La del Cárcamo de Dolores es una de las obras menos conocidas del artista mexicano Diego Rivera (1886-1957), según los especialistas en su legado. ¿Su particularidad? El gran muralista la concibió para que quedase sumergida bajo el agua y rendirle a esta un tributo como origen de la vida. La obra hidráulica del Cárcamo se diseñó a mediados del siglo pasado para proveer de agua potable a la metrópolis y el parque que la circunda está custodiado por una gran figura escultórica de Tláloc, el Dios del agua y de la lluvia mirando al cielo. Al parecer, el ornamento se pensó para ser visto desde las alturas, cuando el visitante llegara en avión a la inmensa capital mexicana.


Para celebrar la finalización de los trabajos de ingeniería en el Cárcamo de Dolores, el monumentalista Rivera creó un gran mural subacuático, que data de 1951 y se encuentra en la segunda sección del bosque de Chapultepec. Allí pasó más de cuarenta años bajo el agua, hasta que los expertos, en la jurisdicción del gobierno de la ciudad de México, decidieron hacerlo emerger y pudieron comprobar que toda la potencia del relato visual estaba a la vista, en buenas condiciones. Sobre el mural y las implicaciones de este hallazgo, entrevistamos a la directora del Museo de Arte Moderno de México, Natalia Pollak.


Pregunta: Los expertos en arte moderno sabían de la existencia de ese mural sumergido… pero no se había desviado el caudal de agua en cuarenta años…
Respuesta: La obra es uno de los últimos ciclos murales que realizó Diego Rivera antes de su muerte, en 1957, y es considerado el primer mural subacuático del mundo. Se inauguró el 4 de septiembre de 1951. Sin embargo, a los pocos años, con la continua fricción del agua, la parte baja del mural comenzó a borrarse, por lo que a partir de los años 90 entró en un proceso de restauración, lo que restringió su acceso hasta que, en 2010, el gobierno capitalino y el Fideicomiso Probosque de Chapultepec lo rescataron para su apertura al público.
La creación del mural se debe a la invitación del arquitecto Ricardo Rivas y el ingeniero Eduardo Molina a Diego Rivera, quien intervino el Cárcamo de Dolores, es decir, el depósito final del acueducto-túnel Atarasquillo, cuya función implicaba el trasladar agua desde el río Lerma en el valle de Toluca hasta la Ciudad de México. Esta obra es considerada como uno de los grandes logros de la ingeniería civil mexicana y forma parte de la historia del sistema Cutzamala, uno de los complejos de suministro de agua más grandes del mundo. Por estos motivos, se quiso coronar la finalización del proyecto con un mural por parte de uno de los artistas nacionales más importantes de la época.
El interior de la casa de máquinas del Cárcamo de Dolores fue adornado con murales de Diego Rivera que celebran y documentan las propiedades vitales del agua, así como su uso en la cultura mexicana. En el exterior de esta estructura, el artista guanajuatense dispuso una fuente monumental con la figura de la divinidad prehispánica del agua celeste, Tláloc.


P: ¿Qué valor diferencial al de cualquier otra obra del gran muralista tiene, particularmente, esta?
R.: El mural plantea el origen de la vida basado en las teorías de Aleksandr Oparin, quien consideraba que a partir de las aguas del océano, la vida evolucionó progresivamente desde organismos simples a unos cada vez más complejos. Así, la obra de Rivera va desde una primera célula dispuesta en el centro, que evoluciona en microorganismos que van subiendo por las paredes hasta convertirse en moluscos, batracios y, finalmente, en seres humanos, representados por un hombre afroamericano y una mujer asiática como referentes de los primeros homo-sapiens.
En otro de los muros se muestran imágenes de los ingenieros y obreros que trabajaron en la construcción del sistema Lerma-Cutzamala que hacen llegar el líquido vital a familias desprotegidas, además de la presencia de la hija del muralista, Ruth, quien se exhibe nadando, aunado a dos inmensas manos centrales que recogen el líquido por encima del túnel.


Como en el resto de sus murales de los años 50, Rivera retomó la historia de México desde diversas perspectivas. En el Palacio Nacional en cuya escalera había pintado a partir de 1929 el desarrollo político del país, para 1950 pintó la historia de la religión; en 1951, el devenir del agua en el Cárcamo, en 1952, el progreso del deporte en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria (proyecto inconcluso) y para 1953, la historia de la dramaturgia en el Teatro Insurgentes y la de la medicina en el Hospital la Raza.
P: ¿Hay otros casos de artistas contemporáneos a Rivera que hayan decidido pintar algo que luego sería cubierto por agua?
R.: En México, es el único mural de su época que se decidió que tuviera contacto con el agua, aunque en 1933, David Alfaro Siqueiros ya había pintado, en Buenos Aires, Ejercicio plástico, que también propone un mundo subacuático envolvente, al estar pintados no solamente los muros, sino también el suelo y el techo, aunque en su caso, el agua solo es sugerida con pintura.


P: ¿Desde qué perspectiva puede verse, hoy, el mural?
R.: Vale la pena mencionar que a la obra original se le añadió una pieza sonora del artista mexicano Ariel Guzik, que tuvo la idea de convertir en sonido la energía de la lluvia, lo que aumenta la sensación de estar inmersos en un espacio subacuático, a pesar de que ya no pase el canal de agua como en un inicio.