A lo largo de más de 200 kilómetros de la costa del Caribe panameño, se extiende la comarca de Guna Yala. Una franja selvática y un archipiélago de pequeñas islas que conforman el territorio del pueblo Guna.
Son 365 islas e islotes de origen coralino que emergen del caribe conformando el archipiélago de San Blas. Franjas de tierra que apenas sobresalen un metro sobre el nivel del mar de las que tan sólo 60 de ellas están habitadas.


Los gunas, o kuna yala como también se los ha conocido, son uno de los pueblos indígenas de América Latina que mejor ha mantenido su autogobierno. Cada isla tiene un Saila, el líder de la comunidad, que la representa en el Congreso Nacional Guna, donde se deciden las leyes e iniciativas de la comarca y se lucha por los derechos de esta comunidad.
Son un pueblo que migró durante generaciones desde las estribaciones de los Andes en el norte de Colombia y se desplazó hasta su actual distribución movido por luchas con otros grupos tribales. Es apenas hace 150 años cuando se instalaron en la costa y las islas y se convirtieron en una tribu de mar.
Desde entonces los Guna se han dedicado a la agricultura y a la pesca principalmente.
El archipiélago de San Blas es un reclamo turístico en todo el mundo por sus islas paradisíacas. Los visitantes recorren esta zona en velero, visitan a las comunidades locales y disfrutan del pescado y la langosta que se recogen en sus aguas.


«El calentamiento global provocará en unas décadas supondrá la desaparición completa bajo el mar de las islas de San Blas»
Pero desde hace unos años, este archipiélago se enfrenta a un reto, la subida del nivel del mar.
Según el Instituto Smithsonian, el aumento del nivel del mar en esta zona es de unos cuatro a ocho milímetros por año. Esta cifra que puede parecer pequeña, en unas décadas supondrá la desaparición completa bajo el mar de las islas de San Blas.
«Hay islas que yo he visto desaparecer en los últimos 15 años», asegura Diwigdi Valiente, jefe de la oficina de sostenibilidad de la Autoridad de Turismo de Panamá y miembro de la comunidad Guna.
Diwigdi es hoy en día un activista ambiental convencido. Se crio en la ciudad de Panamá pero pasaba largas temporadas de su infancia con sus abuelas en Playón Chico, una de las comunidades de San Blas.
Gracias a esto conectó muy profundamente con sus raíces culturales, al mismo tiempo que se formó como profesional de la gestión turística, las financias y los negocios internacionales.


«Hay que tener en cuenta que esta gente no conoce la crisis climática del modo en que nosotros tenemos acceso a la información. Trabajando directamente en divulgar el problema del cambio climático he visto que entenderlo es bastante complejo. Ni siquiera la gente que tiene una educación a veces lo comprende del todo», sostiene el experto.Esta visión panorámica le permite a Diwigdi entender la sostenibilidad turística de Panamá desde un ángulo privilegiado que, entre otras cosas, le ayuda a divulgar los peligros del cambio climático a las comunidades indígenas de Panamá.
Diwigdi continúa afirmando que «los gunas no tienen una huella de carbono impactante. Incluso las zonas donde viven son sumideros de carbono y a pesar de eso son los primeros desplazados por el cambio climático.»


Todas las naciones isleñas del mundo se enfrentan al mismo dilema ¿Dónde ir? En las islas del Índico y el Pacífico (Palao, Seychelles, Maldivas, Fiji, etc) el problema es que no tienen dónde ir. En Guna Yala sí hay extensiones de terreno en tierra firme que pertenecen a los Guna.
Aunque haya terreno donde realojarse la solución no es sencilla. Los terrenos en tierra firme son áreas selváticas carentes de servicios básicos como carreteras, saneamiento de aguas ni electricidad.
Debido al alto valor ecológico de estas zonas, realojar a aproximadamente 35.000 personas podría generar un impacto ambiental enorme. “Hoy en día no existen ni las herramientas ni los recursos para hacerlo”, afirma Diwigdi.


«Todas las naciones isleñas del mundo se enfrentan al mismo dilema ¿Dónde ir?»
Otra posibilidad es el realojo en las zonas urbanas del país. «Mudarse a la ciudad significa un choque cultural muy grande. Normalmente son personas que no tienen estudios para conseguir trabajos de calidad y terminan en empleos de bajo nivel en los que sufren explotación. Además del estigma que es ser indígena aun hoy en día», lamenta.
El estigma de ser indígena, que se extiende prácticamente por todo el mundo produce, en este caso, que los gunas residentes en la ciudad escondan sus raíces, lo que podría hacer desaparecer su cultura y su idioma. Y añade el experto: «He conocido chicos guna residentes en la ciudad que por ocultar su origen se han cambiado su nombre indígena para pasar desapercibidos»:
Paralelamente a la subida del nivel del mar, el aumento de la población en las islas es preocupante. Ha crecido tanto en las últimas décadas que los habitantes del archipiélago han tenido que ganarle terreno al mar acumulando grandes cantidades de coral que ha sido arrancado de los arrecifes cercanos.


Seguramente cause sorpresa pensar que una comunidad indígena, estrechamente ligada a la naturaleza y sus recursos, sea causante de un impacto ambiental tan grande.Esto ha generado un impacto muy negativo en la vida marina y cada vez hay más problemas con los recursos pesqueros en la zona de San Blas.
Conviene darse cuenta de que la sobrepoblación es un fenómeno muy reciente en la historia de la humanidad y los pueblos indígenas siempre se han relacionado de una forma sostenible con el medio ambiente debido a que los impactos ambientales que podían generar eran fácilmente amortiguados por el ecosistema donde habitasen. Hoy en día ya no es así.
Actualmente el conocimiento ancestral no es suficiente y es vital potenciar programas de educación ambiental para que se comprenda la importancia de preservar los arrecifes de coral, el delicado equilibrio de los ecosistemas marinos y cómo poder gestionar los recursos pesqueros adecuadamente.
Por fortuna, tanto el Consejo Nacional Guna como la Autoridad de Turismo de Panamá caminan en esa dirección y están promoviendo capacitaciones y acciones de educación ambiental para poder sensibilizar sobre el problema del cambio climático, la gestión sostenible de los recursos naturales y la potenciación del ecoturismo.
«Los ministerios de medio ambiente en Latinoamérica no tienen la capacidad de conservar las áreas protegidas. Es por esto que es sumamente importante hacer investigación científica que detecte los activos de naturaleza que tenemos y darlos a conocer a las comunidades indígenas porque ellos van a ser los guardianes de estas zonas», asegura el experto. «Ahora mismo la estrategia turística de Panamá es regenerar el legado biocultural del país para dar importancia al conocimiento ancestral de los pueblos indígenas. No queremos que se pierda el legado de nuestros abuelos», señala Diwigdi.


Para ello, desde la autoridad de turismo se ha creado la alianza panameña de turismo comunitario, donde se ha analizado la situación actual de las comunidades indígenas de Panamá.
Once comunidades piloto se han seleccionado para desarrollar programas de capacitación turística en base a los proyectos que han propuesto los propios grupos indígenas.
Además, el Gobierno de Panamá actualmente está trabajando en establecer un fondo de adaptación climática dedicado a restaurar los ecosistemas degradados.
«La relación que hemos tenido con la naturaleza hasta ahora ha sido muy extractiva y ahora queremos generar una relación de respeto y de regeneración y para ello queremos darles a los pueblos indígenas un rol protagónico en nuestra estrategia de turismo, conservación e investigación», concluye Diwigdi.
Sin duda, el impacto del cambio climático está golpeando en todo el mundo. Estamos siendo testigos de que avanza a pasos más grandes que nuestra velocidad en mitigarlo. Para los guna, como para el resto de pueblos del mundo, la respuesta es encontrar la manera de adaptarse.
