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«La idea de este libro se me ocurrió cuando estaba terminando otro sobre la ruta de la seda y me di cuenta de que los karajánidas tomaron Kasgar en el 1006, solo un año después de que las dinastías Liao y Song firmaran el tratado de Chanyuan», explica Valerie Hansen sobre el origen de su ensayo.»Dado que los nórdicos desembarcaron en la Ensenada de las Medusas alrededor del año 1000, me pregunté si los tres acontecimientos estaban relacionados entre sí, y entonces caí en la cuenta de que la expansión territorial era un factor común a los tres», prosigue. ¿El resto? Es Historia. Literalmente.
En total, 368 páginas de amena y fascinante historia que contiene El año 1000. Cómo los primeros exploradores iniciaron la globalización, publicado en España por Paidós y definido por The New York Times Book Review como «una obra imaginativa y rápida de leer, sumamente impresionante y muy bien documentada». Valerie Hansen nos obliga a resetear, mediante la lectura de este libro, algunos grandes hitos históricos de esos que, desde siempre, hemos dado por vistos y estudiados, aunque estuviésemos equivocados.
Piratas del Báltico
Mucho antes de que un tal Cristóbal Colón descubriese el mal llamado Nuevo Mundo, e incluso de que los cruzados se lanzasen a conquistar buena parte del globo terráqueo en nombre de la cristiandad, ya estuvieron ahí los vikingos. Uno de ellos, en concreto. Leif Erikson, hijo de Erik el Rojo, quien, acompañado de un grupo de aguerridos compatriotas, parte desde Groelandia en busca de un sitio donde poder gobernar con autonomía y llega a una isla situada al norte de Canadá. Corre el año 1000 y, aunque muy pocos textos de esa fecha se refieren a los nórdicos con el nombre de vikingos, ya que el significado original de esta palabra era «saqueador» o «pirata», podemos asegurar que Leif Erikson y su tripulación vikinga descubrieron América.


Y los tesoros enterrados nos muestran hasta dónde viajaron estos «piratas», pioneros de un mundo que empezaron a globalizar a su manera. Entre las piezas halladas en la isla de Helgö, situada a unos 32 kilómetros al oeste de Estocolmo, aparecieron «el báculo de un obispo irlandés, un cucharón egipcio, el pomo de una espada carolingia, una fuente de plata procedente del Mediterráneo y, sorprendentemente, una estatuilla de Buda, de 10 centímetros de alto, fabricada en el norte de Pakistán en torno al año 500″.
A pequeña escala
Aquel mundo era mucho más pequeño que el actual, apenas poblado por 250 millones de habitantes, por los casi 8.000 de hoy, aunque todavía podemos sacar conclusiones de aquella globalización violenta e incipiente. «Una de las cosas más importantes que podemos aprender de nuestros antepasados es cómo reaccionar ante los desconocido«, confiesa Valerie Hansen.
«Algunos vikingos mataban a los indígenas mientras dormían, sin comprobar siquiera si eran peligrosos. En otros continentes, quienes entraban en contacto por primera vez con otros pueblos, se daban a conocer paulatinamente e intercambiaban pertenencias. Los más afortunados aprendían nuevos idiomas y establecían relaciones comerciales a través de grandes distancias. Ciertamente, la globalización no benefició a todo el mundo. A quienes se abrieron a lo desconocido les fue mucho mejor que a los que rechazaron toda novedad. Eso era cierto en el año 1000 y sigue siéndolo hoy en día», explica la hitoriadora.


A diferencia de los vikingos, los otros protagonistas del año 1000 –los chinos, los indios y los árabes– no eran europeos. De hecho, si hay algo que no ha cambiado demasiado desde aquellos maravillosos años es que el gigante asiático tenían más relaciones comerciales con naciones extranjeras que ningún otro país del mundo.
Desde la Gran Muralla
«China exportaba cerámica de calidad y otros artículos manufacturados a sus clientes de Oriente Medio, África, la India y el sureste asiático, y los proveedores de esos países suministraban productos a los consumidores chinos», explica Valerie Hansen. Y concluye: «Los contactos internacionales de China eran tan amplios que afectaban a personas de todas las clases sociales; no solo a los habitantes de las ciudades portuarias chinas, sino también a quienes vivían en el interior. Los chinos no es que se estuviesen preparando para la globalización, sino que vivían ya en un mundo globalizado. Y ese mundo alcanzo la madurez durante los trescientos años en que reinó la dinastía Song (970-1276)».


Cierto es que aquello no era la globalización como la entendemos en la actualidad, pero sí que lo era en el sentido más estricto y fundamental de la palabra. «Lo que sucedía en un lugar del mundo afectaba en gran medida a los habitantes de otras tierras lejanas», resume Valerie Hansen. «Nuevos itinerarios unían diferentes partes del mundo, y las mercancías, las personas y las religiones se desplazaban por esas rutas. La continua demanda de esclavos en Constantinopla, Bagdad, El Cairo y otras ciudades provocó el desplazamiento forzoso de millones de personas de África, el este de Europa y Asia central, siglos antes de que comenzara el comercio trasatlántico de esclavos», apunta. Un hito del año 1000 que ha quedado algo escondido en la corriente de la historia.
