Como el entomólogo que cada mañana sale de casa, cazamariposas en ristre, con la insobornable misión de ampliar su muestrario de insectos atravesados por un alfiler. Así trabaja María Sánchez (Córdoba, 1989). Tenaz, sosegada, flemáticamente. Aunque lo suyo, más que los artrópodos, sean los palabros. Esas palabras raras y caducas, ajenas a los vocabularios habituales, tan frágiles y desprotegidas, con apariencia de libélulas indómitas siempre dispuestas a no dejarse atrapar en mitad de su vuelo alocado.


Más tarde, en la madrugada, frente a la pantalla de un portátil encendido, María Sánchez limpiará, fijará y da esplendor al grueso de sus insólitas capturas mañaneras. Y el resultado de tantas horas al rescate de esa memoria de los lenguajes que tantas veces se traspapela, el resultado, digo, son libros tan necesarios y bellos como Almáciga (subtitulado: un vivero de palabras de nuestro medio rural), glosario indispensable editado por Geoplaneta en el que se recogen vocablos asociados al campo para que no caigan en el olvido.
A la intemperie
Y en esta Almáciga de María Sánchez cabe todo, siempre que provenga de ese medio rural que lleva décadas en peligro de extinción. Caben, para empezar, los evocadores dibujos de Cristina Jiménez algunos de los cuales acompañan este texto. Como caben también en esta almáciga, es decir, en el lugar donde se siembran o crían los vegetales que luego han de trasplantarse, según sostiene en su segunda acepción el diccionario de la RAE, casi un centenar de divinos palabros que evocan, en su inusual poesía, tiempos pasados con olor a tierra recién arada y a lumbre arrebatada.
«El campo y nuestros medios rurales tienen una manera de hablar única que hermana territorio, personas y animales. Muchas de sus palabras llevan demasiado tiempo a la intemperie. Si nos las cuidamos, morirán con nuestros mayores y nuestros pueblos», nos advierte la entomóloga María Sánchez justo antes de abrir su libro. Al mismo tiempo capitanea, nos explica, a partir de esta Almáciga, sendos proyectos de creación y recogida de vocablos amenazados: Las entrañas del texto, desde el que se nos invita a reflexionar sobre los procesos de creación, y el homónimo Almáciga, el cual, más allá del libro original, se reconvierte en semillero on-line, abierto y colectivo.


Escardando, que es gerundio
Reaprendemos así, entre otras muchas palabras recuperadas para la ocasión, en esta especie de reseteo verbal que nos ha sido regalado, que la maratilla es un pájaro de madera que se considera uno de los primeros artilugios que se emplearon en la artesanía y el arte pastoril. O que la errenka viene a ser, en euskera, ese hueco o rastro que provocamos al labrar y, por extensión, denominaremos del mismo modo a una hilera de árboles en un bosque o el orden de vecinos en el concejo.
«Errenka, maratilla, torbar o escinar son algunas de las palabras que María Sánchez rescata en su libro»


Y, con suerte, volveremos a torbar, es decir, a entretenernos en el bancal mientras arrancamos las malas hierbas. Y escardaremos si, además de sacar esas hierbas perjudiciales de nuestra huerta, incluimos a los cardos como enemigos públicos. Escinaremos cuando, además de las malas hierbas, quitemos brotes medianos e intermedios.
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María Sánchez, como avezada discípula del autor de El camino, vendría a ser una mezcla de académica antiacadémica y profanadora de tumbas verbales. Una médium que, como ese perseverante entomólogo del que ya hemos hablado, se adentra en las lenguas olvidadas para rescatar, con la eficaz ayuda de su cazamariposas, esas joyas ocultas, o diamantes en bruto, que son los divinos palabros.
Confiemos en que su labor y su ejemplo prendan como la pólvora encendida.


