Ferlinghetti y la querencia por el aire libre de la generación beat

Ferlinghetti y la pasión por el aire libre de la generación beat

Ferlinghetti y la pasión por el aire libre de la generación beat

Ha fallecido esta semana el poeta estadounidense Lawrence Ferlinghetti, a los 101 años de edad, último testigo señalado, junto a Gary Snyder, aún activo, de la generación beat. Esa generación literaria y mítica tuvo en el aire libre un motivo creativo fundamental, pero no siempre bien glosado


Pedro Cáceres | Director adjunto
Madrid | 26 febrero, 2021

Tiempo de lectura: 8 min



 

«Son las mismas personas que en los tiempos de Goya, solo que más lejos de casa, con autopistas de cincuenta carriles de ancho, en un continente de cemento espaciado con suaves vallas e ilustrando imbéciles ilusiones de felicidad»

Lawrence Ferlinghetti, 1958

Ha fallecido esta semana el poeta estadounidense Lawrence Ferlinghetti, a los 101 años de edad.

Vista su alta edad, toda la prensa lo ha despedido como el «último de la generación beat».

Olvidan que hay otros, como Gary Snyder, tan antiguos como él y compañero de mil aventuras, que siguen bien activos y vivos pese a la edad. De hecho, Snyder sigue coleando y publicando, pero mencionarlo, claro, estropearía el titular.

También seguía activo hasta ayer mismo Ferlinghetti, atendiendo a los periodistas que acudían a su librería de San Francisco para que les contara un siglo entero de literatura, poesía, contracultura y edición.

Sin duda, parte de la generación creativa que en los años 50 abrió el mundo de la nocturnidad y la mala vida a la artes y la literatura ha resistido bien los embates del tiempo. Quizá sea porque gente como Ferlinghetti o Snyder fueron rupturistas en su tiempo, pero ya llevaban en ellos el germen de la vida sana. Porque una cosa es escribir cosas que perturban a la sociedad biempensante del momento y otra es no dar paseos por el campo.

El poeta estadounidense Lawrence Ferlinghetti, fotografiado frente a la librería City Lights de San Francisco, que regentó desde 1954.
El poeta estadounidense Lawrence Ferlinghetti, frente a la librería City Lights de San Francisco, que regentó desde 1954.

«Un factor esencial que tiene toda la generación literaria de los beat, de los cuales fue editor, amigo, unificador e impulsor Ferlinghetti, es su  amor por los lugares abiertos, por dormir al raso o subir montañas»

De hecho, un matiz esencial que tiene buena parte de la generación literaria de los beat, de los cuales fue editor, amigo, unificador e impulsor Ferlinghetti, es su  amor por los lugares abiertos, por dormir al raso o subir montañas. Para aquellos jóvenes de los 50, lo importante era romper con lo convencional.

Daba igual que la escisión supusiera escuchar el saxo barítono de Gerry Mulligan en bares para negros de los 50, cuando el rock ni se imaginaba y las medidas raciales en EEUU eran draconianas, u oponerse a la vida de salón que te ofrecían las suegras y, por tanto, decir que tú eras más feliz durmiendo en una tienda de campaña.

Referente generacional

La generación beat, o los beatniks, como se les llamaba, fueron durante mucho tiempo un referente para las generaciones posteriores.

Hasta la década de los 80 o los 90, leer las novelas de Jack Kerouac, el más conocido de todos los del grupo, o incluso adentrarse algo más en su círculo de compañeros de generación, era un paso obligado para todo joven que se preciase. Es posible que, en el intento, el lector encontrara algo; o no; pero leerlo era obligado. Lo que estaba fuera de todo lugar era no hacerlo.

Los beats representaron una alternativa contestaria a la impoluta sociedad estadounidense de los 50, iluminada por mitos de abundancia material y felicidad doméstica y marital. Los beatniks fueron los chicos malos que dijeron que aquello aburría.

Fueron hermanos mayores del rock de los 60 o incluso de los hippies de finales de la década posterior. Todo el mundo recuerda lo que supuso que los Beatles se atrevieran a quitarse el traje y la corbata en los años 60. El nacimiento de la época ye ye.

Sin los beatniks no se puede entender el fenómeno del rock o el hippismo en los EEUU ni sus olas de resonancia posteriores en Europa

Poco antes, una generación de jóvenes de EEUU de variada extracción, aglutinados y espoleados por el enorme impacto del  poema Howl, escrito por Allen Ginsberg y publicado por Lawrence Ferlinguetti en 1956, lo había cambiado todo. Sin los beatniks -que hicieron del jazz su banda sonora- no se puede entender el fenómeno del rock o el hippismo en los EEUU ni sus olas de resonancia posteriores en Europa.

Aquel poema de Ginsberg, que visto desde nuestros días es una rapsodia tampoco muy escandalosa pero sí muy inspirada, ocasionó uno de los más importantes juicios de la época y una jurisprudencia sobre la libertad de la expresión que ha marcado el devenir de EEUU a partir de entonces.

El autor Allen Ginsberg, leyendo sus poemas ante un auditorio joven
El autor Allen Ginsberg, leyendo sus poemas ante un auditorio joven

Los jueces fallaron que Ginsberg tenía derecho a escribir y declamar y publicar Howl en aras a su expresión artística y personal. Y desde entonces se abrió el campo a la publicación de obras prohibidas durante décadas en el país de la libertad, como las novelas de Henry Miller o D. H. Lawrence.

Lo curioso es que, durante el juicio, que llevó tiempo, Ginsberg no estuvo pendiente, sino navegando por diversos lugares acompañado de la gente de la que le gustaba rodearse. Quienes tuvimos la oportunidad de alternar con él durante una visita al Madrid de los 90 ya sabemos la despreocupada forma de tomarse las cosas que tenía.

Quien arrostró toda la carga fue Ferlinghetti, el editor, pues era contra la editorial contra quien iba dirigida la denuncia. Y, en realidad, su editorial no era más que un pequeño sótano. Básicamente una librería del Down Town de San Francisco que vendría libros usados y ediciones de buena literatura en libro de bolsillo y que usaba las ganancias de la venta de ejemplares para publicar inéditos de gente como Ginsberg.

La naturaleza

Tras el fallecimiento de Ferlinghetti, hay quien ha escrito que, sin él, no hubiera existido la generación beat. Y no le falta razón.

Sin su editorial, sin su primer y decidido impulso -juicio por medio- a la publicación del manifiesto generacional que fue el Howl de Ginsberg, sin su apoyo a todos ellos y la creación de su punto de encuentro en la librería City Lights, incluso sin sus mil pequeños milagros y favores, como fue perdonar al poeta Gregory Corso – ¡A quien él editaba!- que entrara en la librería a escondidas y le robara 200 dólares en la caja… como decimos, sin toda esa variada capacidad de virtudes del poeta y editor bonachón, tranquilo y educado que era Ferlinghetti, es posible que la generación beat, como hemos dicho, no hubiera existido y solo hubiéramos tenido una serie de autores sueltos sin elemento cohesionador ni generacional, etiqueta ni marca.

Fue por el año 1958 cuando Ferlinghetti nos contaba cosas que hoy ya vivimos en carne viva en nuestros días, como la destrucción del paisaje bajo las autopistas e «ilusiones imbéciles de felicidad»

Ferlinghetti y Ginsberg (izda.) en 1988 junto a un monumento en homenaje a Kerouac en Massachusetts. | FOTO: Efe
Ferlinghetti y Ginsberg (derecha) en 1988, junto a un monumento en homenaje a Kerouac en Massachusetts. | FOTO: Efe

La generación beat se adscribe siempre, de forma natural, a la música de jazz, a la protesta contra el convencionalismo social, al mundo alternativo y la contracultura. Muy posiblemente porque solo se la he leído como un capítulo a pie de página y lateral en la historia de la literatura del siglo XX. O posiblemente porque no se la ha leído. O porque si se la ha leído no se ha ido más allá de On the road de Jack Kerouac.

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El final de lo salvaje

Pero basta repasar cualquiera de las otras novelas del más conocido de la generación, como los relatos de Kerouac The dharma bums (Los vagabundos del Dharma), o Big Sur, para notar la importancia que la naturaleza, el aire libre, los espacios abiertos, la inmensa América de espacios indomables, la acampada y la vida bajo las estrellas suponía para gente como él y sus colegas como motivo literario y de vida personal.

Hay un punto de romanticismo del XIX y oposición a lo urbano, social y establecido en ello, como toda reacción a un paradigma contemporáneo dominante de vida sometida a seguridad y control como era la América de posguerra. Pero también hay un punto de conexión con el espíritu pionero de los John Muir o los Aldo Leopold y los propios nativos americanos, que conocieron y glosaron un país salvaje tiempo antes.

Sea como sea, hemos entendido siempre a la generación beat como un fenómeno urbano y nocturno, cuando en muchos sentidos fue diurno y sensible a las abiertas extensiones sin civilización de su espléndido continente.

Gary Snyder lo ha sido todo: personaje de novela de Kerouac, amigo de Ferlinghetti, monje budista, santo bebedor, ensayista, montañero, ecólogo y poeta

Quedan los ensayos recientes de Gary Snyder, el único vivo de ellos y el más preclaro, para sorprenderse de la agudeza y la visión sobre el medio natural y la vida actual de alguien que lo ha sido todo en la vida: personaje de novela de Kerouac, amigo de Ferlinghetti, marino mercante, monje budista, santo bebedor, ensayista, montañero, ecólogo y poeta, y, ahora, uno de los más agudos pensadores del medio ambiente, como puede apreciarse en obras recientemente traducidas al español como La práctica de lo salvaje (Varasek Ediciones, 2016) o Back on the fire, ensayo aún no vertido a nuestro idioma y que debe ser de lectura obligada para cualquier que reflexione sobre incendios en España y cambio global.

Esto, en cuanto se refiere a Snyder. Respecto a Ferlinghetti, su amigo, editor, compañero recién fallecido, que protagoniza páginas memorables como protagonista de algunas novelas de Kerouac en los 50, donde se dialoga sobre la imposibilidad de caerse de la cima de una montaña, visto desde una perspectiva budista y no de escalador, por ejemplo, nos bastaría con leer sus poemas, como los que componen A Coney Island of the Mind (1958), que con mas de un millón de ejemplares sigue siendo el libro de versos más vendido en los EEUU.

Fue por el año 1958 cuando Ferlinghetti nos contaba cosas que hoy ya vivimos en carne viva en nuestros días, como la destrucción del paisaje bajo las autopistas e «ilusiones imbéciles de felicidad», arrancando además su maravilloso libro con una cita nada menos que del inmortal Goya.

Unos 30 años después de publicar su poemario, hizo una versión leída con su propia voz y ambientada musicalmente por el grupo Morphine cuyo enlace ponemos más abajo y que merece la pena visitar, para apreciar la capacidad de Ferlinghetti para comunicar y conectar siendo ya un señor de más de 80 años.

Noo olvidemos tampoco que declamar, leer en alto, fue algo que Ginsberg, Kerouac y el propio Burroughs, primo artístico de los beatniks, supieron hacer y explotaron en todo momento. El sonido, la voz, la música, el performance… eran fundamentales para ellos. De hecho, la presentación de Howl en sociedad, el manifiesto generacional de los beat fue una lectura pública del mismo ante una treintena de personas en 1956. Fue Ferlinghetti quien, al escucharlo, le dijo a Ginsberg que estaba dispuesto a publicarlo.

Como suele decirse, al medio ambiente le suelen faltar referentes de autoridad que defiendan la causa de la naturaleza. Pero no es porque no existan, sino porque no sabemos leerlos ni ponerlos en valor. Ha muerto Ferlinghetti, y todos dicen que fue una figura de la contracultura. Yo diría lo contrario. Ha muerto Ferlinghetti, y con él ha muerto una figura de la CULTURA, porque la naturaleza es cultura, y él llevó ambas siempre en la sangre y el verbo.

A Coney Island of the Mind

(Lawrence Ferlinghetti, 1958)

 

In Goya’s greatest scenes we seem to see
the people of the world
exactly at the moment when
they first attained the title of
‘suffering humanity’
They writhe upon the page
in a veritable rage
of adversity

Heaped up
groaning with babies and bayonets
under cement skies
in an abstract landscape of blasted trees
bent statues bats wings and beaks
slippery gibbets
cadavers and carnivorous cocks
and all the final hollering monsters
of the
‘imagination of disaster’

 

They are so bloody real
it is as if they really still existed

And they do

Only the landscape is changed

They still are ranged along the roads
plagued by legionaires
false windmills and demented roosters

They are the same people
only further from home
on freeways fifty lanes wide
on a concrete continent
spaced with bland billboards
illustrating imbecile illusions of happiness

The scene shows fewer tumbrils
but more strung-out citizens
in painted cars
and they have strange license plates
and engines
that devour America

 



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