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En un momento en el que tenemos todos los animales, por extraños o exóticos que sean, a un solo clic, podríamos pensar que los bestiarios, esos volúmenes que durante siglos despertaban la admiración y la curiosidad de un público que, en su gran mayoría, apenas se desplazaba lejos de su lugar de nacimiento, no tendrían ya interés alguno. Y, sin embargo, un volumen como Animales invisibles. Mito, vida y extinción (Nórdica/Capítán Swing), lo desmiente.
La propia conjunción de sus autores, el escritor y viajero Gabi Martínez, y el arqueólogo y naturalista (y viajero también, claro) Jordi Serrallonga es también un guiño a otros tiempos en los que las humanidades y las ciencias convivían de una manera más intuitiva de lo que lo hacen hoy en día. Porque este es un viaje verdaderamente transversal que responde a la perfección a su título, y que se erige en una fuente de fascinación y belleza, dos emociones que pueden surgir de cualquier campo del conocimiento, y que aquí se refuerzan la una a la otra.
Claro que en ello tiene mucho que ver la mirada de la artista Joana Santamans, que es tan creadora del libro como lo son los responsables de los 51 animales que desfilan por sus páginas. Joana recibió las instrucciones de Martínez y Serrallonga para que su reproducción de cada animal fuera ajustada a lo que se conoce de ellos, incluso en el caso de los míticos; pero la ejecución última es la de una artista que logra que todos estemos de acuerdo en que sí, que estos animales merecen la pena, como también los que ya se extinguieron, e incluso los que nunca han vivido más allá de la imaginación merecerían ser reales.
De la realidad a la leyenda
Porque es este el juego más interesante que plantea este libro, que agrupa a animales enfrentados a la desaparición, incluso en la memoria colectiva. La primera parte, «Extinción», nos habla de seres increíbles que una vez poblaron nuestro planeta, y que hoy son solo un recuerdo o unos restos conservados en un museo. En muchos casos, porque a lo largo de la historia hemos acabado con ellos (como el dodo, el geirfugl o el moa). En otros, porque solo han llegado hasta nosotros como imponentes fósiles (el megalodón o el megaterio). Pero existe aún un caso más extraño, el de los animales que, extinguidos hace muchos miles de años (el mamut), ven ahora cómo vuelven a ser objeto de la codicia y el saqueo que amenaza con acabar de nuevo con sus restos, ahora que la descongelación del permafrost ha despertado la codicia de los traficantes de su marfil.


La segunda parte, «Vida», nos habla de esos animales que, o bien están acercándose peligrosamente a la extinción, o bien son tan raros de ver que tienen casi un pie en la leyenda. Y aquí nos encontramos con paradojas como la de la jirafa reticulada, que es la más reproducida en peluches y muñecos de todo el mundo, y que muy pronto puede convertirse en algo que solo pueda verse en los equivalentes a Jurassic Park. Porque, en nuestra insensatez, no comprendemos que, de haber descubierto las jirafas solo a través de unos fósiles, serían unas criaturas que nos despertarían el mismo hechizo que los dinosaurios; somos tan obtusos, que no apreciamos lo extraordinario mientras está entre nosotros.
Este libro demuestra que los bestiarios siguen despertando nuestra fascinación
De otros animales de esta categoría apenas sabemos más de lo que contaban los marineros de todas las épocas que narraban historias fabulosas. Es el caso del calamar gigante, esa criatura que nadie ha visto en su máximo esplendor, la lucha contra un cachalote, por mucho que se haya convertido en una de las figuras recurrentes de la imaginación. Y no menos leyendas arrastra aún el lobo, cuya población se ha recuperado en los últimos tiempos pero que, esquivo como es, sigue siendo en muchos casos tan solo una referencia casi mítica, porque su supervivencia depende de que su camino y el del ser humano se crucen lo menos posible. Y luego está el okapi, considerado legendario por los colonialistas europeos, que creían que los comentarios de los nativos africanos que los describían eran pura palabrería, y que un buen día se toparon con ese extraordinario animal, una sorprendente mezcla de cebra, jirafa y antílope.
Mitos animales
La tercera categoría es el mito sin ambages, que puede tener una posible razón real (como el yeti, que puede proceder del recuerdo de algún lejano encuentro del ser humano con alguno de los últimos gigantopithecus, unos simios gigantes extinguidos hace mucho), o seres tan reales para las comunidades que hablan de ellos como el ts’ikayo, mitad humano mitad elefante, el gigantesco ave Roc que ya se las tuvo con Simbad, o los mimi, las extrañas y esbeltas figuras humanoides que, según los aborígenes, les enseñaron a hacerlo todo, y que aparecen en muchas de sus pinturas rupestres. Todos estos seres también enfrentan sus propias amenazas de extinción, porque desaparecerán cuando muera la última persona capaz de hablar de ellas. Ocurre como con la sirena Parténope, que fue enterrada en el lugar sobre el que luego creció la ciudad de Nápoles. Un origen mítico que hoy muchos jóvenes desconocen.
El progresivo blanqueamiento de la Gran Barrera de Coral ilustra lo que estamos provocando al mundo animal
Y queda la última categoría, «Más vida», animales cuyo simbolismo ha ido más allá de lo que la zoología nos cuenta de ellos, y que se han rodeado de un aura especial. Criaturas como el kiwi, pequeña ave que los neozelandeses han convertido en su orgulloso símbolo; el macaco cola de león, al que los vecinos achacan los crímenes que quedan sin resolver, o la ballena blanca, la misma que volvió loco al capitán Ahab, y que en 1991 se encontró con una explicación mucho más prosaica que la que la identificaba con Satanás: se trata de un caso de albinismo, algo raro pero perfectamente comprensible por la ciencia. O el celacanto, que durante mucho tiempo se consideró un fósil, hasta que se encontró uno vivo. O las primigenias ovejas negras, que eran las que imperaban hasta que la necesidad de la industria textil hizo que se favoreciera la crianza de las blancas, convirtiendo encima a las primeras en el símbolo de lo negativo.


El viaje termina con el único animal, o la comunidad animal, que es visible desde el espacio, la Gran Barrera de Coral, el coloso frágil que está amenazado por los cambios desencadenados en el clima por la actividad humana. Una maravilla que puede desaparecer tras blanquearse, como si antes de convertirse en un recuerdo o una leyenda fuese desvaneciéndose. Con él culmina un viaje lleno de historias que, como colofón, hace suya una de las frases que aparecen entre sus páginas: que la ciencia sin imaginación es una ciencia sin genio.
