Hace justo 212 años nacía Charles Darwin (Shrewsbury, 12 de febrero de 1809-Down House, 19 de abril de 1882), el naturalista británico que junto a Alfred Russel Wallace alumbró la teoría de la evolución de las especies a partir de la selección natural y transformó para siempre la manera de entender nuestro lugar en el mundo.
Darwin, joven vástago de una familia acomodada, acababa de terminar sus y aún buscaba orientación para una carrera profesional. Su padre deseaba que se ordenara como pastor anglicano. Pero puesto que había despuntando ya en ciencias naturales, consiguió una plaza como asesor naturalista de la expedición de exploración que la Corona británica había organizado a principios del siglo XIX al mando del reputado capitán Robert Fitz Roy a bordo del Beagle.
El buque era la joya de la Armada de su majestad, e iba equipado con algunos de los adelantos recientes de la navegación, como el reloj de John Harrison, que permitía medir exactamente la longitud, afán y perdición de los marinos anteriores al invento del relojero, que con su hallazgo mecánico abrió las aguas del hasta entonces letal y extenso océano Pacífico.
«Darwin fue uno de los primeros en formular que el avance del humanitarismo a lo largo de la historia no ha consistido en otra cosa que la ampliación del círculo de la ética»
Darwin iba bien acompañado. Pero también es cierto que su función inicial no era relevante. Básicamente, embarcó para servir de acompañante de alcurnoa al capitán Robert Fitz Roy (Suffolk, 5 de julio de 1805 – Surrey, 30 de abril de 1865), ya que las rígidas normas de la Marina impedían al jefe de la nave alternar con la marinería.
El resultado de ese choque entre la navegación por el planeta, el encuentro real con las circunstancias de un barco militar regido por un incombustible oficial y su propio talento observador y científico es Viaje de un naturalista alrededor del mundo, una joya de la literatura de viajes de todos los tiempos que Darwin publicó en 1839, tres años después de desembarcar.
Hay filmes actuales, como Master and commander, protagonizado por el australiano Russel Crowe, que han mostrado en cierto modo esa mezcla de milicia, aventura, guerra, honor y exploración que suponía la navegación del momento. Algunos guiños de guión de la película, como la estancia en Galápagos de los protagonistas, muestran hasta qué punto el viaje del Beagle es parte del imaginario colectivo, especialmente británico.


Los hechos históricos son que Darwin zarpó en el Beagle en 1831, a los 22 años, en una vuelta al mundo que le llevó a Suramérica, Tahití, Australia y el Índico para devolverle a casa cinco años después.
La expedición estaba impulsada por la Corona británica con un objetivo de exploración geográfica y de pesquisa sobre la política, la economía y la sociedad de los territorios. Pero lo que el joven Darwin observó cambio la ciencia naturalista y el marco mental de la humanidad.
«Darwin explica, por ejemplo, cómo atrapar un cóndor por las patas cuando acude a comer la carroña dispuesta durante días para él»
Quiso parar en Canarias; ascender al Teide, visitar los milenarios dragos. De haberlo hecho, quizá no hubiera sido necesaria su estancia posterior en Galápagos, pues nuestras islas atlánticas ofrecen los mismos fenómenos de especiación insular que observó poco después en el menos visitado archipiélago del Pacífico. Pero quiso la historia que el miedo a la enfermedad le impidiera desembarcar.
Temiendo las autoridades insulares una infección, pusieron en cuarentena al Beagle, e impidieron desembarcar a sus tripulantes. Algo muy propio de nuestros tiempos pandémicos y que al joven Darwin le partió por la mitad. Iba siguiendo el diario del maestro alemán Von Humboldt, padre de la ciencia ecológica.
Como Humdboldt había hecho unos años antes, quería hollar las estremecedoras faldas de la cara norte de Tenerife, ejemplo mayúsculo de sucesión ecológica de pisos de vegetación y paisajes, y terreno inspirador de belleza sin igual, tanto estética como ecológica, y hoy lastimado por décadas de desarrollismo turístico mal entendido.
El diario de su viaje en el ‘Beagle’
Darwin tenía solo 22 años cuando se embarcó con el avezado capitán Fitz Roy para dar la vuelta al mundo. Pero tenía más ansias de explorador que de compañero de compañía, como se suponía debía serlo del elitista capitán de navío y osado explorador.
Como el joven Charles odiaba la navegación, pues se mareaba continuamente, sus jornadas de desembarco daban pie a un monumental despliegue de actividad. En una de ellas, pasa semanas durmiendo a pie de sierra y asando carnes con gentes rústicas hasta el extremo, cruza los Andes y nos explica, por ejemplo, cómo atrapar un cóndor por las patas cuando acude a comer la carroña dispuesta durante días para él. No le faltaba capacidad de espera, escucha ni conocimiento del entorno al joven científico.


«Darwin embarcó en un misión estatal de exploración geográfica, política y económica, pero lo que observó cambió la ciencia naturalista y el marco mental de la humanidad para siempre»
Es fuera del Beagle cuando lleva a cabo excursiones de semanas de duración, recorriendo cientos de kilómetros, a pie o a caballo, para atravesar las Pampas, hundir sus pies en el humus de los bosques siempre verdes de la región de Valdivia chilena o atravesar zonas sumidas en plena guerra entre los indios y las tropas del general Rosas en Argentina.
Y a Fitz Roy le daba mensajes de despedida del tipo de «nos vemos del otro lado del continente, en dos meses, en tal puerto». Ese es el joven Darwin al que las fotos de vetusto señor de largas barbas no retratan como el explorador que fue.


Darwin se encontraba con todo tipo de gentes: británicos expatriados, indígenas, campesinos, gauchos, personalidades locales, científicos, humildes arrieros… Desde luego, no faltan aventuras y anécdotas en el diario del Beagle, pero sin duda también resulta interesante el personaje, todo un producto de la época victoriana: defensor de la libertad y del individuo; amante de la democracia y del orden; enemigo de la esclavitud y la explotación del hombre por el hombre.
A la vez, el joven Darwin evidencia un marcado clasismo y exhibe una reiterada tendencia a aborrecer pueblos o razas «salvajes» y a recomendar la autoridad y la jerarquía para ellos antes que el parlamentarismo.
La misma dualidad se nota en sus observaciones científicas. La brillantez de sus intuiciones sobre geología o biología contrasta con la ignorancia acerca de campos que, entonces, estaban aún por desarrollar. Así, es incapaz de imaginar que haya patógenos microscópicos causantes de la malaria y la atribuye a «calidades del aire» o es picado por ciertas chinches suramericanas sin imaginar que transmiten terribles enfermedades como la de Chagas.
Lo que Darwin observó durante aquel viaje despertó en él las primeras intuiciones sobre la teoría de la evolución, que desarrolló del todo en los años posteriores. Nada mejor que atisbar algunos comentarios de sus diarios en el Beagle para entender el momento y el personaje.
Cómo cocinar la tortuga de Galápagos
Islas Galápagos. «Mientras he estado en esta parte alta casi no he comido otra cosa que carne de tortuga. El pecho, asado al estilo de los gauchos, es decir, sin quitarle la piel, es excelente; con las tortugas jóvenes se hace muy buena sopa».
Salvador de Bahía. «¡Qué delicioso día! Pero la palabra delicioso es harto débil para expresar los sentimientos de un naturalista que por primera vez vaga por un bosque brasileño. Llénanme de admiración la elegancia de las hierbas, la novedad de las plantas parásitas, la hermosura de las flores, el verde deslumbrante del follaje; […] Los insectos hacen tal ruido, que puede oírseles desde el barco, anclado a centenares de metros de la costa».
Cerca de Río de Janeiro. «Ese lugar […] Sirvió de refugio a algunos negros cimarrones. […] Descubrióseles, por fin, y se envió una escuadra de soldados para desalojarlos; se rindieron todos excepto una vieja, quien, primero que volver a la esclavitud, prefirió precipitarse desde lo alto de la peña y se rompió la cabeza al caer. Ejecutado este acto por una matrona romana, habríase celebrado diciendo que la impulsó el noble amor a la libertad; efectuado por una pobre negra, limitáronse a atribuirlo a una terquedad brutal». eComarca de Montevideo. «En una casa, una mujer joven y enferma en cama, hace ir a enseñarla la famosa brújula. Si grande es su sorpresa, aún es mayor la mía al ver tanta ignorancia entre gentes dueñas de miles de cabezas de ganado y de estancias de grandísima extensión».
Buenos Aires. «La ciudad de Buenos Aires es grande y una de las más regulares, creo, que hay en el mundo. […] El conjunto de estos edificios presenta magnífico golpe de vista, aun cuando ninguno tenga pretensiones de arquitectura bella».


Militares argentinos. «Al día siguiente por la mañana voy a su campamento: general, oficiales y soldados, pareciéronme todos unos despreciables granujas; y creo que lo eran realmente».
En la Patagonia. «El parentesco, aunque distante, que existe entre el Macranchenia y el guanaco, entre el Toxodon y el capibara […] son hechos muy interesantes. […] Este extraño parentesco, en el mismo continente, entre los muertos y los vivos, no dudo que ha de dar muy pronto mucha más luz […] al problema de la aparición y desaparición de los seres organizados».
Isla de Chiloé. «Sentado sobre una roca vemos un zorro […] particular de esta isla […]; es joven y está tan absorto en la contemplación de los dos oficiales, que me acerco sin que me descubra y le rompo la cabeza con el martillo de geólogo. […] este zorro, más curioso o más amigo de las ciencias, pero de todas maneras menos sagaz que la mayor parte de sus hermanos, está hoy en el Museo de la Sociedad Zoológica».
Tahití. «Encontré a un hombre al cual le había hecho un regalillo por la mañana: me trae bananas asadas calentitas, una piña y varias nueces de coco. No conozco nada más deliciosamente refrescante que la leche de nuez de coco».
Otras citas de Darwin
Con motivo del aniversario de Darwin, la agencia Europa Press ofrece este corolario de frases extraídas de toda la obra del naturalista.
- «Sin duda no hay progreso».
- «El amor por todas las criaturas vivientes es el más noble atributo del hombre».
- «Un hombre que se atreve a perder una hora de tiempo no ha descubierto el valor de la vida».
- «No es el más fuerte de las especies el que sobrevive, tampoco es el más inteligente el que sobrevive. Es aquel que es más adaptable al cambio».
- «No hay ninguna diferencia fundamental entre el hombre y los animales en su capacidad de sentir placer y dolor, felicidad y miseria».
- «La ignorancia genera confianza más frecuentemente que el conocimiento».
- «No soy apto para seguir ciegamente el liderazgo de otros hombres».
- «El hombre selecciona solo por su propio bien: la naturaleza solo por la del ser que ella tiende».
El círculo ampliado de la ética
Darwin fue un hombre de su época, su país y su clase social. Crecido en el siglo XIX, en la imperial Inglaterra y vástago de una familia muy bien posicionada, gozó de una situación acomodada y recibió todos los imputs de una sociedad que, vista desde nuestros días, era sumamente clasista, racista y elitista.
Buena parte de ese influjo puede verse en muchos de sus escritos, que sonrojarían a la sociedad biempensante actual. Sin embargo, la grandeza humana de Darwin se sobrepuso a todos los influjos sociales y culturales con los que tuvo que lidiar. Fue un rupturista en su forma de ver el mundo y la sociedad.
Tardó años en publicar su teoría de la evolución porque era consciente de que echaría por tierra todos los dogmas religiosos sobre la creación mítica del mundo recogidos en la Biblia. era el primero en saber el efecto que eso tendría en la sociedad de la época.
«La grandeza humana de Darwin se sobrepuso a todos los influjos sociales y culturales con los que tuvo que lidiar»
Si tuviéramos que explicarlo con términos de nuestros días, la publicación del Origen de las Especies, acelerada por el hecho de que el plebeyo Wallace le mandó una carta explicando que había llegado a la misma conclusión y que pensaba explicarla ante la sociedad científica londinense, fue una auténtica salida del armario intelectual.
No fue la única que llevó a cabo Darwin durante su vida. En su obra se mezclan apreciaciones muy decimonónicas sobre personas, pueblos y culturas, poseídas de un supremacismo de raza y clase, junto a comentarios propios de una persona sensible, humanista y adelantada a su tiempo. No hay nada como viajar por todo el mundo y ver otros ámbitos para cambiar la visión de las cosas; y esto le ocurrió a Darwin con apenas 20 años.
Fue por tanto uno de los primeros en formular que el avance del humanitarismo a lo largo de la historia no ha consistido en otra cosa que la ampliación del círculo de la ética. En un primer momento de evolución cultural, el hombre sólo respeta a sus familiares directos o a su clan; después, extiende los lazos de relación y deferencia a la tribu, a su estado-nación o a su país; más tarde, la cuestión se enfoca en el respeto a las «otras razas» y, posteriormente, se aplica a la adquisición de plenos derechos civiles por las mujeres.
La defensa de la naturaleza o los animales consiste en llevar a cabo una última ampliación del círculo de la ética para abarcar al resto de los seres vivos, lo que sería además una muestra de la elevación de la sociedad humana a un estado moral superior.
El anís del mono
Darwin no ha dejado solo un legado en la ciencia, la cultura y la historia sino en el día a día. Hasta en los lugares más insospechados.
Una de las bebidas más populares de España es el anís, un alcohol fuerte aromatizado con botánicos propios de nuestra geografía. Entre las marcas más conocidas está la de El anís del mono, una bebida originaria de la localidad barcelonesa de Badalona.
Lo que quizá mucha gente no sepa es que la etiqueta de la famosa botella de cantos de diamante que sirve tanto para contener líquidos como para hacer música con ella lleva desde hace siglo y medio una mención a Darwin. Hablamos de marketing del siglo XIX.


Cuando Darwin publicó El origen de las especies en 1859 su propuesta conmocionó a la sociedad de la época. Era una enmienda radical a la teoría creacionista del mundo sostenida por las autoridades religiosas. Si en la Inglaterra de la época aquello supuso un escándalo, en la atrasada España del momento el efecto fue mucho mayor.
Las ideas de Darwin se resumieron y ridiculizaron en una frase, «el hombre desciende del mono», y sobre ella creció una polémica que arribó a nuestro país.
Un avispado industrial badalonés supo ver la oportunidad. Prueba de ello es la fotografía que ilustra esta página, una botella cuya etiqueta data de 1870 y que muestra, desde entonces, una caricatura de Darwin prestando su barba a un simio con cola.
Parece ser que, en realidad, no pretendió ridiculizar a Darwin, cuyas ideas aceptaba, sino utilizar su figura como reclamo. Si se mira con detalle la etiqueta, hay un poco de mofa y de reconocimiento al naturalista en el mensaje que la adorna. La etiqueta se completa con una frase: «Es el mejor. La ciencia lo dijo y yo no miento», reza el papel que porta el mono del anís.
Sin duda, el bodeguero que fabricaba el conocido Anís del Mono llevó el asunto más popular del momento a su producto.
