H. P. Lovecraft, genio del terror y defensor de la ciencia

H. P. Lovecraft, genio del terror y defensor de la ciencia

H. P. Lovecraft, genio del terror y defensor de la ciencia

Aterriza en las librerías, traducida por primera vez en español, una antología de textos en defensa de la ciencia del mayor genio de la literatura fantástica y de terror del siglo XX. El resultado es una sorprendente lectura que amplía ese mítico territorio con el que aquel caballero de provincias se dedicó a facturar nuestras peores pesadillas cósmicas


David Benedicte
Madrid | 4 marzo, 2022


Es algo así como cuando nos empeñamos en abrir una esas muñecas rusas denominadas matrioskas. Sin saber muy bien el cómo ni el porqué, empiezan a aparecer muchos H. P. Lovecraft dentro del H. P. Lovecraft aparentemente original: del ‘fanta-terrorífico’ novelista a media jornada al creador de sobrenaturales mitos como el de Cthulhu.

Eso sin olvidar, por razones obvias, al racista obsesivo que a todo lector sorprende cuando descubre que sus monstruosas criaturas pueden basarse en seres humanos reales. Políticas de cancelación al margen, lo que está claro es que H. P. Lovecraft era un hombre de su tiempo. Y a todo tiempo acompañan sus propios horrores.

H. P. Lovecraft fue un tipo extraño, al igual que sus escritos. A pesar de haber nacido en una ciudad portuaria, padeció desde siempre fobia al mar (talasofobia) y a todo lo que se ocultaba entre sus profundidades. Tras el momento en que halló en la escritura el bálsamo de Fierabrás que alivió muchas de sus heridas, Lovecraft decidió acentuar su hostilidad contra el mundo cruel.

El escritor estadounidense H.P. Lovecraft. | Wikimedia Commons

Las pesadillas recurrentes lo acompañaron desde la infancia e hicieron de sus noches un infierno permanente, aunque logró apaciguarlas al convertirlas en obras de culto como La llamada de Cthulhu, Dagón o En las montañas de la locura. Aun así, siempre mantuvo una querencia a enlazar un fracaso tras otro.

Sus terrores favoritos

H. P. Lovecraft llevó a otro nivel el género de la literatura de terror a partir del ciclo de horror que inauguró con Cthulhu, criatura primigenia dentro de las entidades cósmicas, y gracias al que creó un imaginario que todavía hoy se encuentra más allá de nuestra comprensión. Los mundos de ficción que concibió el escritor han ejercido una influencia enorme en la cultura popular desde los años 70 hasta nuestros días.

El novelista francés Michel Houellebecq lo deja claro en H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida, su lúcido ensayo de tintes biográficos con el que empezá-bamos a intuir que ya iba siendo hora de empezar a hacer justicia poética con ciertos agravios lovecraftianos. En palabras del posmoderno enfant terrible: «Howard Phillips Lovecraft es un ejemplo para todos aquellos que quieran aprender a malograr su vida y, llegado el caso, a triunfar con su obra. Aunque esto último no está garantizado».

Lovecraft
El monstruoso Ctulhu fue una de las inmortales creaciones de Lovecraft. | El Paseo Editorial

El caso es que existía, además, otro H. P. Lovecraf oculto en el hueco más recóndito de esa matrioska imaginaria y es el que descubrimos ahora gracias a la encomiable labor de El Paseo Editorial y El Astronomicón, esta antología indispensable, subtitulada Y otros textos en defensa de la ciencia, cuya selección y traducción corre a cargo del gran Óscar Mariscal, con la que el bueno de Howard Phillips trata de darnos las respuestas a cuestiones tan peliagudas como: ¿Es Marte un mundo habitado? ¿Todavía quedan planetas por descubrir? ¿Existen extraños cuerpos flotando en el espacio interestelar? ¿Cuál es la naturaleza de los cometas? ¿Qué son los meteoroides? ¿Y las nebulosas? ¿Cómo pinta el futuro del universo?

De esta manera, aterriza en las librerías, traducida por primera vez en español, una antología de textos en defensa de la ciencia del mayor genio de la literatura fantástica y de terror del siglo XX. Incluye su manual de astronomía para amateurs y la serie de polémicas cartas que el escritor de Providence cruzó con un astrólogo a finales de 1914 en las que derrochaba una ironía desternillante.

Astrónomos en pie de guerra

Sobra añadir que casi todas sus respuestas, parafraseando la canción de Bob Dylan, quedan flotando. No en el viento. Pero sí en algún agujero negro del universo. Libro indispensable en cualquier biblioteca que se precie de seria. La segunda parte del volumen ofrece una polémica epistolar y periodística, con momentos cómicos y burlescos, sobre la eterna confrontación entre astronomía y astrología.

Lo que hace pensar en que tanto la estupidez negacionista como la videncia de tocomocho no es algo que inventasen anteayer. A destacar, por su descacharrante surrealismo, los escritos cruzados de H. P. Lovecraft y el astrólogo local J. F. Hartmann. No en vano escribió el poeta postista Juan-Eduardo Cirlot: «Dentro de su subjetivismo, de su mentalismo absoluto, Lovecraft habla como un científico o como un cronista de la nueva realidad con la que hemos de enfrentarnos». Como muestra de lo que era capaz de hacer ese cronista cósmico, ahí va un botón. O sea, el arranque de una de aquellas incendiarias cartas (fechada en Providence, el 8 de octubre de 1914). Disfrútenlo:

LA FALSEDAD DE LA ASTROLOGÍA [H. P. LOVECRAFT]

Al editor de The Evening News:

Puesto que el astrólogo ordinario actual no es más que un charlatán que busca embaucar a los ignorantes, valiéndose de absurdos galimatías que él mismo sabe falsos, las autoridades competentes podrían silenciar fácilmente a toda esta tribu. Durante los últimos años, el gobierno de los Estados Unidos se ha des-hecho de cientos de estos insolentes embusteros, gracias a los diligentes esfuerzos del Servicio de Inspección Postal.

Mucho más complicada, sin embargo, es la tarea de lidiar con esa minoría honesta de profetas lectores de astros que realmente cree en sus estúpidas enseñanzas y que, por tanto, puede difundir sus falaces argumentos con la convincente fuerza de un entusiasmo genuino aunque fuera de lugar.

A esta última clase pertenece nuestro distinguido autor y astrólogo local, el Sr. J. F. Hartmann, cuya larga y farragosa carta en defensa de sus creencias aparece en el número de The Evening News del 7 de octubre. La sinceridad del Sr. Hartmann está fuera de dudas. Se trata, obviamente, de un fanático ciegamente devoto de la falsa ciencia celeste; lo que lo convierte en el más peligroso enemigo del conocimiento verdadero, pues parece considerar un deber el difundir la perniciosa superstición que él mismo cultiva tan inocentemente.

En su reciente carta, el Sr. Hartmann no dice casi nada que no haya dicho antes; de hecho, de no haber sido por la superficial plausibilidad de alguno de sus intentos de razonamiento, no me habría percatado de ello. Así las cosas, me veo obligado a profundizar un poco más en uno de los fundamentos de su argu-mentación en los que más insiste: la supuesta ignorancia de la astrología por parte de los astrónomos.

El Sr. Hartmann se equivoca de medio a medio al negar que la astronomía demuestra la falsedad de la astrología. La astronomía investiga cada fuerza e influencia que los diversos cuerpos del espacio ejercen unos sobre otros, midiendo con el mayor cuidado y exactitud cada manifestación de energía. Ninguna influencia considerable podría escapar a la atención del astrónomo, pues este considera la cuestión desde todos los ángulos posibles, rastreando diligentemente cualquier indicio que pueda llevarlo a descubrir un dato real.



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