Agropoética para cantarle al agua del río

Agropoetas que no dependen de la lluvia para cultivar

Agropoetas que no dependen de la lluvia para cultivar

El libro Agropoetics Reader reúne una serie de escritos de artistas que reflexionan sobre la soberanía del suelo, como si este fuera un cuerpo con inscripciones. Destacamos especialmente el del agricultor y documentalista maliense Bouba Touré, que es el relato autobiográfico de un emigrante que retorna a su tierra cuando ha aprendido a instalar un buen sistema de riego


Analía Iglesias | Especial para El Ágora
Madrid | 20 marzo, 2020

Tiempo de lectura: 4 min



Días de peste, con cuerpos aislados por fronteras que no se ven. Igual que los suelos delineados por fronteras cartografiadas que, sin embargo, no interrumpen los cauces de los ríos ni hacen hendiduras en las cumbres de las montañas. Las demarcaciones de la tierra cultivada, el comercio y las jurisdicciones existen y se respetan escrupulosamente, hasta que algo sacude el tablero y todos los límites humanos se tambalean.

Quizá sea un buen momento para detenerse y reflexionar, a partir del trabajo de los artistas, que podrían considerarse los últimos guardianes del saber humano sin convenciones.

En esta senda traza su huella Agropoetics Reader, un libro de lecturas que fue resultado del proyecto de investigación Soil is an inscribed body: on soverignty and agropoetics’ (El suelo es un cuerpo inscrito: sobre soberanía y agropoética), comisariado por Elena Agudio y Marleen Boschen, y que presentaron hace un par de semanas, en Madrid, en el Centro de Acercamiento a lo Rural (CAR), en compañía de los anfitriones españoles Lorenzo Sandoval y Fernando García Dory.

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Poesía y agricultura son dos palabras a primera vista antitéticas que, sin embargo, aquí se funden para fusionar la mirada de los lectores, poetas y labradores de la tierra, sobre un suelo hecho de recursos limitados y en el que se libraron largos conflictos territoriales.

Los instigadores de estas reflexiones (entre quienes se encuentran Silvia Rivera Cusicanqui; Filipa César; Bouba Touré; Mirelle, Jennifer y Alex Ungprateeb Flynn; Marwa Arsanios; Benji Akbulut, Marisol de la Cadena: Mijo Miquel; Ayesha Hameed; Hervé Yamguen; Maria Ptqk; Maria Puig de la Bellacasa; Luis Berríos-Negrón;  Huying Ng; los investigadores de INLAND; Asunción Molinos Gordo y Yemisi Aribisala) convocan a los agropoetas a utilizar esta publicación libremente (disponible online) y a continuar la indagación sobre las lógicas extractivas, la disponibilidad de los recursos, la poesía y su contrario, la especulación, a través de la historia y en este desigual presente.

Irrigación en lugar de emigración

Entre ensayos hechos de naturaleza y agroecología, sobresale el del fotógrafo, documentalista y agricultor maliense, Bouba Touré, estructurado como el relato biográfico del migrante que examina el lugar de llegada (en su caso, la periferia de París, en la década del 60) y el lugar del que viene y al que regresa, en À present, on n’attend plus la pluie (Ya no esperamos más la lluvia), tras el aprendizaje de lo rural.

“Trabajé en la fábrica de Chausson, de 1965 a 1970. En 1973, nuestra región del Sahel (Kayes, Mali) experimentó una sequía que se cobró muchas vidas. La gente moría de hambre, porque perdían a sus animales. Esta situación nos trastornó profundamente. Entonces, nos dimos cuenta de que solamente un buen sistema de riego podría evitar otro desastre futuro. Dentro de de nuestra asociación, ACTAF (Asociación Cultural de Trabajadores de Africanos en Francia), queríamos tener perspectivas a largo plazo y la cultura de los huertos nos pareció una idea posible. Entonces, pedimos ayuda a los tres gobiernos afectados por la partida masiva de jóvenes a Europa –el de Mali, el de Mauritania y el de Senegal– que, a su vez, comparten la cuenca del río Senegal, que atraviesa las fronteras de estos tres países. Mali se ofreció a recibirnos en su tierra para que pudiéramos desarrollar nuestro proyecto de huertos irrigados”, escribe.

Combartir el hambre a orillas de un río

“Nadie más puede morir de hambre a orillas de un río”, pensó Touré y se organizó con otros emigrantes. Así fue como 14 intrépidos aventureros del riego decidieron que sus pueblos debían dejar de clamar por la lluvia como única esperanza y partieron a la campiña francesa, a realizar prácticas con familias de hortelanos con experiencia.

Pasaron seis meses de voluntarios, ayudando a esas familias francesas en diversas tareas agrícolas, hasta que estuvieron listos para volver, agradecidos, a sus comunidades y utilizar esas nuevas herramientas teóricas y prácticas.

Mali les autorizó a trabajar en 60 hectáreas de tierra, en Somankidi Coura, y allí comenzaron los trabajos, en enero de 1977. Algunos de los agricultores que habían ejercido de maestros rurales, en Francia, les ayudaron a acometer la empresa fundacional de un caserío con un huerto para el que tuvieron que construir un canal de riego, aunque para ello también contaron con los conocimientos ancestrales de la gente del lugar que sabe, por ejemplo, abaratar costes utilizando la tierra de los termiteros en lugar de cemento.

Hubo, asimismo, manos de todos los jóvenes de  la región para terminar la obra, hasta que llegó la temporada de lluvias y, tras ella, el momento de utilizar a pleno el nuevo sistema de riego para obtener hortalizas frescas, con la  confianza en que el autoabastecimiento de alimentos podía convertirse en realidad.

Proyectos agrícolas en África

La autosuficiencia alimentaria era la primera meta de la Jeunese Rural du Fleuve JRF (Juventud Rural del Río), cuando quisieron trasladar a sus regiones de origen la cultura de la huerta, y después vendría el establecimiento de un mercado.

La JRF se convirtió pronto en cooperativa agrícola y, luego, en Unión de Cooperativas Agrícolas de la Región de Kayes, con el fin de organizar la producción y diversificarse, para evitar distribuir todos la misma mercancía. Desbrozando este camino de cuarenta años han llegado hasta aquí, con el recuerdo de la huelga de pimientos de las primeras mujeres campesinas que se plantaron porque no querían ser únicamente obreras: querían tomar decisiones en las cooperativas, y lo lograron.

“Tenían razón”, apostilla Touré, un hijo de la etnia pulaar, que rememora también cómo su padre tembló cuando él se volvió de Francia: “¿quién va a enviar dinero?”. En esa época, hablar francés en Mali o en Senegal era sinónimo de marcharse a la ciudad y abandonar la agricultura.  A animar a los que se quedaban (y se quedan) a trabajar en su comunidad también han contribuido los héroes de las independencias y aquellas reflexiones del panafricanismo, en la voz de los innovadores que entendieron que muchas fronteras, entre ellas las de África Occidental, eran arbitrarias. Hasta hoy.



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