Hay que saber amar el Manzanares, decía Gómez de la Serna

Hay que saber amar el Manzanares, decía Gómez de la Serna

Hay que saber amar el Manzanares, decía Gómez de la Serna

‘Madrid acuosa’ es el título de la exposición artística, didáctica e interactiva que nos acompaña a descubrir las arenas del subsuelo de Madrid, su red de arroyos y restos de la larga historia vivida por el río Manzanares. En CentroCentro.


Analía Iglesias | Especial para El Ágora
Madrid | 12 marzo, 2021

Tiempo de lectura: 7 min



¿Es posible una reconexión emocional de la ciudad de Madrid con su pasado acuático? Esta es la pregunta de la que parte la investigación de la paisajista e ingeniera de Montes Malú Cayetano y que culmina en la exposición Madrid Acuosa.

El hilo conductor es la casi desconocida red de arroyos que atravesaba el territorio de la ciudad que un día se estableció a orillas del arroyo Matrice. Se trata del resultado de una búsqueda artística y documental, que Cayetano lanza con la idea de que pueda ser enriquecida con nuevas aportaciones y que evolucionará colectivamente “de la misma manera en que lo hace la asimétrica relación entre la ciudad y el agua”, como se señala en el cartel introductorio a la exhibición, abierta en el espacio CentroCentro de Madrid, hasta el 9 de mayo.

¿Quién sabe, por ejemplo, que el arroyo ¡Luche! (así, en imperativo) está en el origen del nombre del barrio de Aluche? ¿O que las calles Mira el río baja y Mira el río alta, en el centro, se llaman así porque eran puntos privilegiados para ver desde las colinas cómo crecía o bajaba el caudal del Manzanares? ¿O que las calles Lavapiés o Ave María llevan los nombres de los arroyos que discurrían por esas cuestas?

Cartel de la exposición Madrid Acuosa en CentroCentro
Cartel de la exposición Madrid Acuosa en CentroCentro

«La historia legendaria de Madrid tiene que ver con el deseo del agua»

Estos son solo algunos de los rastros de la relación perdida entre la vida urbana y el ecosistema que la sustenta. Son las pistas que Cayetano fue siguiendo en las calles y persiguiendo, con el apoyo de bibliografía como Toponimia madrileña: proceso evolutivo, de Luis Miguel Aparisi (1993), en fondos de museos y archivos para dar con ese hábitat anterior que sí convivía con cuencas de drenaje de lluvia y aguas subterráneas (que emergían en forma de arroyos), y que a medida que la ciudad se extendía fue dejando secar bajo el asfalto.

Las pistas del callejero

El Canal de Lozoya discurría en lo que es hoy la calle Pablo Iglesias, la calle Valle Hermoso era otro cauce, y la mismísima Castellana, o el arroyo San Bernardino y el Meaques, un importante afluente del Manzanares, o el viejo puente Segoviana… Esas huellas también eran auditivas en aquella ciudad convivial, gracias a los capirotes de ventilación de las canalizaciones previas al siglo XIX, llamadas los viajes de agua, según cuentan los vecinos más antiguos que, de niños, recuerdan haberse acercado a ellos a pegar sus orejas para oír el agua correr. Dos inmensas llaves de acero de las arcas del de Bajo Abroñigal se exponen también en Madrid acuosa.

“Los últimos arroyos de la periferia desaparecen en los 60, los 70 y los 80”, nos informa Malú Cayetano. “Buscando prácticas relacionadas con el agua, hemos mantenido conversaciones con los vecinos, que nos han contado sus recuerdos en torno al Manzanares y a las fuentes y arroyos desaparecidos (en este link, podemos escuchar sus testimonios).

En la exposición, hay, además, una reproducción en la escala original del histórico plano de Pedro de Teixeira, grabado de 1656, “una de las maravillas de la cartografía madrileña”, según la comisaria, y otras publicaciones que despiertan nuestra curiosidad, entre ellas, la de un vecino de Carabanchel que, de niño, vivió en cuevas talladas en los taludes, por la escasez de viviendas en una ciudad devastada por la guerra. El paisaje acústico lleva la firma de Susana Jiménez Carmona.

Oda al orgullo arenoso del Manzanares

La Casa de Campo, erigida en la época de Felipe II (1527-1598), es una protagonista involuntaria de la exposición. Esa superficie de monte destinada en un principio a ser coto de caza y zona de huertas y recreo de la realeza, pasó en 1931 a ser uno de los mayores parques urbanos del mundo.

Con más de 1.700 hectáreas de terreno (cinco veces más grande que el Central Park de Nueva York) atravesada por el arroyo Meaques, llegó a albergar hasta cinco estanques, hoy reducidos a uno; el último en desaparecer fue el Lago Chico –que era el que se congelaba para patinar– se secó hace unas cinco décadas.

Las históricas tapias de la Casa de Campo han quedado estampadas junto a algunas antiguas escenas de vida cotidiana en el río que se filtraba en la arena que es todo el suelo de Madrid. Estas se narran en el elocuente cuadro Baños en el Manzanares en el paraje del Molino Quemado (1634-1637) del pintor barroco Félix Castelo (en la colección del Museo de Historia de Madrid).

Para la comisaria, el lienzo evoca El jardín de las delicias de El Bosco por la cantidad de situaciones que allí se retratan: “Se forman esas islas de un río con escaso caudal, que acaba de nacer; es un río que va sobre arena, por lo que dibuja esos trenzados”, en su descripción.

Baños en el Manzanares en el paraje de Molino Quemado, obra de Félix Castelo, circa 1630
Baños en el Manzanares en el paraje de Molino Quemado, obra de Félix Castelo, circa 1630

«A medida que la ciudad de Madrid se extendía fue dejando secar sus cauces bajo el asfalto»

Madrid, situada a más de 600 metros sobre el mar, es una de las capitales más altas de Europa, por lo que el Manzanares, recién nacido, es un río de montaña (o un arroyo grande) que luego confluirá con varios otros torrentes antes de llegar a la desembocadura del gran Tajo. A la mofa permanente sobre su escaso caudal, la comisaria opone el homenaje literario y artístico de quienes optan por “reivindicar el paisaje de los arroyos secos que solo llevan agua en algunas épocas del año”.

Y, para muestra, el bello cuadro impresionista de Aureliano de Beruete (1845-1912), una pintura de 1908, que forma parte de los fondos del Museo del Prado y que retrata al Manzanares esplendoroso, con lavanderos y merenderos en primer plano, y las siluetas del palacio Real y de la torre de la iglesia Nueva de Santa Cruz, al fondo.

Sin duda, Beruete ha visto lo contrario de lo que verán en él los “sedientos”, como llama Ramón de la Serna a quienes se burlan de las aguas poco profundas del río madrileño. “Hay que comprender el Manzanares sin esa hidrofobia con la que se le juzga. Hay que no ser tan incontinentes y tan sedientos como hidrópatas o hidropésicos al juzgar al Manzanares ¿Cómo se entiende esa voracidad y esa desesperada necesidad de la magnitud y el caudal? Hay que saber amar este río”, escribe en Madrid.

«Cuentan los vecinos más antiguos que, de niños, se acercaban a los capirotes de ventilación de los ‘viajes de agua’ a pegar sus orejas para oír la corriente»

El Manzanares, vista de Madrid, por Aureliano Beruete, obra pintada en 1908. | FOTO: Museo Nacional del Prado
El Manzanares, vista de Madrid, por Aureliano Beruete, obra pintada en 1908. | FOTO: Museo Nacional del Prado

Las tortugas titánicas del mar Madrid

En este trabajo de memoria que encara la paisajista, hay lugar para lo lúdico de un “gabinete de curiosidades” tanto como para valiosos testimonios como el mapa que las tropas napoleónicas elaboraron con la topografía de la región, e inclusive para el registro de las tortugas que habitaron en el mar interior que fue Madrid durante el Mioceno. “Eran tortugas titánicas, de tierra, cuyos caparazones medían hasta dos metros de diámetro, pero que vivían en un ecosistema con agua, donde termorregulaban”, nos explica Cayetano.

En la segunda parte, se invita al espectador a interactuar con recorridos propios sobre mapas antiguos, para ver cómo ha cambiado la ciudad, y a pasar por el laboratorio para conocer los minerales sobre los que se fundan los cimientos (granito, sílex, piedra caliza), porque “la ciudad no es independiente del sustrato”. Finalmente, hay que imaginar y experimentar para dar con “los posibles”.

Entender cómo funcionan los procesos del agua, por qué se han secado los acuíferos y los arroyos permite idear otras soluciones urbanas para que el agua de lluvia que antes retenían los depósitos de arena vuelva a permear a los acuíferos y a hacer brotar arroyos.

“Se forman esas islas de un río con escaso caudal, que acaba de nacer; es un río que va sobre arena, por lo que dibuja esos trenzados”. Malú Cayetano

“Hay algunas ciudades europeas que apuestan por la separación de las aguas de lluvia de las residuales, o que duplican las alcantarillas para hacer distintos tratamientos y retener el agua en parques públicos… Hay que reconstruir de algún modo la recarga de acuíferos y concebir sistemas urbanos de drenaje sostenible, pero también hay que contar con momentos de celebración del agua, y no tener impaciencia por sacarla de la ciudad… En este sentido, Filomena nos ha enseñado cosas, también”, apunta Cayetano.

Los posibles son aquellas cosas que podemos imaginar para el futuro y que podrían estar atravesadas por el imaginario de fábulas y anhelos que han guiado la existencia de Madrid hasta hoy. Allí están los milagros del patrono San Isidro, el pocero que siempre conseguía hacer manar el agua del subsuelo o el rumor de que en la red de Leganitos aún corre agua cristalina.

La historia legendaria de Madrid tiene que ver con el deseo del agua, que finalmente siempre aparece. “La gestión del agua implica una negociación con lo no-humano”, reza uno de los carteles en el final del recorrido, una vez superada la perplejidad frente al gran mapa en el que se marcan, como nervaduras rojas, los arroyos desaparecidos.

Como colofón, dos frases: “Necesitamos, más que nunca, que la división entre ciudad y entorno se diluya, para no tener que salir corriendo a ver campo”, nos exhorta Cayetano.


* La exposición está abierta al público, con entrada gratuita, hasta el 9 de mayo. Se han previsto visitas guiadas, a cargo de la comisaria Malú Cayetano, los días 11 de marzo y 8 de abril, a las 18 horas y 19 horas, con inscripción previa (indicando fecha y horario) a través del correo info@centrocentro.org (especificar Madrid Acuosa en el ‘asunto’). Aforo limitado.



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