“Ser pez no es fácil, sobre todo en esta era de humanos”

“Ser pez no es fácil, sobre todo en esta era de humanos”

“Ser pez no es fácil, sobre todo en esta era de humanos”

Admiramos la belleza y variedad de los peces, desde los grandes nadadores oceánicos a los pequeños habitantes de los arrecifes de coral. El sueño de muchas personas sería contemplarlos haciendo submarinismo. De las más de 33.000 especies catalogadas, solo se han estudiado con cierto detalle unos pocos centenares. El libro El ingenio de los peces nos ilustra de forma clara y documentada sobre sus sentidos


El ingenio de los peces

El ingenio de los peces

Autor/es: Jonathan Balcombe

Editorial: Ariel

Ciudad/Año de publicación: Madrid, 2020

Páginas: 334 páginas

Precio: 22 euros


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En los mares habita tal cantidad de peces que la curiosidad nos debería llevar a saber algo más de ellos. Y esto es lo que trata de hacer el asombroso libro El ingenio de los peces, del etólogo Jonathan Balcombe, editado por Ariel. También a parar de esquilmarlos con pescas abusivas y con plásticos rodeándolos por todas partes. “Los animales siempre se han considerado propiedad legal de los humanos. No obstante, incluso este paradigma fundamental, tan hondamente arraigado en nuestra conciencia antropocéntrica, está empezando a cambiar”, afirma el autor.

Ser pez no es fácil, sobre todo en esta era de humanos, nos dice Balcombe, director del Departamento de la Sensibilidad de los Animales en el Humane Society Institute for Science and Policy (EEUU). Basándose en datos científicos y en su propia experiencia, el biólogo reflexiona sobre nuestra relación con la vida marina y nos invita a adoptar una actitud mucho más amable con ella y su entorno, cada vez más amenazado. Tal vez, El ingenio de los peces cambiará nuestra manera de contemplarlos y otorgar a sus vidas un valor más allá del utilitario.

Los humanos pescan desde tiempos inmemoriales. “Antes de que acorraláramos al ganado con vallas, se pescaba ya peces con anzuelos y redes. El anzuelo más antiguo que se ha encontrado hasta la fecha se remonta a hace entre 16.000 y 23.000 años”, nos recuerda el investigador.

Por él sabemos que la primera red de pesca conocida la descubrió en 1913 un granjero finlandés mientras cavaba una zanja en un prado cenagoso; elaborada con hebras de sauce, aquella red de casi 30 metros de longitud y uno y medio de ancho se dató, mediante la prueba del carbono, en el año 8300 a. C.

Aunque se extraen del mar millones de toneladas de peces al año, seguimos pensando que no pueden agotarse, pero el autor nos recuerda que lo mismo se decía de otros animales y todos sabemos lo que ha sucedido. Por tanto, su pregunta es pertinente: ¿Qué conocemos de ellos?

Colección de peces tropicales. | Crédito: Ser Dibrova

Los vertebrados más diversos

Tal vez muy poco. Tal vez, que son los animales vertebrados más explotados y sobreexplotados del planeta. También que lo que conocemos en términos generales con el nombre de “peces” en realidad engloba un grupo de animales de una diversidad fabulosa.

Según FishBase, la base de datos sobre peces más extensa y utilizada, hasta enero de 2016 se habían descrito 33.249 especies, 564 familias y 64 órdenes. Y eso es más que la suma de todos los mamíferos, aves, reptiles y anfibios. Cuando hablamos de peces nos referimos al 60% de las especies vertebradas que conocemos en la Tierra.

“Las primeras criaturas con forma de pez aparecieron en el período Cámbrico, hace unos 530 millones de años. Eran pequeñas y sin demasiado atractivo. Entre los animales vertebrados (mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces), los peces son los que sentimos más ajenos a nuestras sensibilidades”, escribe Balcombe. Y se pregunta ¿por qué hemos tendido a dejar los peces fuera de la órbita exterior de nuestro círculo de preocupaciones morales?

tiburones ballena
Un tiburón ballena junto a un buceador. Este pez teleósteo, provisto de barbas para filtrar el plancton, como algunos cetáceos, es con sus 12 metros el pez de mayor tamaño que existe, ya que las ballenas, más grandes que él, son mamíferos, no peces.

“Se han descrito 33.249 especies de peces, más que la de todos los mamíferos, aves, reptiles y anfibios”

Una primera respuesta que baraja es por prejuicios como que son de sangre fría, pero no cree que sea la única. “A medida que aprendemos más aspectos acerca de los peces, tanto sobre su evolución como sobre su comportamiento, nuestra capacidad de identificarnos con ellos aumenta, así como nuestra capacidad de relacionar su existencia con la nuestra. Para que exista empatía es preciso entender las experiencias del otro. Y para que eso sea posible es esencial aprender a apreciar sus mundos sensoriales”.

Así que el libro nos va ilustrando de forma clara y documentada sobre todos los sentidos de los peces.

Coral y peces en el Mar Rojo. | VE

¿Pero qué ven los peces?

Página a página Balcombe nos cuenta cómo son estos sentidos. Sin párpados sus ojos se parecen a los nuestros. No los necesitan porque su globo ocular se mantiene siempre limpio y húmedo gracias al agua en la que nadan. A partir de este básico se despliega toda una serie de maravillas y diferencias. “Los caballitos de mar, los gobios y las platijas han perfeccionado su musculatura ocular en tal grado que son capaces de rotar cada ojo de manera independiente, tal como hacen los camaleones. Hay peces de cuatro ojos. Los ojos de un pez espada de tres metros pueden medir cerca de 10 centímetros de ancho. A diferencia de los peces espada, muchos tiburones prefieren cazar de noche, cuando los niveles lumínicos son más tenues. Los tiburones poseen una capa de células reflectantes junto a la retina. La mayoría de los peces óseos modernos son tetracromáticos, cosa que les permite ver colores más vívidos que los que vemos nosotros”.

Un banco de barracudas, peces predadores que tienen a agruparse en círculo en ciertos momentos. | Crédito: Rich Carey

“Balcombe reflexiona sobre nuestra relación con la vida marina y nos invita a adoptar una actitud mucho más amable con ella y su entorno, cada vez más amenazado”

¿Cómo perciben los peces lo que ven? ¿Cómo es la experiencia mental de un pez y cómo podemos compararla con la nuestra?

El autor desgrana, de una manera fascinante, todas sus posibilidades. “A mí me resulta entrañable que los peces perciban las ilusiones ópticas como nosotros y que caigan en las trampas visuales de las presas en las que ponen la mirada”, afirma.

Pero los peces no dependen solamente de la visión para sobrevivir. Al igual que nosotros, han desarrollado otros sentidos para sortear las exigencias de la vida.

¿Qué oyen, huelen y saborean?

Tal como el agua influye en la dinámica de la visión, también lo hace en la audición, el olfato y el gusto. El agua es un magnífico conductor de las ondas sonoras, que son cinco veces más largas en este medio que en el aire y, por consiguiente, propagan el sonido a una velocidad cinco veces superior.

“Los peces tienen órganos diferenciados para el olfato y el gusto, si bien la distinción se desdibuja porque todas las sustancias se encuentran en una solución acuosa. Con su versátil repertorio acústico, los peces producen una auténtica sinfonía de sonidos, sobre todo en la sección de percusión. Entre los descriptores que les hemos asignado figuran los zumbidos, silbidos, golpes secos, chirridos, gruñidos, graznidos, latidos, tamborileos, golpes, ronroneos, rumores, roznidos, ronquidos y chasquidos”.

“Con su versátil repertorio acústico, los peces producen una auténtica sinfonía de sonidos, sobre todo en la sección de percusión”

Algunos peces son capaces de abandona el agua por breves momentos, como el pez volador del Pacífico. | Foto: Daniel Huebner

En ciertos aspectos, la capacidad auditiva de los peces supera a la humana. La mayoría de los peces oyen los sonidos que se producen en el rango de los 50 a los 3.000 hercios (Hz), espectro que se sitúa dentro del nuestro, más amplio, que va desde los 20 a los 20.000 Hz. Sin embargo, estudios exhaustivos llevados a cabo tanto en cautividad como en libertad han documentado una sensibilidad a los ultrasonidos que se sitúa en el rango de audición de los murciélagos: hasta 180.000 Hz. Y eso supera con creces el límite superior de los seres humanos.

Los peces muertos huelen mal, pero los vivos tienen un sentido del olfato excelente, comenta con sentido de humor Balcombe. “Utilizan pistas químicas para buscar comida y pareja, para identificar el peligro y para regresar a su hogar. Los olores resultan de especial utilidad en los entornos acuáticos, donde la turbiedad de las aguas puede redundar en que la visión sea poco fiable.

Algunos peces reconocen a los de su clase solo por el olor. La sofisticación de los órganos olfativos de los peces varía sobremanera. “El pez con el mejor olfato (por lo que sabemos hasta la fecha) es la anguila americana, capaz de detectar el equivalente de menos de una diezmillonésima de una gota del agua de su hogar en la piscina olímpica. Como los salmones, las anguilas efectúan largas migraciones a sitios de desove específico y se guían por una sutil gradación de aromas para llegar hasta allí”.

Según Balcombe los sistemas sensoriales de los peces no funcionan de manera aislada. Primordialmente, los peces utilizan el sentido del gusto para reconocer los alimentos. Muchos también tienen papilas gustativas en otras partes del cuerpo, a menudo en los labios y el hocico. “Si os estáis preguntando para qué necesitan los peces tener sentido del gusto, la respuesta es bien simple: por el mismo motivo que nosotros”.

Orientación, tacto, sexualidad

Un pez puede detectar distorsiones en la ola que se forma delante de su hocico cuando nada hacia delante y así evita chocar con objetos que se han vuelto invisibles por la oscuridad o por transparencia, como la pared de un acuario. Por desgracia para los peces, este sistema no parece adecuado para detectar la presencia de las redes de pesca, se lamenta el autor.

Dos platijas enterradas en la arena marina

La unidad social fundamental de los peces es el banco o el cardumen. También por desgracia para los peces, la ventaja de formar bancos para defenderse de los depredadores tiene el efecto contrario con la depredación humana, que cuenta con equipamiento para detectar y apresar prácticamente a todos los peces de un solo banco.

“Las poblaciones de peces se redujeron a la mitad entre 1970 y 2012 y en el caso de algunas especies muy explotadas comercialmente el descenso llega al 75%”

Los peces no están solos. Se reconocen como individuos y tienen preferencias sobre con quién se relacionan. Se comunican mediante diversos canales sensoriales y tienen vida sexual. Y, al contrario de lo que pueda pensarse, no viven apartados, sino que resulta que son muy sensibles al tacto y que la comunicación táctil enriquece las vidas de muchos de ellos. Además del tacto, los peces pueden obtener placer por muchos otros medios, como la comida, el juego y el sexo. Los acuarios ilustran lo que la ciencia demuestra, que los peces tienen vida social. Nadan juntos; reconocen a otros individuos mediante la vista, el olfato, la voz y otros canales sensoriales; eligen con quién aparearse de manera no aleatoria, y colaboran entre sí.

En cuanto a su reproducción sólo unas pinceladas de todas las que se recogen en el libro. “La capacidad de algunos peces de cambiar de sexo demuestra lo fluidas que pueden ser las divisiones de género en la naturaleza. He visto imágenes de una hembra rodeo introduciendo sus huevos en el sanctasanctórum interior de una almeja como si del surtidor de una gasolinera se tratara, y me pregunto si sabe lo excéntrico que resulta su modo de reproducción”, escribe Balcombe.

Un banco de atún rojo (‘Thunnus thynnus’) en el Mediterráneo. | Foto Guido Montaldo

¿Tan explotados están?

Un estudio conjunto del WWF y la Sociedad Zoológica de Londres realizado en 2015 (Living Blue Planet Report) concluía que las poblaciones de peces se redujeron a la mitad entre 1970 y 2012. Las poblaciones de algunas especies muy explotadas a nivel comercial, como el grupo que abarca el atún, la caballa y el bonito, han decrecido en un 75%.

Según la FAO, la producción pesquera mundial alcanzó un máximo de aproximadamente 171 millones de toneladas en 2016, de las cuales la acuicultura representó un 47% del total y un 53% si se excluyen los usos no alimentarios (incluida la reducción para la preparación de harina y aceite de pescado).

Ante este hecho el autor de El ingenio de los peces afirma: “Se vea como se vea, son muchos peces. Independientemente del cálculo que se haga, las abrumadoras cifras tienden a enmascarar el hecho de que cada pez es un individuo particular, no solo con una biología, sino también con una biografía».

El autor exhibe en su libro un posicionamiento moral en torno a la relación del ser humano con la naturaleza, tesis cercanas al animalismo que van más allá de la conservación desde el punto de vista ecológico: «Así como cada pez luna, cada tiburón ballena, cada mantarraya y cada cabrilla sardinera tiene un estampado único que permite reconocer los distintos ejemplares, cada uno tiene también una vida interior propia. Y precisamente esto debería propiciar un cambio en las relaciones entre los seres humanos y los animales acuáticos”, escribe el experto en fauna marina.

Además, enfatiza, “es un hecho biológico que cada pez, es único. Y no es una distinción trivial”. Tal vez de su conocimiento, como Balcombe cree, podemos comenzar a tener una nueva relación con los peces.


Pura C. Roy | Especial para El Ágora
Madrid | 12 junio, 2020

Tiempo de lectura: 9 min



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