la vía de la mecanización, Koyaanisqatsi hipnotiza al espectador con largas tomas como la del avión que, semejando enteramente un arácnido, se arrastra lentamente hacia la pista de despegue. La música machaconamente repetitiva y absorbente -minimalista- de Philip Glass parece discurrir también de manera perezosa, sin ninguna conexión aparente con las secuencias de imágenes, más cortas y variadas. Sin embargo, lo visto y lo oído sirven a un mismo propósito, ese que Petr Kotík, colaborador y amigo de Glass, resumió como esencia del minimalismo: “Mantenerse estático mientras se avanza”.


En efecto, banda sonora y montaje se funden en una sola materia que induce una especie de trance en el espectador, quien percibe una temática constante pero no es consciente de cómo ni cuándo han cambiado ni las imágenes ni la música. Esta, en todo caso, otorga una estructura interna al filme, que arranca con una sobrecogedora obertura de órgano y bajo vocal que nos encierra de inmediato “en una atmósfera sagrada y ritual”, como ha escrito José Valentín Serrano, de la Universidad de Málaga.
Este estudioso señala dos claves en la música de Glass para Koyaanisqatsi. La primera es el uso insistente del arpegio, cuyo efecto hipnótico es superior al de cualquier otro módulo de tres notas diferentes. La mayor parte de la producción del compositor de Baltimore se basa -nos recuerda Serrano- en el arpegio en ostinato, técnica que consiste en una sucesión de compases con una secuencia de notas de las que una o varias se repiten exactamente en cada compás.
“En ‘Koyaanisqatsi’, banda sonora y montaje se funden en una sola materia que induce un trance en el espectador. Glass recurre insistentemente al poder hipnótico de los arpegios”
Ya empleado con éxito en su ópera Einstein on the Beach (1976), el otro gran recurso de Glass es, junto con la voz humana, el uso de sintetizadores, por cuyo tamiz tiránico pasa sin excepción el sinfín de instrumentos utilizados en primera instancia. El correlato de los paisajes industrializados, irritantemente fríos y homogéneos, que capta Reggio no es otro que el sonido no menos exasperante e impersonal del sintetizador, erigido por Glass en “irritante metrónomo” que marca el ritmo de la película.
Serrano tiene al minimalismo de Glass, Riley, Reich y otros por culmen de un proceso histórico, contra el que clamaban luditas y cartistas, que se inicia cuando “el rápido golpe en stacatto de las máquinas industriales del siglo XIX desplazó los improvisados ritmos de los cantos en los talleres medievales”. Una deriva de décadas acaba con una producción del sonido científicamente calibrada, con tonos y timbres estandarizados y predecibles, y de ahí al sintetizador y la música repetitiva, ajustada a la matemática, solo hay un paso. ¿Qué es, por tanto, la banda sonora de Koyaanisqatsi al fin y al cabo? Solo una técnica más, justo lo que Reggio quería expresar.
“Las riadas de gente remiten a las peores predicciones de Malthus sobre la superpoblación de la Tierra, y eso que en 1982 la población mundial era 4.600 millones de habitantes”
La película se presentó ante 5.000 personas el 4 de octubre de 1982 en el Radio City Hall de Nueva York y se convirtió al instante en un documental de culto. La producción había estado a cargo de Francis Ford Coppola. Por su parte, la música, inspirada en algunos pasajes y deliberadamente enojosa en otros, se hizo tan popular que el Philip Glass Ensemble hizo tours mundiales tocándola ante una pantalla en la que se proyectaba la cinta.
Recientemente, la banda GoGo Penguin ha creado una nueva banda sonora para Koyaanisqatsi. En lengua hopi, los otros dos títulos de la trilogía Qatsi (vida) significan “vida en transformación” (Powaqqatsi) y “vida en guerra” (Naqoyqatsi), y para ellos compuso Glass también música que se alejó progresivamente del minimalismo.
