Un mural del artista mexicano Diego Rivera permaneció anegado intencionalmente durante 40 años. Aunque suene increíble el lugar se llama el Cárcamo de Dolores y es posible visitarlo. El Cárcamo –cuyo significado es “hoyo”– se construyó en 1942 y era el punto final de un acueducto de 60 kilómetros que proveía agua a la Ciudad de México proveniente del Río Lerma. La obra de ingeniería hidráulica fue un proyecto del ingeniero Eduardo Rivas y el arquitecto Ricardo Molina.
El edificio es el perfecto ejemplo de arquitectura funcionalista y se decidió que su decoración correría a cargo del entonces en voga pintor, Diego Rivera. El proyecto fue concebido para contrarrestar las crisis de abastecimiento acuífero que plagaban –y que siguen plagando– a la capital mexicana. La instalación completada en 1951 está ubicada en el bosque de Chapultepec, el corazón y pulmón de la Ciudad de México. La localización de la obra no es coincidencia ya que Chapultepec era desde época mexica un lugar sagrado, no solo por su abundante flora si no por la riqueza de manantiales que en su momento también alimentaron el Cárcamo.
El mural de Rivera, llamado El Agua Origen de la Vida, fue proyectado para cubrir el túnel, suelo y tres paredes de la cámara. La pintura abarca alrededor de 200 metros y la intención siempre fue que estuviera inundada. Aunque en un principio se proyectó que el público podría observar el paso del agua rozando el mural de Rivera, esto solo sucedió durante escasos años tras su inauguración. Posteriormente el Ministerio de Aguas mexicano prohibió la entrada a los visitantes y durante cuatro décadas el mural de Rivera solo fue observado por los trabajadores del sitio.


Esto convirtió el decorado en una especie de mito urbano y artístico en la Ciudad de México, el mural que rozaba el agua que salía de los grifos defeños pero que nadie podía ver. No fue hasta principios de la década de los noventa que la obra artística vio de nuevo la luz debido a que el uso del Cárcamo se suspendió. La decisión causó clamor entre los estudiosos y admiradores de la obra de Rivera, sin embargo se privaba de la intención original con la que fue proyectada: ser un mural sumergido.
Una vez secadas las instalaciones el golpe de realidad fue duro, ya que la obra se encontraba sumamente deteriorada. La singular decoración había sufrido desgaste y estaba cubierta de distintos minerales además de óxido. En 2010, tras 20 años de restauración, se develó de nuevo al público.


El mural tiene una temática que alude a la relación entre el agua, la ciencia y el progreso. Rivera se inspiró para el mural interior del Cárcamo en las teorías del biólogo ruso Aleksandr Oparin, quién defendía el agua como el elemento fundamental para el origen de la vida. El muralista decoró el túnel con las primeras criaturas que habitaron los cuerpos acuáticos en la Tierra. En las paredes se pueden observar especies de plantas, anfibios e incluso un homo sapiens como alusión a la evolución y progreso.
Además, como clara característica en la obra de River, el artista retrató a los obreros que intervinieron en la majestuosa construcción del Cárcamo y acueducto. Esta predilección de Rivera por reconocer a la clase obrera es justamente lo que lo diferencia de otros muralistas mexicanos y que le costaría la destrucción de su obra en el edificio Rockefeller en Nueva York. Aún así en el corazón de la Ciudad de México Rivera tendría una redención muy peculiar: su obra sumergida durante 40 años viendo pasar el líquido que permitía la vida de millones de habitantes.
La fuente áerea
El Cárcamo de Dolores y la obra de Rivera no se limitan solo a los interiores del edificio. Esto es porque como elemento fulminante el artista diseñó una fuente en el exterior que alude a Tláloc. El dios era según la mitología mexica el amo y señor de la lluvia. El origen de su culto data desde otras culturas que precedieron a los aztecas. Es un personaje que se encuentra con otro nombre pero siempre representado de igual forma: un dios dadivoso pero temperamental. Para los aztecas el agua que Tláloc provee da vida, pero es capaz también de destruirla.


Con esta idea en mente Rivera interpretó a Tláloc para dar la bienvenida al agua que fluiría en el Cárcamo. El dios en la obra exterior del muralista yace acostado en un espejo de agua a la entrada del sitio. La masiva silueta sobresale y está decorada con coloridos mosaicos. La fuente es también bastante única pues para apreciar su máximo esplendor es necesaria una visión aérea. Esto era, según el artista, un intento para que los que llegaban a la Ciudad de México en avión observaran la obra. Algo que en ciertos vuelos y con astucia en efecto es posible.
Aún a pesar de esa intención aérea, el Tláloc de Rivera también impacta a los que se acercan a la fuente. El dios mexica de la lluvia tiene dos caras, una que mira hacia el cielo y otra que mira a la entrada del edificio. La obra en su totalidad es una bizarra pero efectiva forma de expresar que el progreso no está en conflicto con la historia.
El sitio es hoy en día un museo que pretende crear conciencia sobre el uso del agua. Además en el 2010, como ambientación el artista sonoro Ariel Guzik instaló una cámara Lambdoma, la cual registra por medio de sensores eléctricos el ruido del agua y del viento y los transforma en ondas sonoras perceptibles al oído humano.
Esto en conjunto a la obra de Rivera convierten al recinto interior del Cárcamo de Dolores en una impactante experiencia visual y sonora. La intención de Guzik fue engañar a los sentidos para recrear el agua que ya no fluye por el Cárcamo. Pero no hay duda de que el impresionante mural que alguna vez estuvo anegado y su pleitesía al agua como origen de la vida son el foco de atención para todo aquel que lo visita.
