El Frente del Agua que mantuvo durante tres años el ‘No pasarán’

El Frente del Agua que mantuvo durante tres años el ‘No pasarán’

El Frente del Agua que mantuvo durante tres años el ‘No pasarán’

En 1936, el ejército republicano paró la ofensiva rebelde a Madrid protegiendo los suministros de agua a la capital en la sierra de Guadarrama durante tres años. Una ruta turística y didáctica recupera ahora un itinerario que permite contemplar las obras hidráulicas y las trincheras y otras instalaciones militares que pusieron el agua como elemento estratégico de la contienda española


Óscar Calero | Especial para El Ágora
Madrid | 6 noviembre, 2020

Tiempo de lectura: 11 min



– Anda, dale una colleja!

– ¿Pero tú has visto? Si es que ya no hay patriotismo ni nada

– Si es que están mal acostumbrados, como en este frente llevamos tanto tiempo sin pegar un tiro

Del genial talento de Berlanga y Azcona salió este diálogo con el que comienza la película La Vaquilla (1985). Un impagable Alfredo Landa, el brigada Castro, va al encuentro del sargento franquista que interpreta Antonio Gamero. El objetivo, realizar el intercambio habitual de tabaco, que tenían los republicanos, y el papel de fumar que poseían los sublevados. Dos grandes certezas nos revela este inteligente absurdo que recorre toda la película. Una, el punto muerto de muchos frentes durante la Guerra Civil, y dos, la convivencia que irremediablemente se estableció en zonas como el llamado Frente del agua.

El alto valle del río Lozoya, uno de los cauces que abastece de agua a Madrid.

En Paredes de Buitrago, un pequeño pueblo al noreste de Madrid, saben muy bien lo que fue el horror, el hastío y el paso interminable de la Guerra Civil. Desconocido para la mayoría y casi ignorado por la historiografía, este punto geográfico fue de gran importancia, a pesar de ser uno de esos frentes de la guerra llamados olvidados. Un pequeño pueblo que tiene el sospechoso honor de ser el testigo más cercano de la gran esperanza republicana para salvaguardar Madrid, al menos de una falta de abastecimiento que hubiera acabado con la caída de la capital y una agónica espera para la población. La defensa de los suministros de agua de Madrid convirtió la zona de Somosierra en la lucha más estratégica de la contienda con el agua de protagonista.

«La defensa de los suministros de agua de Madrid convirtió la zona de Somosierra en la lucha más estratégica de la contienda con el agua de protagonista»

En una hilera de pueblos en torno al valle del Lozoya el frente quedaría tan cerca que la coexistencia entre ambos bandos se hizo dramáticamente habitual hasta 1939. Algunos lugareños tuvieron que ser desalojados, y otros vivían con el corazón en un puño y los oídos pegados a la radio para escuchar los partes de guerra diarios. Un simple avance en la línea del frente traería al enemigo en menos de 10 minutos a pasar por la puerta de sus casas.

Pedro, Ricardo y Víctor son hijos del que fuera alcalde de Buitrago de Lozoya en 1936. “Se nos escapaban a veces las yeguas y teníamos que ir a buscarlas entre las dos líneas del frente”, cuenta con cierta guasa Pedro.

Las generaciones más jóvenes fueron reclutadas para la retaguardia. Les cambiaron el azadón con el que trabajaban unas tierras ahora convertidas en campo de batalla por un fusil, que ni sabían coger. Fueron llamados la Quinta el chupete. Los que lo pueden contar, hoy en día octogenarios, recuerdan como hasta la propia muerte se hizo algo habitual.

Setenta años después lo recuerdan con cierta filosofía, aunque la angustia y el miedo no se olvidan. “Hubo días de más de 300 bombas. En noviembre una compañía subió hasta el cerro Piñueca y no volvió ninguno”, cuenta Ricardo.

“Vimos como morían muchos vecinos, pero llegó un momento que nos acostumbramos”, dice Pedro. La historiografía habla de un frente dormido, donde incluso no se pegó ningún tiro. Es cierto que tras los primeros meses de conflicto todo quedó parado y el resto de la guerra pasó en una extraña calma con un ojo siempre mirando al horizonte de la sierra.

Del anecdotario popular sabemos que de la convivencia entre los dos bandos de primera línea se llegó a organizar un partido de fútbol. El encuentro empezó, pero los mandos decidieron pararlo con dos cañonazos al aire para prohibir la confraternización. También cuentan por el pueblo cómo cuando caía la noche y todo estaba en silencio se oían las charlas entre bandos separados por apenas 500 metros.

La estabilidad del Frente del Agua y su proximidad a Madrid  animó la curiosidad de muchas celebridades del mundo de las letras. Miguel Hernández visitó la zona varias veces e incluso le inspiró uno de sus poemas.

“Se nos escapaban a veces las yeguas y teníamos que ir a buscarlas entre las dos líneas del frente”, cuenta Pedro, hijo del alcalde del pueblo en 1936

Presa en el río Lozoya que abastece de agua en Madrid y que fue un recurso estratégico disputado por ambos bandos durante la Guerra Civil. | FOTO: TOI

Una ruta didáctica puesta en valor

Paredes de Buitrago, una pedanía del noroeste de la Sierra Norte de Madrid perteneciente al municipio de Puentes Viejas, descansa en una pequeña loma que se eleva en el valle del Lozoya.

Cuando uno pasea por las pocas calles que dibujan la localidad se hace difícil pensar que hace casi 80 años fuera la población más cercana a uno de los frentes de la Guerra Civil que se mantuvo inmóvil durante tres años. Haciendo un esfuerzo de imaginación casi milagrosa y conociendo la historia, no es difícil divisar que a escasos dos kilómetros perfectamente visibles la guerra formaba parte del paisaje. Un angustioso panorama que se mantuvo en una calma tensa, en un ir y venir de soldados, sonidos bélicos que emborronaban este precioso paraje.

Un hito informativo de la ruta del Frente del Agua en la sierra de Madrid. | Foto: TOI

Una vez que las tropas rebeldes entienden que el avance hacia Madrid era más complicado de lo previsto deciden conformar un frente más asentado en virtud de un futuro de la contienda que se suponía largo. Los sublevados prefieren resguardar la comunicación controlando la carretera de Burgos y mantener al enemigo desde las altas lomas de la sierra. Un frente que se dibuja en una zona aparentemente agreste y virgen que queda salpicada por decenas de pueblos que se verían atrapados casi en primera línea de fuego.

«Se llegó a organizar un partido de fútbol. El encuentro empezó, pero los mandos decidieron pararlo con dos cañonazos al aire para prohibir la confraternización»

El ayuntamiento de Paredes de Buitrago decidió hace unos años desenterrar de la profusa vegetación de sus aledaños la muestra arqueológica del paso de la guerra civil por la sierra. Desde el punto de información del pueblo sale la Ruta del Frente del Agua.

Unos 12 kilómetros que recorren los vestigios en forma de arquitectura militar que todavía se alzan entre la naturaleza serrana.  Veintisiete construcciones colocadas estratégicamente marcan las dos líneas del frente. Puestos de ametralladoras, torres de vigilancia, bunkers y trincheras construidas a conciencia nos dicen que en esta zona el tiempo se paralizó durante tres años.

Una ruta de 12 kilómetros

Hacemos el ejercicio práctico de meternos en un nido de ametralladora que corona la carretera de Paredes a Prádena del Rincón. Descubrimos con anacronía lo cerca que se ve Paredes, incluso a cualquier vecino que pasea por las afueras del pueblo. Un decorado artificial que rompe la sintonía de jaras, pinos, encinas y las clásicas pizarras y cuarcitas de esta sierra, que esconden un episodio que las generaciones posteriores guardan casi en el olvido. “Nuestros hijos y nietos no quieren saber nada de lo que pasó aquí. Y a nosotros la vida nos ha enseñado a callar mucho”, sentencia Ricardo con tristeza.

«Paredes de Buitrago es hoy un pequeño pueblo tranquilo y cuesta creer que hace 80 años fue un frente de guerra»

“Estimado señor Puello, le escribo desde el frente, en el valle del Lozoya donde estamos protegiendo el abasto de agua de Madrid. Esa agua tan fresca y rica con el que se hace el mejor pan […]”. Este es el extracto de la correspondencia de un soldado en el Frente del Agua. Una carta recuperada de las excavaciones que sirvieron para restaurar las construcciones militares ahora expuestas.

– “¿Qué se va a defender allí si las compuertas del agua de Madrid están en poder del enemigo?

Así escribía con urgencia Torres Campañá al subsecretario de obras públicas el 27 de julio de 1936. Al llegar al frente de la sierra norte de la capital, el delegado del gobierno y responsable de los Canales del Lozoya, encontró a las tropas republicanas fortificándose al sur de los embalses de Puentes Viejas y El Villar. Tuvo que tragar saliva varias veces y acelerar un comunicado que remitiera el peligro que suponía esta nefasta estrategia.

«Puestos de ametralladoras, torres de vigilancia, bunkers y trincheras construidas a conciencia nos dicen que en esta zona el tiempo se paralizó durante tres años»

Tan solo un día después del alzamiento militar, las tropas del general Mola ambicionan como prioridad la entrada a Madrid lo antes posible. Una columna del ejército franquista parte de Navarra con la idea de tomar los puertos que coronan la sierra de Guadarrama.

La primera estrategia era continuar la línea que marca la carretera de Burgos N-1 y llegar hasta Buitrago del Lozoya. La ardua defensa de esta localidad hizo cambiar de planes a los rebeldes y bascular todos sus esfuerzos hacia la zona más oriental de la sierra.

Una de las localidades de la ruta didáctica del Frente del Agua en la sierra de Madrid. | Foto: TOI

El objetivo era retroceder unos kilómetros para tomar el puerto de Somosierra y aparecer por la cara sur. En este punto fueron conscientes que por este nuevo camino podrían acceder a los suministros de agua de la capital, que limitarían definitivamente las posibilidades de defensa del gobierno legítimo.

La columna rebelde del coronel García Escámez consigue tomar el puerto, pero se ven obligados a parapetarse a la espera de municiones. El presidente Largo Caballero aprovecha este momento para reforzar un frente que había tomado más importancia de la pensada. El 27 de julio se produce el avance más importante del ejército rebelde, que llega a sobrepasar Paredes de Buitrago, ahora en zona sublevada.

Para entonces las tropas franquistas ya se habían hecho con el túnel del ferrocarril Burgos-Madrid, todavía en construcción, pero perfectamente acondicionado para establecer el puesto de mando y un hospital de campaña a buen resguardo.

La gran ventaja del ejército legítimo, junto con la superioridad artillera y aérea, era que la proximidad a Madrid permitía reforzar el frente con relativa facilidad. El espíritu de resistencia que fue tomando forma desde el principio tenía el empuje de los partidos más a la izquierda del gobierno. El PCE y la CNT reclutaron millares de milicianos que partieron en seguida para Buitrago de Lozoya, el punto más álgido por el momento.

«El ayuntamiento de Paredes de Buitrago decidió hace unos años desenterrar de la profusa vegetación de sus aledaños la muestra arqueológica del paso de la guerra civil por la sierra»

Es cuando entra en escena un personaje que cambiará el rumbo de la contienda. Manuel Torres Campañá, diputado de las Cortes por la Unión Republicana, fue designado delegado del gobierno en los Canales del Lozoya (Canal de Isabel II antes y después de la II República).

Milicianos de la empresa pública con Campañá a la cabeza deciden sumarse a la contienda del norte sospechando un inminente peligro que comprueban nada más llegar a la zona. El mando de las tropas gubernamentales había decidido apostarse tras los embalses de Puentes Viejas y El Villar sin darse cuenta que estas infraestructuras suministraban el 90% del agua de Madrid.

De inmediato, la misma tarde del 27 de julio, el ejército republicano con los nuevos refuerzos avanzan hacia el oriente norte y logran reconducir la línea del frente hasta dos kilómetros pasado Paredes de Buitrago. Una franja a contra loma de la sierra de Guadarrama de este a oeste dividía los dos bandos. Decenas de pueblos quedaron repartidos a uno u otro lado de cada frente como si de una partida de Risk se tratara.

Una de las fortificaciones de la Guerra Civil en el Frente del Agua de la sierra de Madrid. | Foto: TOI

Los embalses estaban a salvo, pero la gestión de las aguas de Madrid iba a necesitar de mucho empeño e imaginación. El abastecimiento de agua no estaba garantizado solo con proteger los embalses. El trajín de tropas acampadas en torno a los suministros había contaminado el agua a niveles poco saludables, y las nuevas necesidades extremas de la ciudad habían multiplicado el consumo.

Los ingenieros y operarios de los Canales del Lozoya con Torres Campañá a la cabeza tuvieron que idear nuevas estrategias para asegurar el suministro de agua potable. Tanto El Villar como Puentes Viejas eran la joya de la corona de la empresa de aguas que abastecía a la capital.

A finales del siglo XIX se construyó El Villar respondiendo a las demandas de crecimiento exponencial de la población de la capital. El proyecto destacó por su novedosa construcción. La primera presa con planta curva, que luego imitaría también Puentes Viejas, siendo la primera infraestructura del mundo planteada así.

El proyecto de Puentes Viejas se resolvió en los años anteriores a la guerra para solventar una vez más el volumen de demanda de la capital. Además, se comenzó a trabajar concienzudamente para la mejora de la calidad del agua. Por ello se situó aguas arriba de El Villar, y se dotó a Buitrago de Lozoya del primer sistema de depuración de agua construido por el Canal de Isabel II. Al empezar la guerra, la nueva presa estaba todavía en construcción, aunque ya funcionaba perfectamente para su cometido.

«Los embalses estaban a salvo, pero la gestión de las aguas de Madrid iba a necesitar de mucho empeño e imaginación»

El primer escollo al que se enfrentó el equipo de los Canales fue la prohibición de los trasvases de Puentes Viejas a El Villar. La contaminación excesiva del agua había mermado las reservas de cloro del capital reduciendo a 20 días las garantías de suministro.

Se acordó como primera media un plan de restricciones de agua que se puso en marcha el 15 de septiembre de 1936. Y los ingenieros plantearon varios proyectos alternativos para atraer agua de otros lugares. Interrupción de los riesgos de calles y jardines, cierres de agua nocturnos y notas de prensa pidiendo colaboración dieron sus frutos y en octubre el consumo de agua había bajado un 25%.

Casamata de la Guerra Civil en el Frente del Agua de la sierra de Madrid. | Foto: TOI

Canales del Lozoya llegó a un acuerdo con Hidráulica de Santillana para unificar sus suministros y se presentaron dos anteproyectos para captar agua de los ríos Manzanares y Jarama.

«La gestión garantizó hasta el final del conflicto bélico la cantidad y calidad del suministro y redujo considerablemente el peligro de enfermedades como las fiebres tifoideas»

El éxito de la gestión permitió reanudar los trasvases de agua entre ambos embalses en octubre, tras recuperar el almacenamiento de cloro y reforzar el flanco derecho de los embalses que garantizaba definitivamente su defensa. Una excelente gestión que garantizó hasta el final del conflicto la cantidad y calidad del suministro y redujo considerablemente el peligro de enfermedades como las fiebres tifoideas.

Al son de estas medidas, trabajadores milicianos de los Canales del Lozoya insistieron en hacer un batallón que controlara las infraestructuras subterráneas a fin de utilizarlas para la defensa de Madrid. El Batallón del subsuelo, dirigido por el ingeniero Federico Molero, aportó mapas de las galerías de los canales y alcantarillado como un as en la manga para entorpecer aún más  el avance de las tropas sublevadas.

Vista de los pueblos de la sierra de Madrid que han recuperado una ruta histórica y didáctica sobre la estrategia que se llevo a cabo para garantizar el suministro de agua a la ciudad de Madrid durante la Guerra Civil. | Foto: TOI

Torres Campañá continuó como la cabeza pensante durante todo el conflicto, y en marzo de 1939 tuvo que exiliarse a Francia. Allí fue perseguido por la Gestapo, pero consiguió escapar a México en 1945, donde ejerció varios cargos a favor de la República en el exilio. Fue ministro de gobernación con el presidente José Giral, y de emigración y trabajo con Álvaro Albornoz.  Falleció en 1968 en Ciudad de México y se le despidió con honores por su ejemplar lealtad a la República.

La historia no recuerda como se merece su aportación a la gestión del agua, un bien esencial que quizá solo, en momentos de gran incertidumbre, como un conflicto bélico, llegamos a apreciar como conviene.



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