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Fue el primer ornitólogo del “nuevo mundo”. Así definen las enciclopedias al francés naturalizado estadounidense John James Audubon (o Jean-Jacques Audubon), nacido en Haití en 1785 y muerto en Nueva York, en 1851. Su gran obra es The birds of America (Los pájaros de América), en la que compiló más de cuatrocientas pinturas de aves de Norteamérica en tamaño natural. Esa obra que, con el tiempo, llegó a convertirse en la biblia de la ornitología, requirió de muchísimo esfuerzo personal del naturalista y pintor para descubrir, catalogar y dibujar en detalle cada uno de esos pájaros en su hábitat natural, tratando de respetar escrupulosamente sus costumbres y movimientos.
De ahí, la enorme valía de esta traducción al español de su Diario del río Misisipi (Nórdica Libros), que reproduce 64 de esas láminas originales y los escritos que Audubon dirigió a su hijo, entre octubre de 1820 y diciembre de 1821, mientras estuvo embarcado en la aventura de retratar aves en el curso y las riberas del Misisipi y algunos de sus afluentes.
“Una bonita mañana me ha permitido continuar dibujando desde primera hora. Una helada leve embellecía la salida del sol (…) He terminado el pato a la hora del almuerzo y he tenido la fortuna de matar otro del mismo tipo, con las mismas características exactas pero más pequeño. Estas aves salen del agua con aparente dificultad y andares lentos, aunque no se zambullen al oír el fogonazo de una escopeta. En cambio, son muy ágiles volando”, narraba desde el bote de fondo plano de Jacob Aumack en el que zarparon desde Cincinnati, para navegar por el río Ohio, afluente del Misisipi, hacia Nueva Orleans.
Se despedía con pesar de su esposa y sus hijos, a quienes no vería por largos meses, “con la mente resuelta a cumplir nuestro objetivo”, escribía. “Al no disponer de ingresos, debo apoyarme en mis talentos, y mi entusiasmo será mi guía en momentos difíciles. Estoy dispuesto a esforzarme para conservar el primero y superar estos últimos” era su explícito propósito. A Audubon lo guiaba el trabajo-faro de Alejander Wilson (1766-1813), poeta, ornitólogo e ilustrador estadounidense.
Esta traducción al español de su ‘Diario del río Misisipi’ reproduce 64 de esas láminas originales y escritos que Audubon dirigió a su hijo, entre 1820 y 1821
En su libro, escrito con el estilo de un diario íntimo en el que se habla con pocas reservas de casi todos los temas y sin un orden preestablecido, Audubon ofrece también pasajes de gran riqueza antropológica. “Viento fuerte toda la tarde. Atracamos en Nueva Madrid a las tres de la tarde. Este pueblo casi desierto es uno de los más pobres que hay con nombre en este río. Nos aseguraron que el campo era bueno, pero el aspecto de sus habitantes contradice encarecidamente estas afirmaciones», asegura en un momento del libro en el que su grupo se detiene en una pequeña ciudad de Misuri.
«Visten pantalones de piel de ante y una especie de camisa del mismo tejido de la que raramente se despojan a menos que esté tan harapienta o tan manchada de sangre o grasa que se vuelva desagradable incluso para el propio desgraciado que la lleva. El indio muestra mayor decencia, vive mejor y es mil veces más feliz. Aquí las disensiones familiares están en su apogeo, y matar a un vecino no es peor que matar a un ciervo o a un mapache”, continúa Audubon.
El proceso del naturalista del siglo XIX
En estas líneas sin ningún afán moralizante, se da cuenta del proceso a través del cual se conocían, en el siglo XIX, las características y los hábitos de la fauna: los naturalistas salían a matar animales, sin ambages. Así, analizaban en detalle su alimentación, a través de incisiones en el aparato digestivo, una vez que su aspecto exterior había sido minuciosamente medido, analizado y, en el caso de Audubon, retratado en tamaño natural. Su práctica habitual consistía en realizar un disparo “fino”, para evitar los destrozos; tras la reconstrucción de la herida de bala, el ornitólogo volvía a poner a los pájaros de pie, en su propio entorno, gracias a una serie de alambres con los que conseguía sostenerlos en una postura natural que le permitiera retratarlos.
Tras toda esta ceremonia, el proceso solía concluir con las aves hervidas o asadas, como parte del experimento para determinar qué carnes eran comestibles y cuáles, no. Se aprovechaba todo y se intentaba averiguar incluso si algunas de sus vísceras eran venenosas, como confirmaron en el caso de los corazones de “periquitos” que les dieron de comer a la cría de la perra del pintor para constatar la sospecha de que eran tóxicos, una vez que hubieron descubierto que varios gatitos habían muerto tras su ingesta.


“He matado un cuervo americano y más tarde lo he dibujado”, arranca una de las entradas. En otra, describe el gusto y «lo indigesta que resulta la carne del somorgujo», que le pareció demasiado rancia y grasa, como de pescado.
Más allá de esos renglones que hoy se leen con otros ojos, el pintor norteamericano identificó –con estos procedimientos– 25 nuevas especies, dejó constancia de gran variedad de aves ya extintas y realizó toda una descripción detallada de la distribución geográfica, las conductas y cantidad aproximada de ejemplares de casi medio millar de especies de pájaros del subcontinente. Sus textos fueron ejemplos pioneros del Nature writing, esa escuela anglosajona de escritura sobre la naturaleza, e inspiraron a escritores como Henry David Thoreau. Sus obras pictóricas terminaron apasionando, sobre todo, a los británicos de la época victoriana, y, en especial, al rey Jorge IV, que se suscribió a los fascículos publicados en Edimburgo y Londres, entre 1826 y 1838.
El vía crucis del artista pionero
Un ejemplar completo de The birds of America llegó a ser subastado hace unos veinte años por más de ocho millones de dólares, y por una de las páginas sueltas del libro pueden pagarse hoy unos cien mil dólares, mientras las acuarelas originales se conservan en la New York Historical Society. Sin embargo, Audubon no fue siempre comprendido, valorado o respetado. De hecho, durante buena parte de su vida padeció más bien lo contrario.
El pintor, obligado a vivir de retratos por encargo, daba también clases particulares de dibujo y trabajaba en lo que se le pusiese delante, tras haber sido rechazado infinidad de veces por las sociedades de historia natural y otras fosilizadas instituciones públicas de su país, hasta que se decidió a vender su colección en el Reino Unido. “Día infructuoso intentando conseguir trabajo. He visitado varias instituciones públicas donde no puedo decir que fuera muy bien recibido”, narraba con todas las letras, en 1821.
“Los buitres negros americanos nunca se reproducen en las ciudades o cerca de ellas. Al desembarcar en este lugar no tenía ni un centavo, por lo que de inmediato empecé a buscar posibles encargos en el campo de los retratos para mantenernos a flote (los naturalistas, por desgracia, estamos obligados a comer y a vestirnos con algo)”, se lee en El diario del río Misisipi. Mientras tanto, aprovecha algunos días lluviosos para relatarle a su hijo fragmentos de su vida y la de sus antepasados.


Con el discurrir del río, en algunos tramos cambian también sus circunstancias. Así, en octubre de 1821, deja constancia: “Visto ropas nuevas, me he cortado el pelo y he modificado mi apariencia más allá de toda expectativa. Como un apuesto pájaro cuando es despojado de todo su plumaje, el pobre parece tímido, abatido y, o todos lo ignoran, o le miran con desprecio. Tal era mi situación la semana pasada. En cambio, cuando el ave está bien alimentada, cuidada, se le permite disfrutar de la vida y vestirse bien, vuelve a ser apreciado, ¡qué digo!, admirado. Tal es mi situación en el día de hoy. ¡Válgame Dios! Y pensar que cuarenta dólares son suficientes para hacer un caballero. ¡Ay, mi amado país! ¿Cuándo valorarán tus hijos más intrínsecamente la valía de sus hermanos?”
Una serie de impresiones que revelan el enorme valor social y histórico que tiene el libro de Audubon, más allá de su indudable contenido artístico. Estos textos puedan leerse como bella compañía en tiempos de crisis. La esmerada traducción al español es de Lucía Barahona.
