En unas polémicas declaraciones Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para la Política Exterior y de Seguridad Común, ponía en duda que Greta Thumberg y los jóvenes tengan una apuesta decidida por el cambio climático. Borrell también se refería al elevado coste de las medidas contra el cambio climático y se preguntaba si los jóvenes estarían dispuestos a rebajar su nivel de vida.


En un tuit posterior, Borrell matizó sus comentarios afirmando que los movimientos juveniles para luchar contra el cambio climático tenían todo su apoyo e inspiraban a los políticos y a las sociedades. “El cambio climático es uno de los mayores desafíos geopolíticos, no podemos permitirnos los costes de la inacción”, tuiteaba.
“La adaptación no solo es lo correcto sino también lo más inteligente para impulsar el crecimiento económico y crear un mundo resiliente al clima”, subrayaba Ban Ki-moon
Esta inversión abarcaría de 2020 a 2030 y comprendería cinco áreas relacionadas con la crisis climática como son la alerta temprana, la creación de infraestructuras resistentes al clima, una agricultura mejorada para tierras secas, la protección de los manglares e inversiones para conseguir que los recursos hídricos sean más resilientes, es decir, que se adapten a las nuevas condiciones.
“La adaptación no solo es lo correcto sino también lo más inteligente para impulsar el crecimiento económico y crear un mundo resiliente al clima”, subrayaba Ban Ki-moon.
Es más costoso no actuar
Si damos marcha atrás en el tiempo, en 2006 uno de los primeros informes que estimó la inversión necesaria y las pérdidas si no se hacía nada fue el conocido como Informe Stern, que el gobierno británico encargó al economista Nicholas Stern.
Sus cálculos iniciales estimaron que se necesitaba una inversión equivalente al 1% del PIB mundial para contrarrestar los efectos del cambio climático. De no hacerse, según el economista, el mundo se expondría a una pérdida de entre el 5% y el 20% del PIB.
“Estos costes se han revisado una y otra vez en los años posteriores y no han hecho más que crecer”, señala a El Ágora Fernando Valladares, profesor de investigación del CSIC en el Museo Nacional de Ciencias Naturales.
Lejos de verlo como una derrota, Valladares considera que esta especie de vuelta a los orígenes es una conquista vital y una oportunidad para que nuestra especie haga historia
Catorce años después del Informe Stern, hoy los economistas coinciden en que los costes de no actuar son mayores que los de las medidas de mitigación. Lo confirma Kenneth Gillingham, profesor asociado de Economía en la Universidad de Yale (EEUU) y miembro de la Oficina Nacional de Investigación Económica (EEUU). “Entre los economistas que trabajan en esta área existe un claro consenso de que es más costoso no actuar que actuar para abordar el cambio climático”, destaca a El Ágora.


En un artículo publicado en la revista del FMI Finance & Development Gillingham responde a la pregunta de si es posible una descarbonización tan profunda de la economía que lleguemos al 2050 con una emisiones netas de carbono iguales a cero, como se han comprometido numerosos países en la Alianza para la Ambición Climática, entre ellos España.
Desde su punto de vista, sí es factible conseguirlo porque las tecnologías ya existen, aunque para lograr este reto hará falta una gran transformación del sistema energético que será costosa, sobre todo en los países que dependen de los combustibles fósiles
Un futuro con ganadores y perdedores
La otra gran pregunta es qué tipo de cambios serán necesarios para llegar a ese escenario de reducción drástica de emisiones, tanto individuales como a escala global. ¿Tiene que cambiar nuestro estilo de vida? Para el fotoperiodista Sebastião Salgado no hay ninguna duda. “Tenemos que poner en cuestión nuestra sociedad de consumo”, declaró en una conferencia en el marco de la Cumbre del Clima de Madrid. “No vamos a sobrevivir como especie y no estamos preocupados”, avisó.
Aunque no todos los expertos tienen una visión tan catastrofista como el fotoperiodista. Es el caso de Robyn Wilson, profesora de análisis de riesgos y ciencias del comportamiento en la facultad de Medio Ambiente y Recursos Naturales de la Universidad Estatal de Ohio (EEUU).
La experta no espera que los humanos se extingan aunque llegáramos al peor escenario climático, que sería alcanzar un calentamiento de global de 12ºC o 13ºC a finales del siglo XXI. “Alguien va a sobrevivir. Es más una cuestión de equidad y justicia social”, matiza. La investigadora dibuja un panorama donde habrá ganadores y perdedores, y estos últimos serán las personas con menos recursos, bajo nivel socioeconómico y quienes vivan en los países en desarrollo.


Wilson lidera un estudio que se ha publicado hace unos días en la revista Nature Climate Change en el que los investigadores han analizado diferentes trabajos sobre la adaptación del comportamiento al cambio climático. Lo que descubrieron es que la mayoría de los estudios se centraban en la psicología individual frente a peligros aislados, en lugar de enfocarse en una escala mucho mayor, de sistemas para que se adapte el conjunto de la sociedad.
Los autores ponen como ejemplo proteger una comunidad costera. Ahora mismo lo que se está haciendo es construir muros para luchar contra las cada vez más frecuentes inundaciones. Los habitantes trasladan sus posesiones a zonas más altas y confían en el que seguro compense los daños. Sin embargo, lo que proponen los científicos es una mirada más amplia y plantearse si esa comunidad costera realmente debería existir.
Cambios profundos en el día a día
En cuanto a gestos concretos en nuestra vida diaria, los expertos coinciden en algunos que son clave. “Tenemos que cambiar nuestro estilo de vida para hacer frente a la crisis y lo primero que puede hacer cada persona es pensar en sus comportamientos energéticos en el hogar”, indica Wilson a El Ágora.
La científica se refiere a cómo calentamos o enfriamos nuestras casas, fijándonos en el termostato en invierno y en verano para que las viviendas sean lo más eficientes posible. También plantea que, para quien pueda permitírselo, la instalación de paneles solares o el cambio de vehículo por uno eléctrico o híbrido son dos buenas opciones.
Caminar o montar en bicicleta en lugar de usar el coche y, en la medida de lo posible, viajar menos en avión, contribuyen a reducir la huella de carbono. No obstante, la experta recalca el papel de los gobiernos. “Es importante seguir presionando a los responsables políticos para ver también un cambio de arriba hacia abajo”, alega.
Michael Morecroft, experto en cambio climático del Natural England –un organismo público dependiente del Departamento de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales del Gobierno británico–, publicó hace unos meses en Science una investigación en la que proponía que, para medir qué acciones son más o menos efectivas en la adaptación al cambio climático, estas tuvieran un enfoque mucho más práctico.


“Lo bueno es que muchas de estas acciones también son positivas para nuestra salud, por ejemplo, caminar o ir más en bicicleta y comer muchas frutas y verduras”, afirma a El Ágora. Además de estas medidas, Morecroft recuerda que desde Natural England luchan contra el cambio climático restaurando ecosistemas, lo que mejora su capacidad de recuperación y suele ayudar a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
“Todos podemos ayudar a cuidar mejor la naturaleza y tal vez plantar un árbol, que ayudará a eliminar el dióxido de carbono de la atmósfera y dará sombra en los días calurosos”, plantea.
Por su parte, Valladares apremia a cambiar el estilo de vida rápidamente, con independencia de las acciones políticas y de que los acuerdos nacionales e internacionales se definan y se pongan en marcha. “Debemos pensar en viajar menos y de forma más sostenible, en reducir antes que en reutilizar y en reutilizar antes que reciclar”, resume.
El científico pone el foco en profesionales casi olvidados a los que tendremos que volver a acudir, como son quienes arreglan equipos, tanto vehículos, como accesorios o dispositivos electrónicos, para alagar la vida útil de los objetos sin volver a consumir, lo que ahorrará costes y energía.
Lejos de verlo como una derrota o una involución, el investigador considera que esta especie de vuelta a los orígenes es una conquista vital y una oportunidad para que nuestra especie haga historia.
“El Homo sapiens no ha sido nunca sabio en lo que respecta a evitar el colapso, las crisis y los problemas graves; siempre ha sido capaz de adaptarse a posteriori. Pero ahora podría no haber un posteriori y debemos anticiparnos al colapso profundo de nuestro sistema socioeconómico”, propone.
El mayor problema para la ciudadanía
El 56% de los españoles situó el cambio climático como la mayor amenaza a la que se enfrenta el mundo, por delante incluso de los conflictos armados
La gran mayoría (el 81%) piensa que España no está haciendo lo suficiente para luchar contra el cambio climático. Además, casi la totalidad de los encuestados (el 94%) cree que España debería dedicar parte de sus presupuestos a compensar los efectos del cambio climático, sobre todo en aumentar la masa arbórea y en medidas de protección contra incendios. En cuanto al bolsillo de cada uno, casi el 60% afirma estar dispuesto a pagar más para prevenir el cambio climático y sus efectos.
“La población está mentalizada con la necesidad del cambio pero no es consciente de su profundidad. Muchos creen que es algo sobre todo tecnológico o que con ligeros ajustes aquí y allá será suficiente”, puntualiza Valladares.
En Estados Unidos, a pesar de que su presidente, Donald Trump, haya decidido que el país abandone el Acuerdo de París, lo cierto es que la mayoría de los estadounidenses (un 56%) cree que el cambio climático es el problema más importante al que se enfrenta la sociedad actual.


Así lo revela una reciente encuesta de la Asociación Americana de Psicología, en la que 4 de cada 10 personas admiten no haber realizado ningún cambio en su comportamiento para reducir su contribución al cambio climático.
“Aún se necesita un cambio cultural. Los datos recientes en Estados Unidos muestran que la mayoría de las personas creen que está ocurriendo el cambio climático, pero hay menos gente convencida de que existe consenso científico referido a que los humanos lo están provocando”, sostiene Wilson.
Precisamente, si hay segmentos de población que no reconocen el papel de nuestras emisiones en la crisis climática, será muy difícil que esos colectivos cambien sus comportamientos. No obstante, la científica recuerda que la mayor frecuencia e intensidad de eventos extremos como huracanes, inundaciones e incendios está provocando que la ciudadanía se preocupe más por esta crisis, lo que le puede llevar a tomar medidas.
“Para muchas personas parece difícil abandonar los hábitos a los que están acostumbradas e incluir cambios en su forma de vida, pero el cambio es posible con una mayor comprensión de las amenazas del cambio climático y con las acciones de los gobiernos”, alienta Gillingham, que pide a los responsables políticos que fijen un precio al carbono, impulsen las energías renovables y fomenten los vehículos eléctricos.
“Necesitamos ser más claros sobre lo que las personas pueden hacer y sobre las ventajas de las diferentes estrategias para que la ciudadanía pueda tomar decisiones informada”, concluye Morecroft. El tiempo apremia.
