Sobre el espejo de la laguna, un rayo azul cruza la mirada de los que estamos en el observatorio de aves. “¡Un blauet!”, anuncia una mamá a su niño.
El martín pescador traza una curva suave y se pierde tras un taray. La serenidad de los ánades azulones y silbones, y de varias fochas comunes, sosiega el compás del tiempo. Más lejos, situados en el cuadro que contemplamos entre el borde del humedal y la mole de la Serra de Rodes, un grupo de flamencos rosados dormitan en línea. Así de quietos, posados cada uno sobre una sola pata, con el cuello doblado en forma de S y el pico escondido entre las plumas de su dorso, parecen una síntesis de Land Art, Pop Art, lo salvaje y la eternidad. Resuena un coro gangoso: una tribu de ánsares comunes se despereza. Rememoramos a Konrad Lorenz.
Venimos recorriendo algunos de los rincones más emblemáticos del Parque Natural dels Aiguamolls de l’Empordà, en la costa de Girona. Comenzamos hace un rato en un lugar muy especial para quienes, va a hacer medio siglo, empezaron a sembrar aquí muchas cosas. Tras pasar junto a un par de grandes alcornoques, a cuyo pie se celebraban algunas de las asambleas en las que se ideaban proyectos y tomaban decisiones, entramos en otro observatorio, el de la laguna de Vilaüt. Fue el segundo que se levantó en toda España, poco después del de el Acebuche, en el Parque Nacional de Doñana.
“Los flamencos posados sobre una sola pata, con el cuello doblado en forma de S y el pico escondido entre las plumas de su dorso, parecen una síntesis de Land Art, Pop Art, lo salvaje y la eternidad”
Ahora estamos junto al centro de recepción de Cortalet, en el Observatorio Quim Franch. Cuando Jordi Sargatal nos propone continuar nuestro paseo, María Josep Rati Pérez Crespo y yo le seguimos por un sendero entre decenas de familias. Vamos ahora camino del observatorio de Gantes, como se denominan en el Empordá las cigüeñas, un ave que volvió a reproducirse por decenas aquí tras un exitoso programa de reintroducción.
Un par de personas se detienen a hablar con Jordi, quien fue durante 14 años director de este espacio protegido. Por entre los árboles resuenan varios mosquiteros comunes. Nos asomamos a uno de los closes (un prado rodeado por un alto seto) en los que se criaron los gamos con los que después se repobló el parque. Más familias van y vienen por el sendero. Un niño que empieza a andar mete entusiasmado un pie en un charco del camino. Se ve que le fascinan los humedales. Como a nosotros.


He llegado hasta aquí con Rati. Es una de las más activas de los casi 1.000 socios y socias de APNAE, la Associació d’Amics del Parc Natural dels Aiguamolls de l’Empordà, y la coordinadora de su boletín Bruel. Fue a recogerme poco después del desayuno a la Residencia FaberLlull de Olot, donde con otras autoras y autores de literatura de naturaleza (Gabi Martínez, Laia Llobera, Óscar S. Aranda, Irene Solá, Jorge Riechmann y Nancy Campbell) he venido a pasar varios días invitado por el Instituto Ramón Llull. Es la primera residencia literaria de este género que se celebra en España.
“Casi a nuestros pies emerge sin avisar de bajo el agua, como un juguete saliendo a flote, un zampullín chico”


El Riu Fluvia, que pasa muy cerca del hotel en el que me alojo tras nacer en el Val d’en Bas, nos acompaña buena parte del camino. También él va rumbo a los Aiguamolls: allí, en una fiesta natural constante repleta de aves, se despide de la Tierra para entregarse al Mediterráneo.
En el observatorio de Gantes, otras dos familias admiran las aves presentes: más flamencos, más ánades (varios frisos entre ellos), cercetas comunes, cormoranes grandes, un aguilucho lagunero… Casi a nuestros pies emerge sin avisar de bajo el agua, como un juguete saliendo a flote, un zampullín chico. Sargatal se lo muestra a los más pequeños: “Un cabusset!”. El cabusset se zambulle unas cuantas veces. Le hacemos más y más fotos.


Los Aiguamolls de l’Empordà son el humedal más importante de Cataluña tras el delta del Ebro. Y eso que la actual zona protegida es sólo una parte del área, mucho más extensa, que antiguamente ocupaba gran parte del litoral entre Roses y l’Escala. Como tantas otras zonas húmedas, durante siglos fue desecado poco a poco para crear nuevos terrenos agrícolas. En los años 70 del siglo pasado, ante la amenaza de la conversión de lo poco que quedaba de ellos en grandes urbanizaciones como las de Empuria Brava y Santa Margarida, un puñado de jóvenes activistas (Sargatal, Martí Boada, Francesc Giró, Rosa Llinàs, Narcís Genis…) decidieron no sólo salvar aquellos restos: su intención era, además, revertir la historia. El resultado es impresionante: lagunas salobres y de agua dulce, carrizales inmensos, arenales, pastos, cultivos cada vez más alineados con la sostenibilidad, multitud de proyectos de conservación…
“Los Aiguamolls de l’Empordà son el humedal más importante de Cataluña tras el delta del Ebro”
Jordi Sargatal tenía 16 años cuando ya llevaba tiempo yendo y viniendo por aquel lugar en cuanto tenía ocasión, siempre con los prismáticos colgados del cuello. Así aparece en una de las primeras fotografías del libro Els Aiguamolls de l’Empordà, que publicó con Luis Roura (autor de las ilustraciones) en 2003. Sus muchas historias se leen como una de las más exitosas épicas del conservacionismo europeo. Narran cómo un paisaje que estuvo a punto de desaparecer engullido por la misma ola de desarrollismo que asoló tantas otras zonas de Cataluña y de España fue amparado, recuperado, protegido y convertido en lugar de feliz y afortunado encuentro entre la ciudadanía y la naturaleza.


Ahora nos ha traído al Mas de Matà, para ver más aves. No ha perdido un ápice de entusiasmo por cuanto ve, así sea un fumarel cariblanco o una cerceta pardilla. Ni por contar una acción de conservación tras otra, una anécdota tras otra, un proyecto tras otro. Se nos ha unido mientras tanto el extraordinario ornitólogo Jordi Martí-Aledo. Con un ojo clínico para identificar aves limícolas, trabajó durante años siguiendo las poblaciones de todas las especies aladas del parque. No son pocas: aunque estos últimos años su número ha descendido, han llegado a invernar aquí más de 25.000 patos de varias especies.
«Jordi Sargatal nos cuenta uno de sus sueños para este lugar: que algún día regresen a nadar y bucear por sus calas las focas monje, extinguidas hace ya muchos decenios»
Para acabar la jornada, Rati, Jordi y yo nos vamos hasta el Cap de Creus, en el Parque Natural del mismo nombre. Desde su extremo, junto al pequeño observatorio de aves marinas allí instalado, vemos pasar sobre el mar charranes patinegros, pardelas mediterráneas y cenicientas, varios delfines y cormoranes moñudos… Jordi nos cuenta uno de sus sueños para este lugar: que algún día regresen a nadar y bucear por sus calas las focas monje, extinguidas hace ya muchos decenios.
Le miro de reojo: si fuera cualquier otro, le escucharía como a un iluso. Pero los sueños de Sargatal hay que tomarlos muy en serio. Me vuelvo, también yo, hacia el mar. Su brillo, tan blau como el del blauet, termina por convencerme de que así será.
