Ha fallecido, a los 76 años de edad, el pintor asturiano Fernando Fueyo, tras años de luchar contra una larga enfermedad que no le impidió, hasta el último momento, seguir creando lienzos de enorme belleza. Sus dos pasiones, la pintura y la naturaleza, le acompañaron hasta el último momento y le animaron en estos dos años de pandemia que, como todos, ha pasado con mucho encierro, sin poder acudir como deseaba a diario al campo, que era su fuente de inspiración y su impulso vital.
Fernando Fueyo nos deja una obra que permanecerá en el tiempo. En El Ágora hemos tenido la enorme fortuna de contar con él como colaborador desde el mismo nacimiento de nuestro diario, ya que sus acuarelas, muchas veces exclusivas para la ocasión, acompañaban los textos del botánico Bernabé Moya, en una sección creada al alimón que ambos titularon Del natural y puede consultarse aquí.
Con la marcha de Fernando Fueyo perdemos al que es, seguramente, el más conocido y reconocido pintor de naturaleza de nuestro país. Una disciplina, por cierto, que no goza del reconocimiento de los círculos habituales de la crítica y los canales comerciales del arte, pero que llena de emoción y belleza, a pesar de ello, a muchas personas.
Dicho de otro modo, el estilo figurativo y delicado de Fueyo no está de moda en los ambientes modernos y pretenciosos de la plástica, y eso se le ha impedido ser reconocido como lo que es, un artista colosal, que no tenía sitio en las galerías chic y las páginas importantes de los diarios, pero que llenaba los ojos de millones de amantes de la belleza en todo el mundo. Porque sus obras son conocidas internacionalmente en todos los círculos de aquellos a quienes les gusta la naturaleza y su representación, de la que él era un maestro consumado.
“Perdemos al que es, seguramente, el más conocido y reconocido pintor de naturaleza de nuestro país”
Fueyo era también un pionero y un referente de la conservación de la naturaleza en España, desde que allá por los años 70 prestara sus obras para ilustrar las campañas de muchas jóvenes organizaciones que abogaban por la conservación del territorio en un momento en el que el desarrollismo y el urbanismo desbocado daban un primer terrible mordisco a nuestro medio rural.
Los dibujos sobre la fauna ibérica de Fernando Fueyo han llenado carteles, pegatinas, informes y todo tipo de primitivo merchandising conservacionista que él, en su generosidad de siempre, regalaba y donaba sin pensar en el mañana.
Fueyo participó en todos los movimientos y publicaciones del momento seminal del conservacionismo español. Un ejemplo, entre muchos. son los impactantes dibujos en blanco y negro que acompañaron los números iniciales de la revista Quercus, fundada por su paisano asturiano Benigno Varillas. Una publicación que 40 años después sigue siendo decana y referencia de la ciencia conservacionista en España y a cuyo lanzamiento contribuyó Fueyo con su aportación estética.
Sus campañas con FAPAS, junto su paisano Roberto Hartasánchez, son también memorables. Pero merece la pena demorarse un momento aquí para señalar el tipo de conservacionismo que planteó nuestro querido dibujante de El Ágora. El ambientalismo o ecologismo en España ha tenido siempre, en una suerte de pecado original cuyo origen no se acaba de entender, un enfoque negativo, adornado de queja, admonición y pesadumbre.
El negativismo y el relato del colapso pudieron ser apropiados como reacción ante la urgencia, pero no apelan a la mayoría ni han sido positivos en el largo plazo. Lejos de ganar voluntades, alejan a las masas del discurso que se quiere transmitir. El ecologismo español se ha recreado en lo negativo y no ha disfrutado ni compartido lo bueno: ni la estética de lo vivo ni el excitante retorno intelectual que supone entender los procesos naturales y las maravillas de la evolución y la biogeografía.
“Además de artista, Fueyo era también un pionero y un referente de la conservación de la naturaleza en España”
Fueyo, que era un rupturista en el arte, en lo personal y en el discurso, no dejó de compartir las inquietudes conservacionistas. Pero lo hizo constantemente en tono positivo, rompiendo con lo que le rodeaba.
Ahora que se habla de términos como ecoangustia, ecofatiga o síndrome de agotamiento por mensajes repetidos, hay que valorar el modo genuino y propio con el que Fueyo entendió lo que había que hacer. No se trataba de insistir en el destrozo, el dolor o la pérdida ni abundar en la fealdad de lo malo. Había que mostrar la belleza de la naturaleza, la brillantez y la importancia de lo que se puede perder y es imposible recuperar.
Fueyo pintó y habló siempre en positivo, en luminoso: “Este es un venerable roble lavado por la lluvia y cubierto de líquenes y musgos fulgurantes; solo una porción de la corteza de este árbol humilde vale para que tú, como observador, te extasíes o para que yo, como pintor, dedique horas a mirarlo y días a representarlo”. Eso es lo que decían los cuadros de Fueyo. Y con ese mensaje vibrante y pictórico llegó a muchos.
Fernando Fueyo no retrataba carreteras, sino el bosque que la carretera iba a destruir.
Fruto de esos cuadros, que plasmaban la belleza, se salvaron muchas hectáreas, porque Fueyo tuvo el acierto de apelar a lo que importa: la emoción. Fue el mejor abogado de la naturaleza en España, y lo hizo siempre desde la sonrisa y la belleza.
El personaje, por encima de la obra
En el caso de Fueyo, resulta imposible separar su obra de la persona. Queda claro que es un referente de la conservación y del arte de la naturaleza, pero es necesario también señalar que fue hasta el final un personaje de primera categoría, un entusiasta, un vitalista, un optimista nato… un amante de la vida y sus bellezas. En mi caso, un amigo.
Durante mucho tiempo, quien esto escribe ha disfrutado de la conversación con Fueyo. Iniciamos colaboración allá por 2006, en el diario El Mundo, donde se sumó como dibujante de cabecera del suplemento mensual NATURA. Años después, me reencontré con él en El Ágora y no recuerdo relación más fecunda como editor que la que establecí con él.
Fueyo te llamaba, o tú le llamabas, y te inundaba de alegría, de iniciativa y de aires de naturaleza que uno, desde la redacción, apreciaba como regalos de aire puro llegados al entorno de oficina y ordenador.
Fernando te contaba, por ejemplo, que andaba pensando en dibujar la corteza de un venerable castaño. Para tal fin, lo visitaba todos los días, lo miraba, estaba allí, se sentaba y no hacía nada. Observaba, integraba y callaba. Su acompañante, te decía, era el arrendajo, que como bien saben los pajareros es el guardián del bosque, el ave que en seguida denuncia con su canto la entrada de un intruso.
– El arrendajo ya me conoce, te decía Fueyo – cuando voy a ver al castaño ya no canta, sabe que no soy un peligro, me contaba.
– Hay que emplear mucho tiempo para aplacar a un arrendajo, Fernando -, le decía yo.
– Bueno, yo entro al bosque como quien va a un lugar sagrado y trato de hacer ver que solo uno más y no voy a hacer daño- te respondía.
– ¿Y cuándo lo vas a pintar?- le preguntaba.
Y él salía entonces por cualquier lado, como por ejemplo decirte que solo estaba estudiando al castaño y que ya vería cuándo estaba listo para pintarlo, porque no lo había visto cambiar en todas las estaciones. O, por el contrario, enviarte un castaño perfectamente acabado y espléndido.
Otros días te contaba que estaba enamorado de unas piedras cubiertas de agua; o de unos musgos o de cualquier cosa viva del bosque con la que se recreaba. Pero nunca faltaba a su entrega. Una cosa es dedicar un año a pintar un árbol y otra cosa es faltar a la entrega. Era un profesional como la copa de un … castaño !
La influencia asiática
La forma de estar en el mundo de Fueyo era observar y disfrutar la naturaleza. Tenía un acercamiento muy oriental a la representación del mundo silvestre. Estar, mirar, integrar, absorber, digerir… y solo después de ese largo proceso interior alumbrar un retrato que no es retrato, sublimar la esencia, transmitir el espíritu sin fotografiarlo.
No en vano, a Fueyo le cambió su estilo pictórico una larga estancia en Japón, donde perfeccionó su manera de ver y su técnica. Como me recordaba en nuestras conversaciones, él había sido joven y bohemio antes de ser un fauno del bosque. Al principio de su carrera, anduvo por Madrid y transitó caminos pictóricos que se llevaban en los 60, lejos de la figuración. Abstracciones juveniles de Fueyo que ahora deben ser rareza de coleccionista.
Un deseo de retomar lo que había visto en su Asturias de niñez, y ese paso por Japón, le hicieron retornar en el tránsito entre los 70 y los 80 como un convencido de la figuración naturalista de la que se convirtió en consumado intérprete.
A raíz de su fallecimiento, los medios, las redes sociales y la conversación global se han llenado de páginas sobre su figura. Todas ellas cuentan sus hitos, su cronología y sus éxitos. En estos momentos de despedida me cuesta abordar esa tarea de cronista y reportero.
Debería señalar todos sus premios y exposiciones. Tendría que recordar que el año pasado, estando ya enfermo, realizó un dibujo por encargo del equipo de Juan Luis Arsuaga en Atapuerca, que reconstruía la imagen de un fósil y fue publicada en la revista científica internacional de referencia Nature. Una ilustración que dio la vuelta al mundo y apareció reproducida en todos los medios de comunicación. De repente un ignoto señor salió también en la prensa nacional porque hablaban de él en el New York Times. ¡Ay, pobre país de paletos! ¡Ay, con qué tranquilidad se lo tomó Fernando!
Tendría que recordar que justo el mes pasado le habían llamado del Louvre para exponer algo suyo, cosas que Fueyo te contaba de pasada, sin darse el pego, mientras se preocupaba por cómo iba a quedar la próxima columna de El Ágora.
En los dos últimos años, durante la pandemia, no pudimos vernos. Lo sustituimos por una quedada de vídeo a tres, donde Bernabé Moya nos avanzaba parte del texto y Fernando Fueyo aventuraba el dibujo. Yo, como editor, solo podía organizar la reunión y brindar virtualmente con un vino al que correspondía Fueyo desde el otro lado.
Pensar que esas reuniones fueron las últimas, duele; saber que no recibiré nuevos dibujos de Fueyo, duele; saber que por fin descansa y se ha reunido con el bosque, alivia.
Él posiblemente sabe de lo que hablo: como árbol venerable que era, un veterano de la tribu del bosque que ha dado calor y compañía a tantos retoños – tan opuesto a tantos prohombres alelopáticos del conservacionismo, tan generoso, tan vivaz, tan alegre, tan dinámico, tan fauno, verdadero fauno asturiano, fuerte como un tejón, delicado como una bruma- retornar a la tierra y reintegrarse es su forma de seguir junto a nosotros.
Descansa en paz, Fernando, esto es todo lo que he podido escribir en tu despedida.
Los dibujos de Fernando Fueyo para El Ágora, publicados desde la creación de nuestro diario junto a los textos del experto botánico Bernabé Moya pueden consultarse en su sección Del Natural.
