Se va 2021. Con él, se cierra un año que debería haber servido para recoger todos los aprendizajes que dejó la pandemia y para entender aquel mensaje, tantas veces repetido, de que la sociedad saldría mejor de la crisis del coronavirus. Aunque existen dudas más que razonables de que esto haya sido así, lo cierto es que, con la economía reactivada, al menos el entretenimiento ha vuelto a florecer: las salas de cine y exposiciones se han llenado poco a poco y se ha disfrutado de series, películas y videojuegos de estreno. Aunque es posible que el ser humano se haya quedado donde estaba, al menos en 2021 ha habido algo más de diversión. Menos es nada.
Por ello, y para despedir el año como se merece, en El Ágora hemos querido hacer una pequeña selección de títulos que, creemos, resultan particularmente significativos de lo que ha sido este año. Con la certeza de que no son todos las que están, pero con la esperanza de que sí sean todos las que son, estos son nuestros 4 documentales (y un videojuego) para despedir 2021 en clave medioambiental.
1. Entre montañas
Por norma general, hablar de un director de 18 años significa hablar, en el mejor de los casos, de un novato, un debutante con más ilusión y ganas que conocimiento de cómo es el complicado mundo en el que se está metiendo. No es así en el caso de Unai Canela, un joven que, para decir la verdad, en realidad no casa muy bien con la idea de lo que resulta esperable o convencional en un chico de 18 años.
Unai es hijo de Andoni Canela, un fotógrafo especializado en la naturaleza que hace años se puso como objetivo fotografiar a algunos de los animales más emblemáticos del mundo. Ni corto ni perezoso, en vez de coger las maletas y despedirse de su familia en el aeropuerto, Canela se llevó consigo a su mujer y a sus dos hijos para recorrer con ellos el mundo. En realidad, una jugada inteligente, pues lograba con ello un triple propósito: hacer su trabajo mientras pasaba más tiempo con los suyos, enseñar a sus hijos cosas sobre la naturaleza y el medio ambiente que no vienen en ningún libro de texto ni se aprenden en ninguna escuela, y, finalmente, si se terciaba, grabar un documental sobre el proceso.
Pronto, Andoni conectó de manera especial con su hijo Unai, que entonces apenas tenía 10 años. Lo hizo hasta el punto de que, finalmente, la cinta que surgió de aquel viaje inverosímil se tituló El viaje de Unai. En busca de lo salvaje. Fue una de las producciones más interesantes de 2016.
Este 2021 le ha llegado el turno al propio Unai Canela, un joven que, tras aquella aventura junto a su familia, no concibe hoy su vida sin la naturaleza. Por eso, cuando en 2020 el Gobierno decretó el confinamiento de toda la población para evitar la expansión de la pandemia, a él, que vive en una casa perdida en un bosque de los Pirineos, todo aquello le sonó a chino. Entre montañas, para ser sinceros, pone los dientes largos: mientras que en las grandes urbes solo se habla de estrategias para superar psicológicamente el encierro, el hijo de Andoni Canela pasea tranquilo por paisajes de ensueño en busca de animales.
No obstante, el documental contiene también valiosas reflexiones sobre el estilo de vida occidental y la desconexión que existe entre la ciudad y el campo, entre las personas y la naturaleza. Una producción que fascina e inquieta a partes iguales con la pregunta que late en ella: ¿De verdad cabe vivir así? Puro estilo Canela.
2. La juventud contra el Gobierno
Mucho se ha escrito en los últimos años sobre el compromiso que tienen los más jóvenes con el medio ambiente. La irrupción de figuras mediáticas como Greta Thunberg y acciones como los Viernes por el Futuro, un movimiento en el que estudiantes de todo el mundo toman este día de la semana para protestar contra la emergencia climática, han dejado claro que quienes más preocupados están por el planeta son precisamente quienes lo van a heredar.
Algunos han decidido pasar a la acción. A la acción judicial, concretamente. En EEUU, 21 jóvenes han decidido denunciar al Gobierno por su inacción frente a la destrucción del medio ambiente. Lo hacen desde 2015, y las edades de los demandantes van de los 13 años a los 24. No se trata de un acto propagandístico ni de una forma original de protesta: van en serio, pues entienden que la falta de medidas ante la emergencia climática (un fenómeno de origen humano que no solo no ha sido evitado, sino que ha sido incluso deliberadamente promovido) atenta contra su derecho a la vida, a la propiedad, a la seguridad personal y a la libertad. El comienzo de esta batalla ha sido recogido por la directora Christie Cooper y, aunque en EEUU se estrenó a finales de 2020, en España ha habido que esperar un año por poder disfrutarla.


Definida por la crítica como «una película de superhéroes», el documental desprende en realidad la emoción que tiene siempre ver a David pelear con Goliat. Al verla, es difícil no acordarse de otras luchas judiciales casi imposibles como la batalla legal que perdió Nike en los 90 a causa de sus mentiras publicitarias o, más cerca, la que libran hoy muchas ONG contra Frontex, la opaca corporación encargada del control de fronteras
3. Comiendo nuestro camino a la extinción
La oscarizada Kate Winslet como narradora y, como estrellas invitadas, el superventas de la autoayuda Tony Robbins y el multimillonario Richard Branson. Con estos mimbres, es imposible imaginar algo que no sea una superproducción de Hollywood. Y algo de eso tiene, desde luego, Comiendo nuestro camino a la extinción, una producción de los hermanos Ludo y Otto Brockway que abandona el característico estilo reposado de las películas y documentales que tratan la cuestión climática y ecológica para abrazar sin reservas, desde su mismo tráiler, una espectacularidad bombástica en la que se suceden de forma trepidante luchas, incendios y talas masivas. Por no faltar, no faltan ni las explosiones.


Pero la historia, que en efecto no se avergüenza de sacar músculo (para eso cuenta con el potente bolsillo de benefactores como el propio Branson), es también mucho más. Premiada con el Sol de Oro Especial en el Suncine Festival de Barcelona, Comiendo nuestro camino a la extinción es un documental con pinta de película de Marvel en el que el villano es el ser humano y que pone ante los ojos del espectador una realidad controvertida e incómoda: el hombre está acabando con la naturaleza a través de la industria agroalimentaria. Es decir, las modernas formas de consumo masivo, más que acabar con la naturaleza, la están devorando.
La idea resulta especialmente polémica por venir además de la mano de Branson, un hombre que este mismo verano no dudó en construir su propio cohete para viajar al espacio. Pero no se puede negar, por otra parte, que el documental resulta convincente: cuenta con un nutrido grupo de algunos de los científicos más reputados del mundo que, escena tras escena, irán desgranando cómo el exceso humano a la hora de extraer recursos de la naturaleza se ha convertido en una fuerza destructora insaciable. Espectáculo al servicio del medio ambiente o al revés, según se mire.
4. Cher y el elefante más solitario del mundo
La historia del elefante Kaavan arranca mucho antes del documental que lleva su nombre, mucho antes de su liberación y mucho antes de Cher, la estrella del pop emocionada con su historia, la hiciera posible. Empieza con un cautiverio que nunca debió producirse.
La historia, recogida por medios como la BBC, arranca a mediados de los años 80, cuando Zain Zi, la hija del entonces líder militar pakistaní Ziaul Haq, fascinada por una película sobre elefantes, rezó para poder hacerse amiga de uno algún día. Sus plegarias no fueron oídas por ningún dios, pero las escuchó su padre, que en el Pakistán de la época poco menos que venía a ser lo mismo. Unos días después, en el jardín de su casa, allí estaba: el elefante Kaavan.
Como el militar era milagroso, pero no tanto como para convertir su jardín en una selva, Kaavan acaba pronto en Marghazar, un zoo ubicado en Islamabad, la capital de Pakistán. Allí tarda poco en convertirse en la estrella del lugar: los visitantes, la mayoría turistas, le tiran monedas y él, solícito, las recoge y se las entrega a sus cuidadores. Pocos reparan en que, cuando no lo hace, los empleados del zoo le clavan donde pillan unos dolorosos hierros.
Kaavan sobrelleva la rabia, el dolor y el hastío del cautiverio con Saheli, una elefante que le acompaña en su cárcel desde los años 90. En 2012, sin embargo, Saheli muere, algo que el zoo atribuye a un ataque al corazón mientras los defensores de los derechos de los animales denuncian que se debió a un shock séptico consecuencia de una herida gangrenada, es decir, a que un empleado del zoo se pasó clavando hierros. En cualquier caso, Kaavan queda solo, se vuelve agresivo, desarrolla comportamientos cercanos a la psicosis y engorda irremediablemente, víctima de los malos cuidados y la falta de espacio para moverse.


Kaavan tiene la suerte, sin embargo, de que, con el paso de los meses, su historia se hace viral gracias a la difusión de varias ONG que trabajan sobre el terreno. La viralidad conduce a Kaavan a oídos de la estrella del pop Cher, que de inmediato se conmueve con su historia y convierte la liberación de Kaavan en poco menos que una cuestión de estado.
Lo logra gracias a que cuenta precisamente con aquello que le suele faltar a quienes se indignan con este tipo de historias: tiempo, dinero, buenos abogados e influencia.
Cher y el elefante más solitario del mundo, un documental que se ha estrenado en la plataforma de streaming Paramount Plus (pendiente de llegar a España) y que en el país se ha podido disfrutar este año gracias de nuevo al Suncine Festival de Barcelona, es algo más que una historia con final feliz de un elefante que, tras décadas de cautividad, llega por fin, amadrinado por una estrella del pop, a un santuario de animales en Camboya. Antes, el relato de la vida de Kaavan deja flotando en el aire un buen puñado de preguntas que merecen respuesta. ¿Cuántos Kaavan hay hoy todavía en el mundo? ¿Cómo es posible que un zoo haya podido mantener a un animal en condiciones indignas durante décadas sin que ninguna institución haya hecho nada? ¿Debe depender el bienestar de los animales de que la estrella de turno se interese por su caso?
5. Alba, una aventura mediterránea
Este no ha sido el año en que ha explotado el interés de los jóvenes por el medio ambiente, pero sí ha sido el momento en que los jóvenes han demostrado que su interés por el planeta no es flor de un día.
Las desarrolladoras de videojuegos lo saben. Por eso, este ha sido el año, por ejemplo, en el que Greenpeace se ha aliado con Epic Games, la desarrolladora de Fortnite, para plantear a sus jugadores una serie de retos en clave de cuidado del medio ambiente. También ha sido el año en que se ha anunciado Terra Nil, un esperado juego de estrategia que hace el planteamiento inverso de lo que se espera de un videojuego ecologista: el jugador encarna a un ambicioso empresario que quiere desarrollar al máximo su industria y que, para ello, deberá ver cómo esta consume absolutamente todos los recursos que el planeta le ofrece.


Alba: una aventura mediterránea es tal vez una de las propuestas más interesantes del año en ese mismo sentido. El jugador se pone en la piel de Alba, una niña que pasa el verano jugando con su amiga Inés en un pueblo de la costa valenciana que bien podría ser Benidorm u otro por el estilo. A ambas los días se les van en ir y venir del pueblo a la playa mientras descubren plantas y animales. La felicidad dura hasta que el alcalde de la localidad anuncia que va a construir un hotel en mitad de la costa. A partir de este momento, la misión de las dos niñas será poner al pueblo de su parte para impedirlo.
Aunque los desarrolladores del videojuego, los chicos radicados en Londres de Ustwo, han tratado inteligentemente de escapar de la etiqueta de «juego educativo», no abundan videojuegos con una propuesta tan didáctica y orientada a la concienciación sobre el cuidado del mundo. Y todo, además, con la España del pelotazo de fondo: una propuesta irresistible. A fin de cuentas, como dicen los mismos desarrolladores, si hay videojuegos que a través de sus mecánicas legitiman las acciones militares, ¿por qué no va a caber uno que haga lo propio recogiendo pájaros heridos?
