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Ciudad abierta, ciudad digital (Catarata) es un libro que explica por qué las ciudades también son ecosistemas, como el bosque, y cómo se puede integrar lo digital a políticas de innovación urbana que tengan en cuenta el “interés primordial del ciudadano”. Sus autores son Daniel Sarasa, ingeniero de Telecomunicaciones –que actualmente dirige la fundación Zaragoza, ciudad del conocimiento– y José Carlos Arnal, periodista especializado información económica, que ha dirigido el Parque Científico Tecnológico Aula Dei.
Con ellos mantuvimos recientemente este diálogo:
P.- ¿Qué es la urbanidad digital? ¿No hay contradicciones entre el encierro digital de los ciudadanos y la anterior vida comunitaria en el espacio público?
José Carlos Arnall.- Al hablar de una nueva urbanidad digital hacemos referencia a la necesaria convergencia de los modelos de ciudad digital o inteligente que se han venido aplicando en los últimos años con las lecciones aprendidas durante la pandemia, que ha cambiado algunas de las prioridades que se venían manejando en el diseño y desarrollo urbano: hay que pensar más en transporte sostenible, los espacios verdes, las viviendas, más áreas peatonales y menos tráfico.
Hay que prestar atención al comercio local y las pequeñas empresas, y hacen falta políticas de innovación basadas en el talento local. Todo eso hay que combinarlo con una digitalización del espacio y los servicios públicos tan masiva y omnipresente como ya lo es a nivel de las relaciones personales, sociales y profesionales. La pandemia ha hecho realidad la ciudad digital, con sus logros y sus carencias; ahora hay que integrarla en lo urbano.
P.- ¿Qué es una ciudad abierta?
Daniel Sarasa.- Nos hemos tomado una pequeña licencia con el término de ciudad abierta, porque es una manera de simplificar el concepto algo más técnico de ciudad de código abierto. Una ciudad de código abierto es, ante todo, una ciudad accesible, en el que las barreras para acceder a los espacios y a los servicios urbanos no existen o son mínimas. Y no nos referimos solo a las barreras físicas, sino a las socioeconómicas.


Por ejemplo, la gentrificación expulsa a una parte de la ciudadanía de ciertos barrios, y eso no es ni accesible ni inclusivo, como tampoco lo es la privatización del espacio público. Pero la accesibilidad también tiene que ver con las instituciones. La transparencia de gobierno es un primer paso, al que deben seguir mecanismos de gobierno abierto y de democracia deliberativa, de manera que sea posible conseguir la participación ciudadana en la reconfiguración de la ciudad.
Finalmente la ciudad abierta tiene una componente comunitaria, en el sentido de que es un proyecto común, en el que nadie gana a menos que todo el mundo gane. En el plano digital, por ejemplo, tenemos el asunto de los datos: no deberíamos construir la ciudad digital para el beneficio de unos pocos gracias a los datos de todos.
P.- ¿Las ‘smart cities’ garantizan el derecho a la privacidad? ¿Cómo?
S.- Para nosotros, las smart cities no existen cono tales, existen las ciudades a secas, cada una con sus problemas y cada una con sus distintas maneras de enfrentarse a ellos. Aplicamos, por lo tanto, el término smart city a proyectos concretos. Podemos decir que un proyecto es de smart city si utiliza la tecnología o la innovación para una gestión más eficiente y sostenible, de manera que mejora nuestro presente urbano sin hipotecar el futuro (este es el sentido en el que William Mitchell, una de nuestras principales referencias, lo usó por primera vez, y no hemos encontrado hasta ahora mejor definición). Por tanto, la privacidad estará o no garantizada dependiendo de cómo se enfoque cada proyecto.
En Europa tenemos una regulación que protege bastante bien los derechos digitales, y la privacidad es uno de ellos. Todos estamos obligados a respetar esta legislación, pero los ayuntamientos, por su papel en la gestión urbana, tienen más responsabilidad ante la ciudadanía que nadie. Si preservamos el control público de las redes que recogen los datos de nuestro día a día por la ciudad y de los algoritmos que los procesan, será más fácil para la ciudadanía pedir cuentas. Cuando un servicio, como el alquiler de vivienda, el servicio de paquetería o el transporte, lo gestiona una plataforma digital que está a miles de kilómetros, el control efectivo de la privacidad se complica.
P.- ¿Por qué habláis de la confusión entre lo público y lo privado en la gestión del espacio urbano?
J.C.A.- La mayoría de los proyectos y experiencias de ciudad inteligente han sido promovidos por grandes empresas tecnológicas o, al menos, han necesitado su participación. Esto ha hecho que, a veces, no se tenga suficientemente en cuenta que esos proyectos trabajan con datos ciudadanos y gestionan actividades realizadas en el espacio público de la ciudad. Y no siempre esto ha sido evidente para los ciudadanos. Quizás esa sea una de las causas principales del cierto desapego ciudadano respecto a los proyectos de las smart cities.
D.S.- Esta confusión de papeles no hubiera sido posible sin una cierta dejación de responsabilidades, en mi opinión, inconsciente, la mayor parte de las veces, por parte de las instituciones públicas, que, a menudo, se ven sobrepasadas por la velocidad a la que llegan los cambios. Recuerdo que, en unos pocos meses, creo que fue en 2018, multitud de empresas de movilidad compartida (patinetes, motocicletas, bicicletas) desembarcaron en muchas ciudades europeas de improviso. Esto pilló a muchas de ellas sin una estrategia ni una regulación al respecto. Durante meses, el espacio público se llenó de cachivaches sin que nadie controlara su distribución o su aparcamiento.
P.- ¿Cuál es el mayor aporte de la tecnología digital al diseño urbano?
J.C.A.- La aportación más importante en términos de diseño y planeamiento urbano es que la tecnología digital ha hecho posible el regreso de la industria al centro de las ciudades. Hablamos de la industria de la nueva economía de la información, formada por empresas cuyo activo principal son sus empleados (con ordenadores conectados a internet) y cuyas actividades son totalmente compatibles con la vida urbana. Esto está siendo un factor decisivo de revitalización del centro de las ciudades, lo que puede ayudar a tener ciudades más compactas y sostenibles medioambientalmente.
“La aportación más importante en términos de diseño y planeamiento urbano es que la tecnología digital ha hecho posible el regreso de la industria al centro de las ciudades”
La digitalización también ha hecho posible un cambio en la naturaleza de los espacios de trabajo, creando un continuo de límites difusos entre el propio hogar (teletrabajo), espacios públicos compartidos (coworking) y las oficinas tradicionales. En cuanto al retorno de la industria a la ciudad, el proyecto del 22@ en Barcelona es un ejemplo elocuente y de referencia en Europa. En el uso de dispositivos digitales interactivos en el espacio público, la Digital Media City de Seúl (Corea del Sur) es un ejemplo pionero de adaptación a las necesidades de los usuarios.
P: ¿Qué otras ideas-guía encontraremos en este libro?
J.C.A.: Una de las conclusiones es que la interacción entre tecnología digital y ciudad ha sido intensísima durante las tres últimas décadas y que los distintos modelos surgidos de ella han evolucionado con rapidez. Hoy, pasado el efecto de la novedad inicial, más que hablar de ciudades inteligentes o de distritos de innovación parece adecuado pensar en nuevos ecosistemas urbanos de innovación, pensados menos en términos de nuevas infraestructuras y construcción como de conexión planificada entre todos los productores de conocimiento de la ciudad.
D.S.: Eso es esencial para entender la ciudad; hablamos, en realidad, de ecosistemas complejos, tan naturales como un bosque o un océano, en el que todo está interconectado y todo depende de todo lo demás. Si en un barrio se desploma el comercio, pronto se degradarán también las viviendas y la calle se volverá insegura y triste. Las ciudades son ecosistemas resilientes pero también frágiles. Hay que saber cuidarlas y quererlas. Ideas como la de la ciudad de los 15 minutos, que la alcaldesa de París se ha encargado de situar con inteligencia y visión en la agenda urbana, van en la dirección adecuada.
