Les conocemos como bosquimanos o San. Son los nómadas del desierto del Kalahari, expertos en vivir de los pocos recursos que da este duro entorno.
He tenido la oportunidad de convivir con ellos durante unas semanas en una de sus aldeas más remotas, Nhoma en Namibia. Para acceder allí toma un día de viaje en todoterreno desde la capital, Windhoek.


Son la tribu más antigua de seres humanos con al menos 200.000 años de antigüedad. Estudios genéticos muestran que los bosquimanos son la rama más cercana al origen de nuestra especie.
Cazadores-recolectores, en esencia se alimentan de presas que cazan con trampas o arco y flecha. Recolectan frutos y bayas estacionales y son capaces de obtener agua de bulbos enterrados en la arena. Son también grandes conocedores de las propiedades de multitud de plantas medicinales que crecen en el desierto.
En la antigüedad, se movían nómadas por todo el Sur de África y así lo atestiguan los grabados de Spitzkoppe y Twyfelfontein en Namibia o Tsodilo hills en Botsuana. No se sabe a ciencia cierta hasta dónde llegaba su distribución geográfica pero se cree que era mucho más amplia que en la actualidad.


La razón de todos los pueblos nómadas para desplazarse de un lugar a otro al igual que para el resto de animales no es otra que la búsqueda de recursos. Las lluvias, las estaciones y las migraciones de los antílopes hacían que los bosquimanos tuvieran que moverse a campamentos estacionales que iban enseñando de generación en generación.
En los grabados de Twyfelfontein se pueden observar mapas en los que se identifican territorios de animales peligrosos, zonas de caza y la localización de charcas donde obtener agua. Incluso se encuentran grabados que muestran animales de la costa como pingüinos y leones marinos, lo que atestigua que los bosquimanos se movían por todo lo largo y ancho del sur de África y conocían a la perfección todo el territorio y sus recursos.
Las fronteras modernas lo cambian todo
Todo esto empezó a cambiar en 1965 cuando se instaló una valla separando la frontera entre Namibia y Botsuana que comenzó a dificultar el movimiento de este pueblo nómada.
Con el estallido de la guerra de Angola en 1966 muchos dejaron sus poblados para trabajar de rastreadores para el ejército de uno y otro bando.
Con la proliferación de los cotos de caza y ranchos de ganado también vallados que limitaban aún más su capacidad de movimiento, ya en la década de 1970 muchas familias del pueblo San abandonaron el nomadismo para crear aldeas semipermanentes.
«Actualmente hay alrededor de 100.000 bosquimanos repartidos en comunidades en Namibia, Botsuana, Sudáfrica y el sur de Angola»
El descubrimiento de recursos minerales como los diamantes en sus territorios de Botsuana, Namibia y Sudáfrica hizo que los gobiernos de estos países les obligaran a realojarse en reservas donde se encuentran hoy en día.
Actualmente hay alrededor de 100.000 bosquimanos repartidos en comunidades en Namibia, Botsuana, Sudáfrica y el sur de Angola. Sus modos de vida son muy distintos en un lado u otro de las fronteras.
En Botsuana no se les permite cazar y en Namibia, aunque sí pueden hacerlo usando métodos tradicionales, las poblaciones viven en reservas con una extensión muy pequeña siendo insuficiente para la subsistencia de las comunidades que las habitan.


Hablando con Tuka, el más anciano de la aldea de Nhoma con 79 años, me cuenta que los últimos siete años ha habido incendios en el territorio, lo que ha ahuyentado a los antílopes y las plantas no han dado fruto hasta este año. “Esto no ocurría cuando éramos nómadas porque si no había recursos en un sitio nos movíamos a otro”, recuerda.
Este concepto es clave ya que en épocas de sequía o incendios, si la tribu se desplazaba a otro lugar daba tiempo al ecosistema a recuperase y volver a tener recursos. Meses o años después podrían volver a alimentarse en la zona. Esto con asentamientos permanentes es inviable.
La pérdida de sus costumbres es notable. A principios del siglo XXI, la búsqueda de alimento proveía alrededor del 30 por ciento de la dieta, en comparación con el 85 por ciento en 1964, lo que refleja la creciente insostenibilidad de la caza y la recolección ante la expansión del resto de la población que les rodea.
La llegada del turismo
Con la llegada del turismo se podría pensar que las tradiciones del pueblo bosquimano se han convertido en un valor y que esto ayudaría a preservar su cultura. Pero, pese a que la afluencia de visitas ha supuesto una entrada importante de dinero para las comunidades de bosquimanos, esto no se ha traducido en un empuje para que sus tradiciones perduren.
Durante las visitas turísticas a poblados de bosquimanos podemos observar, como fascinados occidentales, el dominio que tienen del rastreo, encontrar plantas medicinales, construcción de trampas, arcos y flechas, pero en la práctica están en desuso.


Cada vez es más difícil encontrar auténticos cazadores entre los bosquimanos y los que hay ya están muy mayores para practicarla. Aunque son capaces de seguir a la perfección el rastro de cualquier animal, en la mayoría de los casos han perdido la habilidad de abatir a una presa debido a la falta de práctica.
No salen a cazar porque hay escasez de fauna en su territorio y tienen miedo de entrar en tierras de los ganaderos bantúes que hay por la zona y que les disparen. Esto poco a poco va haciendo que se pierda la costumbre.
Las nuevas generaciones
Ante esta situación, las nuevas generaciones de bosquimanos están divididAs entre quienes que abrazan la modernidad y sueñan con el modo de vida occidental, y los que viven orgullosos de la vida rural.
Otza es uno de los jóvenes que quiere seguir viviendo en su aldea y para él a la pregunta de cómo van a subsistir tienen una respuesta clara: “tenemos que aprender a vivir de la tierra”.
Él y otros jóvenes han comenzado un proyecto de huerto para alimentar a toda la comunidad.


El mismo paso que dieron los pueblos del Creciente fértil pasando de ser cazadores-recolectores a agricultores y ganaderos lo han tenido que dar los bosquimanos 11.000 años después. Esto nos habla de que hasta este momento su modo de vida era provechoso para ellos en el hostil entorno de África austral.
No obstante, aunque los jóvenes están dando el paso hacia la agricultura y ganadería, no quieren desprenderse de sus raíces y, orgullosos, dicen que quieren convertirse en cazadores y aprender el uso de las plantas medicinales.
La importancia de las tradiciones
Si nos paramos a pensar, en el mundo moderno las tradiciones se van perdiendo y sustituyendo con rapidez. Una de las preguntas que me hice al pensar en la importancia de las tradiciones de los bosquimanos es qué cosas tradicionales españolas hacía yo mismo.
Me percaté de que vivir de una manera tradicional no es la única manera de hacerlo. Debemos darnos cuenta de cuántas tradiciones hemos dejado por el camino nosotros mismos hasta llegar a nuestro modo de vida actual. Desde la forma de labrar la tierra, obtener alimentos, el modo en que celebramos, el modelo de familia, el ocio e incluso la forma de tratar nuestras enfermedades.
«Hoy en día quedan pocos bosquimanos que tuvieron una vida nómada. Son los ancianos de sus tribus y se enfrentan a un punto de inflexión en su historia»
Las tradiciones se moldean y se acoplan a los modos de vida en todos los lugares del mundo y en el caso de los bosquimanos el cambio ha sido drástico en menos de una generación.
Hoy en día quedan pocos bosquimanos que tuvieron una vida nómada. Son los ancianos de sus tribus y se enfrentan a un punto de inflexión en su historia. Si son capaces de encontrar el equilibrio entre los nuevos cambios y seguir abrazando sus tradiciones, su cultura perdurará. Si sus conocimientos no pasan a la siguiente generación, estaremos ante los últimos bosquimanos.
Cómo sea su nueva forma de vida y cultura dependerá de ellos.
