Jean-Michel Jarre, un ‘techie’ perdido en el gran océano verde

Jean-Michel Jarre, un ‘techie’ perdido en el gran océano verde

Jean-Michel Jarre, un ‘techie’ perdido en el gran océano verde

El especialista en música P. Unamuno nos descubre en esta ocasión la figura del autor de ‘Oxygène’ y pionero de la música electrónica. Comprometido desde sus inicios con la defensa del medio ambiente, su último álbum, ‘Amazônia’, nos sumerge en la inmensidad del bosque de la mano de las fotografías de Sebastião Salgado


P. Unamuno
Madrid | 23 diciembre, 2021

Tiempo de lectura: 7 min



Jean-Michel Jarre, pionero de la música electrónica, es de esos compositores que han tenido que lidiar con un cierto desprecio, cuando no la crítica radical, de quienes se dedican a glosar las novedades discográficas. Como suele suceder, esta actitud se agudizó en la misma proporción en que crecía la popularidad del músico, especialmente a finales de los años 70 y en los 80 del siglo pasado, y protagonizaba algunos de los conciertos más multitudinarios que se recuerdan, como el que congregó a 3,5 millones de personas en Moscú en 1997.

Con una veintena de discos a sus espaldas y 73 años que su aspecto hace imposible adjudicarle, Jarre ha presentado en este 2021 su último trabajo, el acompañamiento de 52 minutos de Amazônia, un proyecto del fotógrafo y cineasta Sebastião Salgado para la Filarmónica de París. Ha propuesto aquí una experiencia inmersiva en los sonidos del bosque, el gran océano verde amazónico -hoy amenazado-, mezclando los instrumentos electrónicos a los que es adepto con otros de orquesta y con sonidos reales de la naturaleza.

Los críticos, tan tendentes al sarpullido cuando escuchan sintetizadores y otros engendros electrónicos, habrán agradecido la relativa vuelta al redil del músico de Lyon, hijo del compositor de bandas sonoras Maurice Jarre, y al menos no podrán reprocharle haberse subido al carro de la defensa del planeta ahora que su situación se agrava por momentos. Jarre podría presumir de ambientalista de primera hora solo por haber firmado en 1976, con 28 años, un álbum –Oxygène– cuya portada mostraba un globo terráqueo al que se superponía una calavera.

Por situar las cosas en su contexto temporal, recordemos que, fuera de su indudable repercusión musical, el álbum llegaba en tiempos de una muy incipiente preocupación por el futuro de la Tierra. El libro de Rachel Carson Primavera silenciosa (1962) había alertado de los efectos perjudiciales de los pesticidas y culpaba a la industria química de la creciente contaminación, pero el movimiento ambiental apenas había dado sus primeros pasos a mediados de la década de 1970 y oscilaba entre una vaga reivindicación de mayor cuidado por el planeta y un temor también difuso a los excesos del progreso y la tecnología, que el cineasta Godfrey Reggio puso en imágenes en su cinta experimental de 1982 Koyaanisqatsi.

“En la época en que compuse Oxygène se nos consideraba un poco como unos iluminados que hablaban de defender el planeta”, ha comentado Jarre, pero “poco a poco nos hemos dado cuenta de que la naturaleza se estaba convirtiendo en una preocupación cada vez más importante”. Este disco sigue siendo su obra más icónica y reconocida, vendida por millones en todo el mundo (25 millones de copias hasta 2016) y con una repercusión que se extiende hasta nuestros días. Su pieza más popular, Oxygène, Part 4, se escucha, por ejemplo, en el videojuego Grand Theft Auto 4. Jarre escribió y grabó toda la música, dividida en seis secciones, en un pequeño comedor utilizando una grabadora de ocho pistas y algunos instrumentos rudimentarios.

Nombrado embajador de la Unesco ya en 1993, nuestro hombre se ha distinguido no solo por su defensa del medio ambiente, sino también por participar en numerosos proyectos relacionados con la tolerancia y el pluralismo cultural. En uno de esos golpes de efecto que tanto le agradan, su álbum de 2016 Electronica 2: The Heart of Noise incluía un tema en el que Edward Snowden, conocido por filtrar información clasificada de EEUU a la prensa, hablaba sobre la vulnerabilidad de nuestra información personal en el mundo de hoy. Pero volvamos a la faceta ambiental de Jarre.

Al éxito de Oxygène siguió otra acogida triunfal, la de Equinoxe (1978), cuyo leit-motiv no era otro que el agua como elemento de la naturaleza. Provisto ahora ya sí de toda la dotación tecnológica disponible, como secuenciadores y sintetizadores de última generación, su autor se consagró en la escena musical mundial y puede decirse que inauguró la era de los megaconciertos. El que ofreció en la Plaza de la Concordia de París en 1979 reunió a un millón de personas y le supuso el primer Récord Guinness de los que atesora. Como veremos más adelante, la portada del disco, donde una multitud de misteriosas criaturas nos observan, le inspirará 40 años más tarde otro trabajo centrado en la relación entre naturaleza y tecnología, los dos polos entre los que ha fluctuado toda su producción.

A comienzos de los años 90, Jean-Michel Jarre publica Esperando a Cousteau, un homenaje al célebre investigador marino que recurre profusamente al sonido caribeño de los steeldrums en los tres primeros temas, llamados Calypso como el barco del biólogo francés, y se cierra con un enigmático corte de 46 minutos de marcado estilo ambient. Una vez más, el álbum se estrenó en un concierto multitudinario, en esta ocasión en La Défense y ante casi dos millones de asistentes.

Después vino una serie de actuaciones, siempre en escenarios majestuosos y frente a públicos masivos -lo hemos visto delante de las pirámides de Egipto y en nuestro Monasterio de Santo Toribio de Liébana, en 2017-, que se celebraron en lugares afectados por un problema ecológico particular. En el desierto del Sáhara, Jean-Michel Jarre quiso atraer la atención sobre el problema del agua dulce como parte de la campaña anual de la Unesco Water por Life; el concierto Aero tuvo lugar en un campo de aerogeneradores en Dinamarca para la promoción de las energías renovables, y en Masada (Israel) pretendió subrayar el estado catastrófico del Mar Muerto, que -como denunciaba Jarre- pierde más de un metro de agua al año y “podría desaparecer en un futuro cercano”.

El año pasado, coincidiendo con el Día Mundial del Medio Ambiente, el músico manifestó que “los artistas pueden tener un impacto sobre el clima a través de su creación; pueden ser activistas de lo verde”. Además de comprometerse a reducir la huella de carbono de sus propios conciertos, se animó -y bastante- a dar otros consejos para combatir el cambio climático: “Tener menos hijos… O usar menos Google, Facebook o YouPorn, ya que eso por sí solo consume más energía que la industria del automóvil. ¿Y por qué el Día Mundial del Medio Ambiente tiene tanta importancia? Porque nos recuerda que los otros días que no hablamos sobre ello también hay que actuar si queremos que nuestros niños sobrevivan».

Tras ocho años de silencio, una época oscura -según sus palabras- en la que se sentía “incapaz de avanzar en la parte creativa”, Jarre retornó en 2015 con un disco de colaboraciones con artistas de cuatro generaciones diferentes, desde Tangerine Dream y Gary Numan a Hans Zimmer, John Carpenter o Gesaffelstein, terapia que le devolvió las ganas de seguir con “su vida como músico”.

Jean-Michel Jarre
Jean Michel Jarre en concierto.

Tres años después llega Equinoxe Infinity, la revisión de su superventas de los 70 inspirada por la portada original de Michel Granger y sus criaturas armadas de binoculares. La incertidumbre sobre un futuro dominado por máquinas, del que ya hablaron tanto un científico como Carl Sagan como el ecoterrorista conocido como Unabomber, llevó a Jean-Michel Jarre a preguntarse qué representaban aquellos seres acechantes cuatro décadas después. “Veo cierto paralelismo entre ellos y nuestra relación con la tecnología -señaló-. Durante el tiempo que pasamos pegados a nuestros móviles, los dispositivos nos están espiando, estudiando y gestionando nuestra vida privada, ofreciéndonos productos que comprar, sitios a los que ir… La evolución de la inteligencia artificial hará que un día sean ellos los que estén al mando”.

Pasar “más tiempo rodeado de máquinas en el estudio que de seres humanos” le ha llevado a plantearse si en algún momento estas “serán capaces de expresar emociones como la nostalgia”, una idea que quedó plasmada en su composición Robots Don’t Cry. Jarre es consciente de que la tecnología ha brindado a músicos como él un sinfín de posibilidades creativas y aboga por un buen equilibrio entre lo analógico y lo digital, el mismo que le permite seguir teniendo como juguete favorito el sintetizador granular G1, del que se sirvió en If The Wind Could Speak, y al mismo tiempo recurrir con naturalidad a instrumentos convencionales como el saxofón que suena y emociona en Rendez-Vous. Este trabajo de 1986 incluye la pieza que había de ser la primera grabada en el espacio -a bordo del Challenger– y que tras la explosión del transbordador pasó a ser un tema de estudio, dedicado al intérprete que perdió la vida en el siniestro, Ron McNair.

“Desde Oxygène he intentado trazar una especie de puente entre la naturaleza y la tecnología. Solo conseguiremos sobrevivir si logramos dar con la fórmula de hacer convivir ambas de un modo inteligente. Actualmente, ya no es tan solo una idea, sino una realidad que nos acecha”, había manifestado Jean-Michel Jarre antes de volver a escena con Amazônia, donde la tecnología desempeña un papel fundamental, pero de nuevo al servicio de la buena causa natural. El disco se ha comercializado tanto con sonido estéreo estándar como en versión binaural: mientras en el primer caso se proporciona un sonido directo de oído izquierdo/derecho, el audio binaural genera, al escucharse con auriculares, una experiencia de sonido 3D envolvente, más afín a nuestro sentido auditivo natural. La mezcla de esta versión se realizó de tal manera que el oyente se siente en el corazón del bosque.

Foto de Sebastião Salgado Credit: © Amazonas Images/Courtesy Peter Fetterman Gallery

La exposición de Sebastião Salgado sobre la Amazonia brasileña se compone de más de 200 fotografías y otros materiales recopilados durante sus viajes por la región durante seis años, en los que late el pulso de la selva, los ríos, las montañas y la gente que allí habita. A esta invitación a ver, escuchar y pensar acerca del futuro de la biodiversidad y el lugar de la raza humana en el mundo responde Jean-Michel Jarre con una propuesta que huye del enfoque etnomusicológico, que habría supuesto limitarse a componer música de fondo para una muestra de fotos, y nos sumerge en una realidad compleja en la que se funden sonidos naturales, salidos de la tierra y del aire, voces humanas y timbres desconocidos.

“Un pájaro canta, el viento sopla a través de las hojas de los árboles, algunos hombres cantan y charlan, las mujeres se bañan, la tormenta resuena, pasa un avión, cae la lluvia en la piedra; todos estos sonidos casuales que no tienen orquestación ni arreglo y forman, sin embargo, una armonía global: la música del bosque”. Esto es Amazônia, obra que Jean-Michel Jarre escribió “de una sentada, día y noche, viendo estas fotos en bucle una y otra vez”, sumergiéndose en “esta inmensidad conocida y misteriosa, serena e inquietante, poderosa y vulnerable…, esa droga adictiva y mortal que es el bosque de Sebastião Salgado”.


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