Un paseo por el herbario de Emily Dickinson, pionera del confinamiento

Un paseo por el herbario de Emily Dickinson, pionera del confinamiento

Un paseo por el herbario de Emily Dickinson, pionera del confinamiento

La poeta estadounidense Emily Dickinson pasó recluida por voluntad propia gran parte de su vida. Desde su casa de campo escribió sus poesías y mantuvo una intensa relación epistolar con sus amistades. Una de sus dedicaciones solitarias fueron el cuidado de su jardín y la confección de un herbario, que la Universidad de Harvard acaba de digitalizar y poner al alcance de todos


David Benedicte | Especial para El Ágora
Madrid | 12 junio, 2020

Tiempo de lectura: 6 min



Prohibido el paso. En el jardín botánico de la Reina Reclusa la vida cotidiana se erige sobre un alto podio de rosas con espinas, cerrado al exterior, aunque existe un atajo para poder visitarlo. En el jardín botánico de la Reina Reclusa florecen sustantivos de hoja perenne cuyos tallos no son fáciles de podar. Se trata de uno esos jardines donde se siente la tristeza inaudita de los niños, los gatos y los pútridos claveles y de los que han salido versos desesperados. «Puedo prescindir del verano, sin queja», es uno de ellos.

“Emily Dickinson, pionera del confinamiento, decidió recluirse en el hogar paterno de Amherst (Nueva Inglaterra), a partir de los 30 años”

Una hoja del herbario de Emily Dickinson conservado por la Universidad de Harvard. | Crédito: Houghton Library

La Reina Reclusa es Emily Dickinson (1830-1886) y fue Samuel Bowles, el director del Springfield Republican, quien, dolido porque la poeta no quiso atenderle, la tildó con tal sobrenombre, de ahí en parte la reputación que la ha acompañado hasta el día de hoy. Escritora encerrada en sí misma y rehén en una jaula de oro. No obstante, ningún poema nos ha hablado del ansia de libertad femenina como lo hacen los suyos ni ningún herbario rezuma tanta poesía como el que ella confeccionó desde niña y nos permite ahora visitar, digitalizado, la biblioteca de la Universidad de Harvard.

En palabras de Jorge Luis Borges: «No hay, que yo sepa, una vida más apasionada y solitaria que la de esta mujer. Prefirió soñar el amor y acaso imaginarlo y temerlo. En su recluida aldea de Amherst buscó la reclusión de su casa y, en su casa, la reclusión de color blanco y la de no dejarse ver por los pocos amigos que recibía».

“Ningún poema nos ha hablado del ansia de libertad femenina como lo hacen los de Emily Dickinson ni ningún herbario rezuma tanta poesía como el que ella confeccionó desde niña”

Está confirmado. Según los testimonios de quienes la conocieron, Emily hablaba a las pocas visitas que recibía a través de una puerta entornada; sin embargo, nunca negó su presencia a los más pequeños, a los que siempre bajaba pasteles y golosinas por la ventana en un cesto amarrado a una cuerda. Sabemos que le gustaba mucho hacer pan y pasteles, y que no se le daba nada mal, hasta el punto de que el único pan que comía su padre era el que hacía ella. La Reina Reclusa era poeta, botánica y panadera.

Retrato de la poeta estadounidense Emily Dickinson

Hay, asimismo, algo en ella que recuerda al actual hikikomori, ese joven japonés que se retira de todo contacto social y, a menudo, permanece encerrado en su casa durante años. Se estima que hasta un millón de ellos permanecen, hoy por hoy, alejados del mundanal ruido del País del Sol Naciente.

“Asomarse al herbario de Emily Dickinson es adentrarse, de golpe y tijeretazo, en lo más profundo de su poesía”

Emily Dickinson, pionera del confinamiento, decidió recluirse en el hogar paterno de Amherst (Nueva Inglaterra), a partir de los 30 años, vestida de blanco inmaculado, dedicándose por entero a la lectura a la reflexión y a la escritura de sus cartas y poemas. Apenas salió de allí para unas breves escapadas a Washington, Boston o Filadelfia, ciudades bastante cercanas, por otra parte.

Carta manuscrita de Emily Dickinson adornada con una flor y fechada en 1860. | Crédito: Houghton LIbrary

“Hay en Emily Dickinson que recuerda al actual ‘hikikomori’, ese joven japonés que se retira de todo contacto social y, a menudo, permanece encerrado en su casa durante años”

Era consciente de que no se le había perdido nada más allá de su jardín. Como si hubiese comprendido a la perfección, antes que nadie, que este mundo solo puede acabar en pandemia cuya única vacuna se encuentra oculta detrás de algunas metáforas. Poeta de guardia carcelera, mecánica de jardín botánico que aprendió a escribir a tijeretazos del mismo modo que quien se poda a sí misma unas alas, unos brazos, un alma. A lo largo de su vida, escribió más de 1.700 poemas y más de 1.000 cartas.

¿Qué fue lo que vio, o qué intuyó, para tomar tal camino? ¿Qué llevó a la gran poeta estadounidense a desconectar del mundo y de su más cercano entorno? ¿Miedo, depresión, misantropía, bipolaridad…? Nunca lo sabremos. Lo único que está claro es que Emily Dickinson pertenece, por derecho propio, a la restringida familia de grandes escritores compuesta por San Juan de la Cruz, Dante, Shakespeare o Hölderlin. «¿Quién edificó esta casita albana / y cerró herméticamente las ventanas / que mi espíritu no puede ver? / ¿Quién me dejará salir un día de gala / con implementos de vuelo, / fugaz pomposidad?», se suceden sus versos en forma de SOS.

Herbario original elaborado por la poeta estadounidense Emily Dickinson en el siglo XIX. | Crédito: Universidad de Harvard

“Es como si hubiese comprendido, antes que nadie, que este mundo solo puede acabar en pandemia cuya única vacuna se encuentra oculta detrás de algunas metáforas”

De niña, estudió botánica en la escuela y dedicaba, junto su madre, varias horas al día al cuidado de los diversos especímenes que contenía el invernadero adosado de la casa. Hacia 1845 empezó a confeccionar un herbario en el que reunió y clasificó 424 flores salvajes y cultivadas de la región. Sus padres salían a pasear con ella por los campos cercanos en busca de nuevos ejemplares para su colección porque pensaban que el aire libre favorecería su precaria salud (padecía bronquitis constantes). Desde entonces, Emily se acostumbró a acompañar sus cartas con flores secas entre las páginas.

La biblioteca de la Universidad de Harvard ha colgado ahora en la red el herbario completo y lo ha hecho accesible al público en general. Hasta hace poco ni siquiera los investigadores especializados podían consultarlo debido a que la integridad de los materiales y del mismo cuaderno estaba amenazada por las peligrosas heridas del paso del tiempo.

“Pertenece, por derecho propio, a la restringida familia de grandes escritores compuesta por San Juan de la Cruz, Dante, Shakespeare o Hölderlin”

Asomarse al herbario de Emily Dickinson es adentrarse, de golpe y tijeretazo, en lo más profundo de su poesía. Permanece ahí la niña, la adolescente, la joven que hace casi 200 años se tomó la molestia de clasificar y etiquetar el mundo, su pequeño mundo, con la misma minuciosidad, delicadeza y encanto que sirvieron de abono a sus poemas. De hecho, la flor que aparece en primer lugar, encabezando las 65 páginas restantes, es un jazmín tropical, especie que no solamente no es nativa de Massachusetts (tuvo que ser plantada y cuidada por la propia Dickinson), sino que en aquella época constituía un símbolo de erotismo y exotismo proveniente de lejanas tierras orientales.

Otro folio destacable es el que presenta ocho tipos de violetas, flor que tendrá una frecuente presencia en su poesía, y a la cual denominó su «insospechado» esplendor. Todas y cada una de las flores que aparecen en el herbario, por su disposición, podrían ser perfectamente pequeños poemas visuales que ya anuncian, de forma colorida, todo aquello que estaba por venir. Por su parte, la editorial española Ya lo dijo Casimiro Parker ha publicado el herbario completo, acompañado de una antología botánica, en edición bilingüe con traducción de Eva Gallud.

No quedan excusas para no zambullirse, de cabeza, en él.

Por aquella enorme poeta que decidió confinarse en su pequeño jardín.



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