Criarse en Islandia y ser ajeno al abrumador medio natural que ofrece el país nórdico es poco concebible para cualquier persona que quepa considerar normal, y del todo impensable en alguien de la sensibilidad y la multiplicidad de intereses de Björk, nacida en el barrio de Oslin en Reikiakik hace ahora 55 años. Como indica su apellido, Guðmundsdóttir, la precoz artista es hija de Guðmundur [Gunnarson], un electricista que se separó de su madre cuando Björk tenía dos años, y de Hildur Rúna Hauksdóttir, reconocida ecologista islandesa que logró infundirle no solo el interés y el respeto por la naturaleza, sino una verdadera pasión por la física y las ciencias naturales.
Se dice que desde pequeña Björk coleccionaba insectos y tenía por ídolos a Einstein y al científico y divulgador británico David Attenborough, con quien llegaría a colaborar muchos años después, como tendremos ocasión de detallar unos párrafos más adelante. Si nacer en Reikiavik no era suficiente para sentirse no ya cerca, sino parte de la naturaleza, la niña pudo llevar a cabo toda una inmersión en ella cuando su madre y su nueva pareja, Sævar Árnason, se mudaron a Breiðholt, a las afueras de la capital, para llevar el estilo de vida hippie que le gustaba al padrastro.
Guitarrista del grupo local Pops y conocido como “el Eric Clapton islandés”, Árnason alentó a la pequeña Björk a estudiar música y a componer. También le dio a conocer los discos de Jimi Hendrix, Janis Joplin, Clapton y, cómo no, los Beatles. De hecho, parece que el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band fue la primera adquisición de la niña. Esta tardaba 40 minutos en cada trayecto para asistir a clase, y adoptó la costumbre de cantar para capear la distancia y las duras condiciones meteorológicas, según cuenta en el documental When Björk met Attenborough, rodado al calor de la gira de Biophilia, el séptimo álbum de la cantante y el más volcado en los fenómenos naturales.
A otros 40 minutos de su casa, pero en coche, podía contemplar el movimiento de las placas tectónicas de Thingvellir, y a poco más de cinco tenía el lago Ellidavatn, el segundo más grande del país. Eso por no hablar del volcán Hengill, bien visible desde el lago y aún activo. No es extraño que Björk desarrollara una conexión profunda con ese medio natural poderoso y tan presente, una especie de panteísmo vital en el que se confundían naturaleza, música y, especialmente, canto. Como ha afirmado ella misma en alguna ocasión, “cantar es como una celebración de oxígeno”.
Pocas personalidades ilustran tan bien como Björk la distancia, a veces abismal, que separa al artista, alguien que crea -de manera ciega en ocasiones-, del intelectual, quien reflexiona sobre los mecanismos que hacen posible dicha creación y el contexto en que acontece. Los trabajos de la islandesa aúnan, entre otras disciplinas, música, arte plástico y visual, moda y tecnología, y son, por tanto, mucho más que simples discos, pues proponen una estética y un mensaje diferente en cada uno de ellos, además de una puesta en escena en concierto sorprendente y única. A la hora de explicar o simplemente hablar de su obra, sin embargo, ella se expresa de manera a menudo críptica y nos atrevemos a decir que torpe, pero esas dificultades en nada deslucen la brillantez de lo producido.
Para ahondar en la génesis de sus obras ya tenemos el verbo fluido y bien estructurado de David Attenborough, que en el documental ya mencionado describe cómo el aparato fonador humano está diseñado para muchas más funciones que el simple habla. Del mismo modo que el ave lira soberbia puede imitar a la perfección el sonido de la alarma de un coche o el de una sierra mecánica, algunas voces, como la de Björk, son capaces de prodigios que, en este caso concreto, cuesta creer que provengan de la vocecilla ligeramente cascada con que la artista habla (no canta).
Espoleada por su padrastro, aquella niña inquieta ingresó en el conservatorio a los cinco años, a los 10 grabó su primer material discográfico y a los 15 ya había completado sus estudios de piano clásico. También con la ayuda de Árnason, editó un disco de versiones y algún tema de canto que gozó de gran popularidad en Islandia y nunca se editó en CD, por lo que hoy es un objeto de culto entre coleccionistas y fans. Al salir de la discográfica, disgustada con la proposición que se le hizo, decidió romper el contrato y comprarse un piano de cola, junto al cual se retiró temporalmente de la escena musical.
Entre los prodigios vocales que ya entonces despuntaban en la cantante hay que anotar su habilidad para el scat, un tipo de improvisación que emplea generalmente palabras y sílabas sin sentido y que dominó Ella Fitzgerald. En un plano más docto, algunos críticos han comparado su enérgica voz cantada -no la hablada- con la de Maria Callas, por llegar a cubrir tres escalas. Pero Björk no le interesaban demasiado ni sus logros ni las cuestiones académicas en general, de modo que no tardó en centrarse en el punk y el rock gótico y, tras pasar por varios grupos, recaló en los Sugarcubes.
A ella le urgía, no obstante, la independencia musical. Llegó en 1993, cuando el grunge estaba en plena efervescencia y el britpop comenzaba a exportarse desde las islas. Sin dejarse distraer, Björk publicó su primer álbum, Debut, que le valió el éxito a nivel mundial y la rápida consolidación como una de las artistas más interesantes de aquella década turbulenta.
A lo largo de trabajos como Homogenic, Vespertine o Volta, todos de portadas impactantes, la joven cantante y compositora devino también multiinstrumentista, DJ, productora, además de escritora y actriz en la película de Lars von Trier Bailando en la oscuridad, y sobre todo una figura clave de la música contemporánea más experimental o vanguardista. Sus vídeos provocadores y su gusto por la moda extravagante han contribuido además a fijar su imagen en la retina de un público global. Ha colaborado tanto con diseñadores independientes, a veces desconocidos, como con genios como Jean Paul Gautier o su amigo Alexander McQueen, quien diseñó la cover de Homogenic, su disco más conceptual hasta ese momento (1997) y dedicado ya entonces a los paisajes de Islandia.
En 2004, Björk intervino en la apertura de los Juegos Olímpicos de Atenas y cantó un tema compuesto especialmente para el evento. De Oceanía, dijo que era una canción escrita “desde el punto de vista del océano que rodea toda la Tierra y observa a los humanos para ver cómo les está yendo después de millones de años de evolución. No ve fronteras, diferentes razas o religiones, que siempre han estado en el centro de estos juegos”. Durante la interpretación, su vestido ondeante cubrió a los atletas en una representación artística de las olas en el océano.
De los intentos por seguir los pasos de su madre, sabemos que Björk se ha significado en la defensa de los recursos naturales de su país -para que sigan siendo propiedad del Estado- frente a los intereses de las multinacionales extranjeras. En 2011, organizó con otro ecologista local, Ómar Ragnarsson, un karaoke popular en el que se recaudaron firmas para revocar la venta de la compañía energética estatal HS Orka a la canadiense Magma Energy, y también se pronunció en contra de la construcción de grandes presas en Islandia.
Por entonces dijo que “el ecologismo ya no es algo de hippies o verdes, sino algo que interesa a todo el mundo”. Y ahora que las grandes corporaciones han comprendido que no tienen otro remedio que tener en cuenta el medio natural para poder sobrevivir (ellas mismas), la artista ha remachado que “hasta los capitalistas entienden que nuestro futuro es la naturaleza”, simple y llanamente.
En Biophilia, donde las segundas voces corren a cargo de sus antiguas compañeras de coro, Björk se adentra en un viaje apasionante en pos del origen último del sonido, “el sonido del sonido” -sugiere ella en el documental- y “la manera en que este funciona en la naturaleza”. Aquí, el panteísmo de la islandesa se extiende de la música y la naturaleza a la tecnología de la que se sirve para explorar sus vínculos, con el resultado de una experiencia multisensorial en la que involucra a diversos científicos y artesanos. Por ejemplo, Henry Dagg, un escultor de metales que inventó para la ocasión el Sharpsichord, un instrumento de dos toneladas que funciona con energía solar y se programa encajando clavijas en un cilindro de acero con más de 11.500 agujeros. El sugestivo sonido de este ingenio suena en la pieza Sacrifice.
La artista empleó el crujido de una bobina de Tesla como base rítmica en Thunderbolt, donde los rayos constituyen parte de la melodía. Para Solstice, pieza inspirada en la rotación de la Tierra, enroló a Andy Cavatorta, del MIT, para que creara un arpa-péndulo con el que fuera posible observar lo que podríamos llamar el sonido de la gravedad.
Biophilia fue el primer disco de la historia lanzado en formato app-album, esto es, un ebook con objetos 3D interactivos, películas, animaciones, diagramas basados en datos científicos reales y fotografías de la NASA y la ESA. Björk quiso además usar la tecnología para extraer de la conexión música-naturaleza desarrollos más intuitivos y que dejaran de lado la notación musical clásica, “intimidante” en su opacidad, según Oliver Sacks. En colaboración con el ingeniero Damian Taylor, trabajó primero en pantallas táctiles, que permiten “el tipo de relación espontánea que procura una pandereta”, aseguraba la cantante.
De las pantallas pasó a pergeñar una aplicación, Moon, que proponía una notación musical más intuitiva y hoy en día se utiliza en las escuelas de Islandia. El artista multimedia Scott Snibbe, autor de su desarrollo, explicó entonces que “cambiando la representación visual, también cambias la forma en que las personas perciben la música y el tipo de sonido que se puede crear”. En la canción Mutual Core, de Biophilia, la aplicación simula estratos de piedra y establece una analogía entre la tensión de los acordes en un piano y las notas: acercándolas o separándolas cambia la tensión y, con ella, el sonido resultante.
En álbumes posteriores, Björk ha insistido esporádicamente en la temática natural. Así en Mount Wittenberg Orca, cuyo EP inicial generó una recaudación que se destinó a apoyar un proyecto de creación de áreas marinas internacionales protegidas. Los últimos años muestran a una artista más interesada en cuestiones de índole íntima o introspectiva, aunque siempre consciente de que la naturaleza no es algo externo o ajeno a nosotros con lo que podemos relacionarnos con mayor o menor fluidez, sino una sola materia que comprende bosques, mares, planetas y galaxias ante los que el ser humano contempla su propia insignificancia