En la ríos y mares han habitado desde siempre ninfas, sirenas y demás seres mitológicos que abundan en viejos relatos de transmisión oral y posteriormente escrita. En ‘El Ágora’ repasamos con motivo del Día Internacional de la Mujer el cruce de caminos entre lo femenino y el agua que tienen muchas deidades mitológicas



El agua es un elemento esencial para la vida y un pilar clave de todas las culturas humanas, que ha tejido relatos, leyendas y cosmogonías completas en torno a ella. Además, en casi todas las culturas se percibe al agua como un elemento femenino. Agua y feminidad se relacionan en todas las civilizaciones y la mitología está llena sirenas, ninfas y deidades que hacen líquido elemento su símbolo y su fuente de poder. Una clave de género que comparte con nuestro planeta, la Tierra, el único conocido cubierto en su mayor parte por agua.
De hecho, el agua es un elemento escaso en el universo, si bien se ha descubierto en forma sólida en ciertos cráteres de la Luna y Marte. Las aguas, aunque en el singular sean masculinas, comparten pues una feminidad con un planeta que, si fuéramos estrictos científicamente hablando, igual debería llamarse Agua. Este paralelismo ya estaba muy presente en la Antigüedad, cuando ambas partes, sólido y líquido, estaba representadas por deidades con nombre de mujer. En la aguas habitaban ninfas, sirenas y demás seres mitológicos que abundan en viejos relatos de transmisión oral y posteriormente escrita.
Europa, de los celtas a Excálibur
Para los celtas, las deidades del agua formaban parte de su cotidianeidad y, por tanto, eran muy populares y respetadas. No podía ser de otro modo, ya que ellas dominaban la esencia misma de la vida. De esta forma, el líquido elemento forma parte del panteón principal de divinades celtas, integrado por Ignis (fuego), Aer (aire), Terra (tierra) y Aqua (agua).
Los manantiales, los ríos y las corrientes tienen algo en común: su inconstancia y perpetuo cambio. Por esa razón, las deidades relacionadas con fuentes de agua recibían ofrendas, como armas, objetos de valor e inclusive sacrificios humanos. Había que colmarlas de regalos o aplacarlas para que siguieran siendo fértiles y no destrozaran con su violencia en forma de tormentas o torrentes a los temerosos fieles. Una amplísima panoplia de estas ofrendas se rescató del lago Neuchatel en la localidad suiza de La Tène, a tal punto que dio nombre a toda una cultura.
De hecho, la diosa del agua Coventina, ancestra directa de la Dama del Lago de la Leyenda Artúrica, tenía seguidores en todo el Imperio Romano, sobre todo en las partes habitadas por celtas, como Bretaña, Galia y el noroeste de Iberia, una prueba más de la estrecha relación que tenía este pueblo con el agua. Quizás el templo de Carrawburgh, próximo a la muralla de Adriano, sea el más conocido de esta diosa. Consta de un recinto cuadrangular con una piscina central, donde se han encontrado ofrendas antiguas, como monedas, joyas y exvotos de bronce. Otra deidad romana similar era Deva, de la que fluía todo principio de vida.


La conexión directa nos lleva a la Dama del Lago, presente en la leyenda del rey Arturo durante Edad Media, que tuvo un lugar de relevancia en dicha época histórica, apareciendo en muchos de los poemas y novelas sobre el regio personaje. A tal punto que rivaliza en popularidad y poder con Merlín y la mismísima Excálibur, a la cual repara cuando Arturo la rompe por utilizarla de forma vil. Al final de la leyenda, con la muerte de Arturo, es la Dama del Lago la que obriene custodia eterna de la famosa espada. Esta deidad del agua, según las diferentes versiones, tuvo varios nombres: Ninie, Viviana, Niniana, Nimue o Viviane.
Por otra parte, en la mitología asiria de que la bebería mucho la tradición griega, tenemos a Derceto, una diosa que era representada en forma de pez con cabeza, brazos y pecho de mujer. El sincretismo existente entre los asirios y los helenos hace que podamos encontrar deidades como ella en La Odisea que, en forma de sirenas, atraen al abismo a los marineros. Posteriormente, en las culturas griega y romana, dado su capacidad fecundadora y creadora, se la identificó con Rea-Cibeles y Afrodita.


América, África y Asia
Pero no solo en Europa se ve esta ecuación mujer-agua, que siempre es signo de vida y regeneración. En el Caribe existía Atabey, deidad del mar, la luna y la fertilidad. Para los taínos, pueblo de origen arahuaco del Mar Caribe, ella era el principio femenino del mundo y madre de Yúcahu, su dios principal. En este mito ya se juega con la tradición matriarcal que aparece en muchos relatos primigenios, en los que una mujer concibe a su hijo sin el concurso de un hombre. Recodemos que en la tradición cristiana, la concepción de María es inmaculada.
Un poco más al sur, en las zonas andinas, también encontramos relatos similares. Mama Cocha o Mamacocha, que para los quechuas significa Madre de las Aguas, era una deidad que comprendía todo: el mar, los lagos, los ríos y los manantiales. Era la esposa del dios supremo Viracocha y, al igual que otras diosas de diferentes culturas, representaba todo lo que era femenino y, del mismo modo, daba equilibrio al mundo. Fue adorada en las áreas costeras de Perú, Ecuador, sur de Colombia y norte de Chile, donde la pesca era una actividad principal para la alimentación y el comercio de la región.


Del otro lado del Atlántico, en el continente africano, el agua es también sinónimo de mujer. Yemayá o Jemanjá es la Orisha o divinidad de la fertilidad en la religión yoruba de Nigeria, y tal vez sea una de las deidades más interesantes, ya que su mito relata como supo derrotar a la muerte con ayuda de la música. Asociada, al igual que sus homólogas, con todos los cursos de agua, es un símbolo de fertilidad y maternidad que también llegó a Latinoamérica, sobre todo Brasil, con el tráfico de esclavos. Hoy en día todavía se la celebra el 2 de febrero en varios países americanos del Atlántico sur, donde seguidores del Africanismo, el Candomblé y la Umbanda (incluida la Quimbanda) van hacia el mar llevando barcas con ofrendas, también llamadas «ferramentas» (Brasil).
También lo femenino se ha relacionado con otros mitos, que entran de lleno en el mundo de la superstición. Desde la otra punta del mundo, en Japón, encontramos la figura del Ameonna, un espíritu femenino de la categoría de los Yokai, capaz de atraer la lluvia con solo lamerse la mano. Proviene de una deidad china que por la mañana es una nube y de noche se transforma en lluvia. Actualmente, el término ameonna o ameotoko (su equivalente en masculino) se utiliza para expresar «no tener suerte». Es el gafe, la persona a la que la lluvia parece seguirle a donde vaya.


España y las sirenas
De vuelta a casa, en las antiguas culturas de la Península Ibérica, encontramos en el País Vasco a las Arrainandere: sirenas que atraen a los marinos con sus cantos para que éstos, confiados, se acerquen a ellas con el consiguiente riesgo de naufragio. ¿Tal vez un residuo cultural de las sirenas de La Odisea? En cualquier caso, la sirena vasca sería una lamia (lamiak o laminak) que vive cerca de la costa y tiene cola de pez en vez de pies de pato. Y que en el pasado remoto ayudaron a los hombres a la construcción de dólmenes, cromlechs y puentes.
También, en Asturias la Sirena o Serena era una joven que tenía un apetito pantagruélico, pues comía constantemente pescados y mariscos. Hasta que un día, su madre le dijo: «¡Quiera Dios que te conviertas en pez!» Y cuando la joven se bañaba en el mar, sintió como sus piernas se cubrían de escamas y se convertían en una gran aleta. No tardó en darse cuenta que era más libre. Desde entonces, llena de alegría, empezó a cantar. Y dada su alegría y belleza los marineros la veneran.


Esta condición de deidades y proveedoras de vida choca con el papel secundario que ha tenido la mujer en casi todas las sociedades históricas, con tendencia a ser profundamente patriarcales. Durante siglos se ha relegado y todavía se relega a la mujer en ámbitos como el laboral, el social o el religioso. Una aparente contradicción con cómo se veneraba lo femenino en un pasado remoto.
