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Año 2000 de nuestra era. Hace veinte que Estados Unidos sufre las secuelas de una guerra civil, tras la cual los tres estados del Oeste americano, California, Oregón y Washington, se separaron del resto del país para formar uno nuevo. La nueva nación, Ecotopia es un territorio cerrado sobre sí mismo, con una filosofía rupturista basada en el decrecimiento y la armonía con la naturaleza. También es en teoría una sociedad democrática, igualitaria y pacífica, que se ve responsable del futuro del planeta
Pero, en realidad, nadie sabe nada sobre lo que pasa en Ecotopia. Durante esos veinte años que han pasado desde la secesión, no se ha establecido ninguna relación diplomática entre el nuevo país y el resto de los estadounidenses. Todo cambia cuando un periodista del New York Times Post consigue ser oficialmente designado como el primer estadounidense que va a poder entrar en el recién nacido país. Ante él, se abre una aventura sin precedentes que durará un mes y medio y transformará por completo su forma de ver el mundo y la sociedad.
Esta es la premisa central de Ecotopia, un libro de ciencia ficción que el autor norteamericano Ernest Callenbach (1929-2012) publicó en 1975. Aunque la falta de interés de la industria del libro obligó a que la novela tuviera que ser autoeditada en un primer momento, Ecotopia pronto se convertiría en un éxito underground y a lo largo de las décadas acabaría siendo un best-seller.
Su importancia está en su carácter pionero: en una época en la que la preocupación por el cambio climático apenas había llegado al gran público, el relato se adelanta a su tiempo y dibuja una sociedad tan centrada en el cuidado de la naturaleza que incluso en 2020 sigue pareciendo ciencia ficción. En el epígrafe de la edición del 30 aniversario, publicado en 2005, el autor escribía: «Mirando hacia atrás, parece claro que Ecotopia fue el primer intento de retratar una sociedad sostenible, y que es esto, más que su mérito literario modesto, explica su durabilidad».
La novela bebe tanto del futurismo de Julio Verne como de las distopías imaginadas por Aldous Huxley o George Orwell, tejiendo un texto que se ha ganado a pulso su estatus de culto gracias a una historia en la que la intriga se mezcla con lo visionario.
Un extraño en tierras desconocidas
William Weston, el protagonista de la novela, es un periodista especializado en relaciones internacionales que obtiene la primera autorización oficial para poder pisar esta tierra desconocida. Sin embargo, su filosofía de vida no tiene prácticamente nada que ver con esta sociedad ecológica, completamente autónoma, en la que según él se aplican al pie de la letra preceptos y consejos ambientales que no desentonarían en la Edad Media.
Weston es dibujado como un excelente periodista, un mochilero extrovertido que además es curioso por naturaleza. Pero el enviado especial también es una persona egoísta, individualista y cínica, que se se siente ante todo un ciudadano estadounidense. Esto le lleva a abordar con cierta hostilidad lo que observa esta sociedad utópica. Sin embargo, según va avanzando su estancia, los artículos que envía regularmente a su periódico y las entradas de su diario personal -que van alternándose como un rompecabezas en la narración- empiezan a llenarse de dudas sobre sus propias ideas preconcebidas.


Por supuesto, Weston tiene un objetivo secreto más allá del reportaje: abrir de una vez por todas las relaciones diplomáticas entre el país recién creado y el territorio del que se secesionó hace veinte años, aunque las concepciones políticas, económicas y sociales entre ambos no puedan estar más alejadas. Se trata de un desafío casi doloroso para él, un ardiente defensor del consumismo, pero que acatará sin rechistar.
Durante un mes y medio, se sumergirá en la vida cotidiana de este país presidido por una mujer, donde se trabaja solo veinte horas a la semana y las empresas operan gracias a la autogestión. El transporte público es gratis, las bicicletas han sustuido casi por completo a los coches y el reciclaje es un asunto de estado. En Ecotopia, el decrecimiento es la única regla absoluta y la utilización de las energías renovables convive con el ingreso universal.
Pero también se ha sustituido la fe en el progreso por una actitud casi mística hacia la naturaleza: los ciudadanos hablan con los árboles y muestran una misteriosa similitud que hace que toda interacción humana en el libro parezca inquietantemente artificial, como si los invasores de cuerpos ya hubieran ido y desaparecido, dejando atrás solo las carcasas vacías de las personas. También el problema del racismo se soluciona de una manera un tanto particular: la población afroamericana está segregada voluntariamente, y ciudades como Oakland son 100% negras.
Además, la cosmovisión ecotopiana es de una consistencia tan sectaria que la política es superflua. Además, en este mundo rousseauniano, las personas son básicamente buenas. El mal está en el exilio, desterrado al viejo mundo más allá de las fronteras. Sin necesidad de política, tampoco hay políticos. Allwen, la presidenta del país, parece realmente más una alta sacerdotisa, una terapeuta en jefe, que una líder al uso.
Una visión del futuro
A pesar de los numerosos fallos que el periodista va descubriendo en una sociedad que para él «limita en gran medida lo que es y puede llegar a ser un ser humano», la experiencia va desconcertando progresivamente a Weston, que comenzará a cuestionarse sus propias ideas al verse cautivado por algunos aspectos de la vida en Ecotopia. La aventura pronto se le escapa y lo coloca ante un dilema: elegir entre dos mundos.
Hoy, esta novela de ciencia ficción, que se asemeja a un grito de alarma lanzado hace cuarenta y cinco años, es extremadamente interesante por la fuerza de su actualidad y por el eco que da a las preguntas ecológicas actuales. Reciclaje, residuos, prohibición de productos fitosanitarios, lucha contra la contaminación atmosférica, adaptación y mitigación al calentamiento global, reciclaje de plásticos, desarrollo de fuentes de energía renovables, preservación de la biodiversidad… Todos estos temas tienen cabida en un libro que parece mucho más joven de lo que en realidad es.
Al leerlo, es muy difícil no pensar en este casi medio siglo que ha pasado desde su publicación, lo que hace que tenga un aspecto casi profético en muchas de sus partes. Pero Ecotopia también demuestra ser maliciosamente psicológica al cuestionar las nociones de satisfacción y felicidad, tanto individual como colectiva.
El libro ayuda a soñar otros mundos como antídoto al nuestro, ofreciendo una variedad sugerente de posibilidades ligadas a la urgencia de cambios sociales, políticos y económicos, de la transformación de la vida cotidiana tan necesaria entonces y ahora. Pero también alerta subconscientemente sobre los peligros de subordinar la naturaleza humana a cualquier concepto absoluto, por mucho que este sea el del respeto y el amor al medio ambiente. Una lectura, en fin, muy recomendable en estos tiempos de coronavirus.
