Se cumple un siglo del nacimiento de Miguel Delibes (Valladolid, 17 de octubre de 1920-Valladolid, 12 de marzo de 2010) y la escena se llena de eventos, exposiciones y recordatorios sobre este maestro de periodistas y novelista magistral que retrató como nadie el alma castellana y nuestro medio rural.
Seguramente es el más claro candidato español al Nobel de Literatura no recibido, lo que demuestra un hecho ya sabido, y es que la Academia no es ni mucho menos infalible.
Pero esto no tiene importancia, puesto que el reconocimiento a Delibes se lo hemos dado sus lectores, que seguimos sorprendiéndonos de su brillantez, elaborada desde lo sencillo, y valorando cómo alguien es capaz de extraer de lo discreto y doméstico mensajes de calado universal.
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La obra de Delibes permanecerá para siempre, pero dentro de poco habrá que leerla con el diccionario en la mano. Será difícil que otras generaciones, incluso los que ya peinamos canas, entendamos las palabras del ámbito rural que emplea en sus textos. Porque ese universo campesino que iluminan novelas como El camino (1950) o Las ratas (1962) ha desaparecido.
En nuestros días vienen generaciones jóvenes, como las que representa la escritora y veterinaria rural María Sánchez, a hacer arqueología lingüística de lo que un día fue habla viva, tal y como explica nuestro colaborador David Benedicte en nuestro diario.
En otra publicación de nuestro #AgoraFinde, el naturalista Carlos de Hita, un profundo conocedor de los campos, narrador de sonidos y amante del silencio, nos trae un paisaje sonoro de don Miguel Delibes, un homenaje acústico a sus palabras. Es un fogonazo sonoro que ilumina con ecos de realidad la obra hecha de contemplación y largas horas a la intemperie del escritor castellano, capaz de comprimir en una línea largas horas y días de estar donde hay que estar, en el campo, por la mañana.
“La obra de Delibes permanecerá para siempre, pero dentro de poco habrá que leerla con el diccionario en la mano”
En la segunda mitad del siglo XX, cuando Delibes publicó sus textos, nuestro país sufrió una convulsión sociológica que trastocó un tiempo de siglos y pasó de ser rural a urbano en un santiamén. Con ello se perdieron también los usos, las herramientas y las palabras que se necesitaban para habitarlo.
Delibes contempló los últimos suspiros de una sociedad rural que se extinguía. Retrató la forma de estar en el mundo de las gentes del campo y lo hizo con naturalidad periodística, un estilo limpio que mostraba observación y respeto por lo que retrataba. Su mirada no tiene la frialdad del taxónomo ni la falsedad del costumbrista, sino el estar en el sitio de quien pisa y vive aquello de lo que habla.


El discurso de entrada en la RAE
Hay que estudiar su discurso de entrada en la Real Academia Española, El sentido del progreso desde mi obra, leído el 25 de mayo de 1975 y correspondido en nombre de la RAE por Julián Marías, para apreciar su vinculación intensa con el campo, la naturaleza, el medio ambiente o como queramos llamarlo ahora.
Aquel discurso fue publicado después de forma ampliada en el libro Un mundo que agoniza (Ed. Destino, 1979),
Que Delibes escogiera como tema el campo, en un momento tan importante para un intelectual como la entrada en Academia, ya fue en sí misma toda una declaración de intenciones. Ante los rostros de lexicógrafos, latinistas y popes de la cultura, la lengua y la etimología, Delibes arrojó esa mañana la cellisca verbal de un hombre acostumbrado a caminar entre rastrojos, con frío y con las botas en ristre, junto con los mejores hablantes del castellano: sus gentes humildes de Castilla”.
Ese discurso muestra también la sabiduría de su análisis en un momento incipiente de la preocupación por el medio ambiente a escala global. Mientras el ecologismo inicial de aquellos días se centraba, y no sin razón, en los destrozos industriales y la polución, Delibes tenía una visión integradora y amplia que abarcaba ámbitos que no dominaban el discurso del momento.
“Delibes arrojó ante sus compañeros de la Real Academia de la Lengua la cellisca de un hombre acostumbrado a caminar entre rastrojos con los mejores hablantes del castellano: sus gentes humildes de Castilla”
Delibes lamentaba la destrucción del territorio rural. Y recordaba que eran sus habitantes, los ganaderos y agricultores, las víctimas de lo que ocurría. Y los únicos capaces de salvar el campo, si es que ellos lograban salvarse antes.
Sólo muchas décadas después ha empezado la Administración a darse cuenta de que Delibes tenía razón y de que nuestro país tiene un profundo problema de sostenibilidad social, económica y ambiental en el drama de la España vacía.


De un señor como Delibes, que madruga todos los domingos para ir al campo, no se puede pensar que cambie rápido de afición ni de inquietudes. Por eso, su interés por el monte, los cultivos y su deterioro, apuntado desde sus primeras obras juveniles, va ganando peso con los años.
En 2005 firma con su hijo Miguel Delibes de Castro, eminente biólogo ligado a la Estación Biológica de Doñana del CSIC, un testamento ecologista: La tierra herida. ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos? (Ed. Destino). En él se pregunta por el cambio climático, el colapso de las pesquerías mundiales o la pérdida de la biodiversidad en todo el planeta. Y vuelve a preocuparse de nuevo por el campo, su campo castellano.
Yo mismo tuve la oportunidad de entrevistarle un año después, en 2006, para las páginas de naturaleza del diario El Mundo, en lo que parece ser la última entrevista que concedió en vida y que pude llevar a cabo gracias a la amable intercesión de su familia y la editorial Destino que siempre le publicó.
Si se avino a hacerlo, en una época en la que ya estaba retirado de la vida pública, fue porque le explicamos que la temática sería el campo y la caza. Eso parece fue lo que le decidió a aceptar responder a las preguntas. A esas alturas, don Miguel Delibes no quería ya hablar de literatura, de la creación, la política, su obra o su vida. Le interesaba la naturaleza. Y solo quiso hablar de esos asuntos.
“Hay que recordar que Miguel Delibes, el mayor abogado desde el mundo de las letras que ha tenido nuestra naturaleza, era cazador”
La caza, protagonizó aquella entrevista. Porque hay que recordar que Delibes, el mayor abogado desde el mundo de las letras que ha tenido nuestra naturaleza, era cazador. Como lo fueron también Félix Rodríguez de la Fuente y muchas de las grandes figuras de la conservación en España, como Mauricio González Gordon, bodeguero, propietario rural y salvador de Doñana, a quien tuve la oportunidad de conocer ya nonagenario en su propia casa, ofreciéndome una lección de realidad ante mis ínfulas de ecologista urbanita. O Luis Hidalgo, otro maestro de ornitólogos y propietario, preocupado por el futuro del territorio y el lugar, cuyo hijo sigue ejemplificando un ejercicio de conservación y uso del territorio.
También entendían la caza en su contexto de entonces, uno asumiéndola y otro practicándola, los dos profesores de Zoología que pusieron en pie las dos entidades de referencia en la conservación en España, y que fueron pioneros en la defensa de la naturaleza y la investigación ecológica internacional en España, don Francisco Bernis y José Antonio Valderde.
Los próceres de la ciencia ecológica en nuestro país se plantaron ante el mismísimo Franco en los 50, mandándole cartas e informes demoledores para evitar que Doñana fuera desecada como planteaban los planes de desarrollo; movilizaron fortunas, personalidades e instituciones internacionales desde España dando pie al movimiento europeo por la conservación de la naturaleza; mostraron carácter ante sus vetustos compañeros de Universidad; animaron con su prestigio académico y su brillantez humana a toda una generación de jóvenes de pelo largo y pantalón de pana, como Eduardo de Juana y Joaquín Araújo, que luego han sido maestros de la ornitología en la Universidad y de la lírica ecológica, cada uno de ellos respectivamente, desde los 60.
Bernis, Valverde, Félix, González-Gordon o Luis Hidalgo fueron también artífices del nacimiento de WWF-España y SEO/BirdLife, las dos entidades punteras del conservacionismo en España durante décadas y las impulsoras de los movimientos sociales que ahora imperan.
«Hay una función de hermanos mayores que las entidades clásicas de conservación de la naturaleza en España no están consiguiendo llevar a cabo»
En cierto sentido, y a medida que pasan los años y surgen nuevas inquietudes sociales, ese origen de los próceres del ecologismo español en un ámbito cinegético se entiende como un pecado seminal por el movimiento ambientalista. Es algo poco honesto con la realidad diacrónica de la conservación, y que hurta a las nuevas generaciones de personas preocupadas por la fauna un relato más completo de quiénes somos y hacia donde vamos.
Hay una función de ‘hermanos mayores’ que las entidades clásicas de conservación de la naturaleza en España no están consiguiendo llevar a cabo tanto como sería necesario.


Poner en la trastienda el relato de nuestros antepasados es hacer un flaco favor a la didáctica, la historia y el crecimiento de un conservacionismo integrador. Lo dice alguien que nunca ha pegado un tiro en su vida, pero creció en familia de cazadores y vio cosas, repudió unas y entendió otras.
Si yo conocí el campo, y mi campo se parece más al de Delibes que al tecnificado y rasurado de ahora, porque ya tengo 50 años y el campo ha cambiado, es porque, siendo un niño, mi padre me levantaba a las cinco de la mañana para amanecer allí, muchos, muchos días, cada uno de ellos impagable, con tiros de por medio que yo no pegaba por alguna extraña convicción de niño, que seguramente le pesara a mi padre. Pero estaba el campo, siempre el campo, y yo estaba allí.
Hay toda una generación actual, de jóvenes urbanos preocupados por el medio ambiente o por la marcha del mundo, que deberían leer a Delibes y ganar cierto conocimiento y perspectiva histórica.
No se puede luchar por el medio ambiente desde la ciudad y hacer interpretaciones generales de lo que está bien o mal sin antes entender mejor qué es el campo, cual es nuestra relación con la Tierra o los animales, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Sin tener en cuenta también quién habita ese campo en el que los urbanitas quieren pasar el fin de semana e imponer su criterio a cambio de unas horas en el pueblo y unas coca-colas en el bar.


«Ante la Academia repleta de popes de las letras, Delibes arrojó esa mañana la cellisca verbal de un hombre acostumbrado a caminar entre rastrojos junto a gentes del lugar y buen hablar»
La caza, en aquellas décadas y en aquella España rural, tal como Delibes la entendió, era algo consustancial al ‘ecosistema campesino’.
Naturalmente, una persona tan sensible como Delibes supo ver también los cambios que el tiempo y la evolución de nuestra sociedad y los usos del territorio estaban generando sobre el propio fenómeno de la actividad cinegética. Y eso lo seguimos viendo todos, los que tiraban y los que no tirábamos.
El mismo Delibes lamentó que la modernidad estuviera convirtiendo la caza en algo industrial y dirigido a ociosos urbanitas. Lo señalaba en aquella última entrevista de hace ya… 15 años. ¡Nos vamos haciendo mayores a medida que su obra se hace imperecedera!: «La caza mayor me pareció siempre la menor en categoría (por su bulto y pasividad) y no la cultivé nunca. Ortega predijo que la caza iría a menos a medida que el campo se domesticara. Y acertó en lo que se refiere a la menor y se equivocó en lo referente a la mayor, que se ha multiplicado (cosa inexplicable) y a la que no me dedico porque me parece más inhumana», me decía en 2006.
Delibes avisó continuamente del deterioro que padecían, a la vez, la caza y el campo. Y, así, fue un pionero al informar de que la desertización humana, el abandono de las prácticas tradicionales, la intensificación productiva, la concentración parcelaria, el monocultivo y el uso de químicos estaban dejando yerma Castilla. Eran los años 70 y el ecologismo apenas se estaba empezando a inventar como movimiento social.
“El autor castellano contempló y retrató los últimos suspiros de una sociedad rural que se extinguía”
Miguel Delibes fue un señor de campo, un ecologista y un Dersu Uzala castellano. Le echaremos y le echamos de menos.
Las actuales generaciones jóvenes, sensibilizadas con el medio ambiente y que sienten también preocupación por el sufrimiento de los animales, encontrarán en Delibes mucho para aprender y pensar. Si quieren hacerlo.
Personalmente, me quedó con una de las frases que hace ya mucho tiempo me dijo el maestro: «Cuando se ama el campo se buscan las maneras de estar en él: cazando, pescando, construyéndose un tabuco, jugando al fútbol, paseando, haciendo senderismo, o andando en bicicleta. A la caza me llevó mi padre de la mano pero es casi seguro que de no haberlo hecho me hubiera ido al monte yo solo. Lo llevaba en la sangre».
