“Oh gentes de Al-Ándalus, ¡qué gozo el vuestro!
tenéis agua, sombra, ríos y árboles;
el Paraíso eterno no está sino en vuestras moradas
y si hubiese de elegir, con éste me quedaría;
no tengáis miedo de que después entraréis en el infierno,
no se puede entrar en el Fuego, tras vivir en el Paraíso.”
Con estos versos homenajeaba el poeta árabe Ibn Jafáya de Alcira, allá por el siglo XIII, el territorio del Al-Ándalus y su agua. Y es que el agua y su presencia en la arquitectura árabe es un tema de admiración e inclusive inspiración poética. La presencia de los árabes en el sur de la península del 711 a 1492 dejó huella, y una esas herencias es un estilo arquitectónico único en España. Este estilo, a veces conocido como mudéjar, es alabado no sólo por su belleza y peculiaridad, si no también por sus notables logros en materia de ingeniería. Uno de los elementos inequívocos en estos edificios es el culto y uso del agua como un elemento notable. La Alhambra y el Generalife en Granada, el Alcázar en Sevilla y la Medina de Azahara en Córdoba son ejemplos arquitectónicos en los que se puede observar la pleitesía musulmana al líquido vital. Sus visitantes a lo largo de los siglos se han visto inspirados por su grandiosidad, pero también por los detalles acuáticos que cada uno posee.
Para los árabes el agua es sagrada. La religión musulmana considera que el agua es un don, símbolo de vida y conocimiento. Según los árabes la ausencia del líquido vital es un castigo divino, y su abundancia una recompensa para los piadosos. El Corán, libro sagrado para los musulmanes, menciona 63 veces la palabra agua y deja muy claro lo siguiente: “Quienes serán piadosos tendrán junto a su Señor, jardines en que corren los ríos…”. Si bien para los romanos y cristianos el agua era necesaria para la agricultura y el transporte, los árabes adjudicaban un significado casi mágico al agua. Los espacios que construyeron durante esos siglos son el reflejo de esa creencia.
En la Alhambra, por ejemplo, es imposible pasear sin tropezarse con una fuente o alberca. Estos elementos acuáticos no solo cumplían una función estética en los edificios, pues se valoraba inclusive la sonoridad del agua en movimiento. Las habitaciones construidas durante la dinastía de Muhammed Al-Ahmar, que gobernó entre 1238 y 1273, contienen fuentes y decorados con mosaicos árabes con motivos geométricos o vegetales. Esto es un intento por simular un oasis: espejos de agua rodeados de flora, En la etapa nazarí de la Alhambra, el agua no es tan solo un elemento presente en la arquitectura sino que ésta pasa a ser un complemento del agua. El líquido es por tanto un elemento simbólico y alegórico. La realeza árabe asentada en el caudal del río Darro construyó su palacio para emular la idea de paraíso descrita en el Corán.


El Patio de los Leones en el sitio granadino es la apoteosis de la arquitectura árabe en España o Al-Ándalus, que es el nombre que en la Edad Media dieron los musulmanes a todo el territorio de la península ibérica. El sistema hidráulico permitía mantener a la fuente una lámina de agua que nunca se rebosaba. Esto junto con sus otros elementos decorativos, lo hacen un espacio arquitectónico impresionante para el visitante. Aunque con la llegada de los Reyes Católicos al sitio algunas fuentes fueron alteradas, la tradición de patios interiores con fuentes permanece hasta el día de hoy en la arquitectura andaluza.
Las fuentes en los palacios tenían una función estética y sonora, pero también lúdica y práctica: la presencia del líquido refrescaba las habitaciones, al mismo tiempo que proveía oportunidades de chapoteo en la intimidad. Los patios interiores y las huertas en los jardines del Generalife y el Alcázar subrayan también la necesidad árabe de olvidarse de los secos parajes desérticos de los que provenían y celebrar la presencia del agua. Alejados de un estilo de jardinería enfocado a la perfección, los árabes optan por adornar sus jardines con árboles frutales y especies de plantas frondosas. Ambas opciones requieren constante riego, cuestión resuelta por medio de la ingeniería hidráulica ideada por los árabes.


No se puede obviar también que los califas de la corte Nazarí en la península disfrutaban de baños como lugar de recreo. Por ejemplo los de Alhama ubicados a 2,5 kilómetros de Granada. Era en estas cálidas pozas donde para los árabes de Al-Ándalus se manifestaba un paraíso terrenal en el que pasar las vacaciones.
Agua por derecho
Según el derecho islámico, el Shari`ah, ”Nadie puede negar el agua que sobra sin pecar contra Alá y contra el hombre”. Este mandato fue observado en toda regla por los árabes establecidos en el Al-Ándalus. Los aljibes en distintas partes de las ciudades árabes corresponden al mandato religioso de compartir esa agua. Además, para los musulmanes el ritual de lavarse cara, manos y pies antes de la oración (ablución) es una práctica indispensable del rezo. El lavado es esencial como un gesto de purificación y proveerla junto a los lugares de adoración a Alá es esencial. Es por ello que muchos de los aljibes que se preservan hasta el día de hoy se encuentran junto a antiguas mezquitas. Como ejemplo están el del Patio de los Naranjos en la mezquita de Córdoba (que podía almacenar hasta 1.237 metros cúbicos de agua) o el del patio –de igual nombre– junto a la catedral de Sevilla.
Una de las teorías de por qué la peste en Sevilla durante el Siglo XVII no afectó a la población musulmana de la ciudad tan contundentemente, es precisamente esos hábitos de higiene. Ya que a diferencia de los cristianos de la época, los árabes se lavaban mucho más. Esto, según la teoría, evitaría la mordida de la pulga que provocaba la enfermedad.


En cuanto a la distribución del agua, los árabes y romanos fueron los precursores del concepto moderno. En Sevilla aún quedan restos de los Caños de Carmona, de ingeniería romana, pero que fueron restaurados por el califa almohade Abu Yaqub Yusuf. La obra proveyó del vital líquido no solo a las fuentes del Alcázar si no también a los habitantes de Sevilla. Gracias a la visión del califa para el 1172 la ciudad en el territorio del Al-Ándalus ya tenía agua corriente en fuentes públicas. En el sitio arqueológico de la Medina de Azahara se pueden apreciar los lugares donde alguna vez hubo letrinas e inclusive alcantarillado. Este concepto ya era una necesidad arquitectónica para los árabes en el año 976, algo que para los cristianos no lo sería hasta el siglo XIX.
Todos estos usos del agua en la arquitectura e ingeniería árabe en España dejan como testimonio que la valoración del líquido era un eje primordial en esta cultura, un legado que sin duda perdura hasta nuestros días a través de múltiples monumentos y obras de literatura o pintura.
