Los bosques como imanes de vida llenos de inteligencia

Los bosques como imanes de vida llenos de inteligencia

Los bosques como imanes de vida llenos de inteligencia

En su nuevo libro, ‘La inteligencia de los bosques’, Enrique García Gómez revela la sabiduría con que la naturaleza dota a estos seres vivos para sobrevivir y reproducirse sin que intervenga la mano del ser humano, que en muchos casos es «desastrosa»


La inteligencia de los bosques

La inteligencia de los bosques

Autor/es: Enrique García Gómez

Editorial: Guadalmazán

Ciudad/Año de publicación: Córdoba, 2021

Páginas: 304

Precio: 19,00 €


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Circula por las redes sociales desde hace tiempo un meme que reza: “Imagínate que los árboles dieran ‘wi-fi’. Entonces empezaríamos a repoblar los bosques como si estuviéramos locos”. Y la cosa prosigue (en modo ironía) al añadir que es una lástima que los pobres solo produzcan oxígeno, limpien el aire, combatan el cambio climático, marquen las estaciones del año, den sombra, ahorren agua, aumenten la biodiversidad, proporcionen alimento, sanen a otros seres vivos, purifiquen el agua y ayuden a prevenir futuras inundaciones.

Es una pena. Pero así es la vida. Los árboles, de momento, no dan ‘wi-fi’. Lo que nos condena (a ellos y a todos nosotros) a un futuro muy poco halagüeño por culpa de la deforestación (fin del modo ironía). Ya nos avisó Kjell Bloch Sandved, divulgador científico noruego y creador del Butterfly Alphabet, al advertirnos de que el mensaje de la naturaleza siempre ha estado ahí: “Escrito en las alas de las mariposas”. Si a ese ahí le añadimos las ramas que, por una vez, nos permitan ver el bosque, empezaremos a comprender el porqué de que los árboles han empezado a enviar un SOS. Aunque sin ‘wi-fi’ de por medio.

De hecho, donde cualquiera de nosotros al observar un árbol no reparamos más allá de su tronco y sus ramas, Enrique García Gómez ve “un ser vivo asombroso y una fuente de vida increíble, que nos protege y nos observa”. Pero hay otra definición más, y no menos importante, según añade este licenciado en Ciencias Ambientales e ingeniero técnico forestal: “Un bosque es un ecosistema capaz de generar vida permanentemente, tanto en su interior como en el conjunto del planeta, y bien aprovechado es una fuente inagotable de recursos renovables y de riqueza. Es realmente fantástico que sus componentes principales, los árboles, sin moverse del sitio en el que les ha tocado anclarse, sean capaces de vivir y generar vida, de enriquecer el suelo y de facilitar la presencia de infinidad de seres vivos. Son imanes de vida”.

inteligencia bosques
El naturaista Enrique García Gómez, en una foto de su archivo.

Insiste, pues, Enrique García Gómez en que buena parte de la biodiversidad mundial se debe a la existencia de los bosques, aunque “cada más se trata y se enseña la naturaleza y los bosques como si fuesen un museo, para observar y disfrutar, pero no como ecosistemas que permiten una interrelación con los seres humanos y unas fuentes de riqueza inagotable siempre que exista una buena ordenación y aprovechamientos sostenibles”.

Salvavidas verdes

En su nuevo libro, La inteligencia de los bosques, recién publicado por Guadalmazán, este naturalista toledano revela la sabiduría con que la naturaleza dota a estos seres vivos para sobrevivir y reproducirse sin que intervenga la mano del ser humano, en muchos casos, tal y como manifiesta el autor, “muy perjudicial para su existencia y por ende para la nuestra”. Es más, a la pregunta de si puede un árbol salvar una vida, García Gómez no duda en dar su respuesta: “La producción de oxígeno, la fijación de CO2, la fertilización de los suelos y la regulación del ciclo del agua dulce son motivos más que suficientes para entender que nos salvan la vida cada día que pasa”.

Quien a buen árbol de arrima, buena sombra le cobija”. ¿Todas las soluciones estaban en este refrán y no queríamos darnos cuenta? “Así es”, afirma el activista medioambiental en su respuesta. “Todavía recuerdo cómo hace años una persona del mundo rural, de un pueblo rodeado de dehesas de encinas y alcornoques, cada mañana al ir a trabajar al campo lo primero que hacía era parar delante del primer árbol de la dehesa que encontraba y rezarle, agradeciéndole lo mucho que los debemos. Era alguien apegado a la tierra, inculto en letras, pero docto en medio natural, que sabía a quién había que reconocer y dar gracias de su existencia”.

Las dehesas de encinas tienen unas características muy particulares.

“La unión hace la fuerza”. Otro dicho que, según García Gómez, también alcanza su plenitud al hablar de bosques. Y el naturalista ahonda en esta idea: “Todos los integrantes de un bosque colaboran en el mantenimiento de este; por encima de los individuos está la especie y el ecosistema. Los árboles se comunican –tanto por el suelo como por el aire– para avisarse de peligros; sus sistemas radicales –gracias a las micorrizas– se unen e intercambian sustancias; los más viejos protegen a los pequeños y por otros lado los seres más pequeños y ocultos –bacterias y hongos especialmente– protegen y hacen posible la vida de los árboles, más grandes y corpulentos”.

Del bosque al Tajo

Cambio de tercio. Del bosque al agua. Nos plantamos, de golpe y porrazo, frente a las páginas de El Tajo, un río de contrastes, lúcido ensayo con el que Enrique García Gómez convierte en protagonista estelar al río más largo de la península. Como reconoce el naturalista: “Histórico, legendario, admirado y con un gran acervo cultural, que ha visto nacer a su vera a algunas de las ciudades más importantes de España y Portugal: Toledo, Aranjuez, Talavera de la Reina, Lisboa. Un grande caído en desgracia, maltratado y explotado por todos y cuidado por pocos. Con un trasvase que se lleva la mitad de las aguas de la cabecera al Levante (las aguas más limpias), una contaminación bestial (diez millones de personas, on sus actividades domésticas, industriales y agrarias, vierten en él) y una dinámica fluvial inexistente (los últimos 300 kilómetros antes de llegar a la frontera portuguesa son una concatenación de embalses). Un río que daba alegrías y ahora da pena”.

“Pero no solo da pena el caso del Tajo”, explica García Gómez. “Vivimos en un país con grandes diferencias en cuanto a precipitaciones, por lo que en cada sitio hay que buscar un desarrollo adaptado y acorde con los recursos naturales del lugar. No toda el agua es aprovechable para usos humanos, pues el medio ambiente necesita agua limpia y fluyente, cursos vivos que acaben tributando a los mares”.

Río Tajo a su paso por el Parque Nacional de Monfragüe (Extremadura).

¿Qué hay que hacer y qué no para no equivocarnos? “Debemos adaptarnos a la climatología de cada zona, llevar a cabo restauraciones hidrológico-forestales, saber que los recursos de hoy día posiblemente sean menores el día de mañana (la emergencia climática es una realidad incontestable), tener claro que las precipitaciones anuales cada vez suceden en menos días y con eventos más catastróficos. Y, sobre todo, no crear infraestructuras ni expectativas que no se puedan mantener en el tiempo”, responde el naturalista y da por acabada así esta reveladora charla.


David Benedicte | Especial para El Ágora
Madrid | 14 enero, 2022

Tiempo de lectura: 5 min



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