Gustan las anécdotas y gusta el rigor de una exposición. En su libro Líquidos (Ed. Crítica), Mark Miodownik combina este cóctel a la perfección. Y todo ello para hablarnos de líquidos, unos muy conocidos y otros no tanto, unos beneficiosos y otros venenosos, pero todos cotidianos. La literatura, la historia, la pintura y la divulgación científica así como las curiosidades se dan la mano para explicar el agua o un reloj de cristales líquidos, los fluidos corporales como la saliva o la sangre o el aroma del te o del café.
Miodownik fue elegido por The Times como uno de los 100 científicos más influyentes de Reino Unido. Catedrático en el University College de Londres, recibió el premio Michael Faraday por su experiencia en comunicación científica.
Título: 'Líquidos' Autor: Mark Miodownik Traducción: Joan Lluís Riera Editor: Editorial Crítica Fecha de publicación: 9 de enero de 2020 Precio: 20,80 euros
Si hay un líquido por excelencia ese es el agua. Como se argumenta en este libro “el agua líquida sigue siendo la sustancia que verdaderamente posee la propiedad de crear la vida. Y ello es así porque no solo puede disolver el oxígeno, sino también muchas otras sustancias químicas, entre ellas moléculas de carbono, de modo que proporciona el entorno acuoso necesario para que surja la vida, para la aparición espontánea de nuevos organismos. O, al menos, esa es la teoría, y también la razón de que los científicos busquen agua líquida cuando buscan vida en otros planetas”.
El agua líquida es rara en el universo, todo un conjunto de circunstancias han permitido y permiten que dispongamos de ella en el planeta Tierra. Cuando fluye por el grifo raramente pensamos en este hecho. Pero las condiciones cada vez más cambiante de nuestro clima tal vez modifiquen esta percepción y seamos capaces de no derrocharla.
Líquidos sorprendentes
El libro sorprende por su estructura simpática y ocurrente, lo que se traduce en una lectura muy amena. A lo largo de un vuelo transatlántico: desde el control en el aeropuerto, el vuelo y la llegada, el autor se va encontrando con líquidos, esas sustancias que pueden revelarse como sorprendentes o siniestras que pueden provocar, a la vez, destrucción y fascinación.
El agua que le sirven es bastante diferente de la que llena el océano que ve desde la ventanilla oval del avión. “Las diferencias no están solo en la composición, es decir, en la cantidad de sales y otras sustancias que contienen, sino en cómo se comportan. Los océanos de la Tierra se encuentran en continuo estado de flujo: crean vientos y son empujados por ellos; crean nubes y borrascas, y son afectados por ellas; calientan la atmósfera, pero también almacenan calor. Hay en ellos enormes corrientes globales que afectan al clima. Así que, a pesar de estar hechos aproximadamente de las mismas moléculas, los océanos que cubren un 70% de nuestro planeta no son simples versiones gigantescas del agua de la botella”, explica Miodownik.
Frente a supuestas bondades, los líquidos también pueden ser destructivos. El agua puede demoler edificios y pueblos, o arrastrar los coches de un lado a otro como si fueran trozos de madera a la deriva. “El terremoto de 2004 en el océano Índico, por ejemplo, desencadenó una serie de tsunamis que provocaron la muerte de 230.000 personas en catorce países. Se trata del octavo desastre natural más grave registrado hasta hoy”, recuerda Miodownik.
Los explosivos, son una de las preocupaciones de los actuales aeropuertos, de ahí la norma y control de los mismos en las maletas. El queroseno que permite volar al avión, le da pie al autor para hablar de diferentes aceites y una de sus propiedades como es la explosiva: “La nitroglicerina, como la gasolina, el gasóleo y el queroseno, está hecha de carbono e hidrógeno, pero viene con algunos añadidos: átomos de oxígeno y nitrógeno, evidente no todos tienen las mismas condiciones para una explosión”.
Pero si hubo un líquido cotidiano y útil para todos fue la tinta contenida en un Bic, el revolucionario bolígrafo de László Biró. Pero ¿cómo podía conseguir que la tinta llegase a la bola de modo que pudiera traspasarse al papel cuando rodase? Miodownik lo explica: “Biró ya tenía asumido que las tintas de impresión eran demasiado viscosas como para que la gravedad por sí sola pudiera llevarlas del depósito de tinta a la bola. Pero entonces un extraño fenómeno de la física vino en su rescate: el flujo no newtoniano.
“La licuación no newtoniana es justamente la propiedad que László Bíró necesitaba para que las tintas de los periódicos funcionasen en un útil de escritura. Su hipótesis era que esta propiedad permitiría que la tinta fluyese fácilmente cuando se escribe, pero que una vez sobre el papel se tornaría de nuevo espesa y viscosa y se secaría tan deprisa que no se emborronaría”.
El autor es consciente que son muchos los líquidos que no ha mencionado en el libro, “pero no pretendía ser exhaustivo, sino solo esbozar nuestra relación con ellos, ese estado de la materia atractivo pero siniestro, refrescante pero pegajoso, vital pero explosivo, delicioso pero tóxico, que llevamos miles de años intentando entender y dominar. Y en muy buena parte -si dejamos de lado los tsunamis y el aumento del nivel del mar-hemos conseguido dominar el poder de los líquidos, al tiempo que nos protegemos de sus peligros”.
De cara al futuro, la impresión de Miodownik es que estará tan lleno de líquidos como nuestro pasado, pero que nuestra relación con este estado de la materia será todavía más profunda. “Para entonces, confío en que hayamos dicho adiós a la quema de combustibles fósiles, en particular de queroseno. Este líquido nos ha dado el regalo de poder viajar por el planeta de manera asequible, el presente de unas vacaciones al sol y de aventuras emocionantes, pero su papel en el calentamiento global es tan importante que no podemos ignorarlo”. ¿Qué líquido inventaremos para remplazarlo?