No hay estudios que hayan hecho más por el conjunto de las artes que la honorable carrera de Derecho. A sus 17 añitos, Georg Friedrich Haendel (más propiamente Händel, con Umlaut o diéresis alemana) estaba matriculado en la Universidad de su ciudad natal, Halle, pero tenía ya la cabeza en asuntos más azarosos y destacaba desde tiempo atrás como intérprete de música de teclado, ya fuera órgano o clavicémbalo. Como tantos alumnos de leyes que luego fueron grandes creadores, Haendel no tardó mucho en arrumbar los códigos y, en su caso, pasarse a las partituras, que comenzó a componer él mismo.
Con 20 años obtuvo un éxito resonante con dos óperas italianas: Almira y Nero, esta última hoy perdida. El género arrasaba en la escena europea de aquel tiempo, razón que lo convenció de mudarse a Italia tras una breve estancia en Hamburgo. En los siguientes cuatro años, Haendel conoce al anciano Corelli, cuyas obras admira aunque le disgusta su forma anticuada de tocar el violín, y al libretista Antonio Salvi, con quien colaborará más adelante. Apoyado económicamente tanto por la nobleza como por el clero, en Roma se encuentra con la prohibición temporal de la ópera por parte de los Estados Pontificios, lo que le lleva a escribir sus primeras grandes piezas sacras para la jerarquía eclesiástica.
«Era una música festiva y de acordes resonantes de modo que pudiera escucharse con nitidez entre el rumor del agua y la algarabía del séquito real y demás invitados»
Los caminos que conducirán a la creación de la Música acuática, tal vez la obra más comúnmente asociada al líquido elemento, son de lo más intrincados, y en ellos abundan los vericuetos personales, políticos y dinásticos. En 1710, cuando Haendel planea trasladarse a Londres, donde sí hace furor la ópera italiana, no sabe hasta qué punto su carrera va a pender de un hilo en el futuro debido a un hecho que en principio poco le atañe, la aprobación en el Parlamento de Westminster una década antes de la llamada Acta de Establecimiento.
El Act of Settlement se había concebido para garantizar la sucesión a la corona de Inglaterra a los miembros de la familia protestante de la Casa de Hannover, ligada a los Estuardo por una hija de Jacobo I. En otras palabras, se trataba de cerrar el paso al trono a un rey favorable al catolicismo y, en particular, a Jacobo Francisco Estuardo, a quien Luis XIV había designado rey con el nombre de Jacobo III.


He aquí que Haendel se estrena poco después de aprobarse esta ley como maestro de capilla de un tocayo suyo, Georg, que es a la sazón príncipe elector de Hannover. La historia comienza aquí a centrarse, y a descentrarse para el compositor, pues no es conveniente jugar al gato y el ratón con aristócratas, máxime si son caprichosos y pueden llegar a sentarse en un trono como el de Inglaterra. Cuando Haendel le pide permiso a su patrón, buen amante de la música, para viajar a Londres, el príncipe Georg no tiene inconveniente siempre que la estancia sea temporal. Desea sinceramente el triunfo público e internacional de su Kapellmeister, pero también lo quiere para sí. La situación se complica cuando la bulliciosa capital inglesa cae rendida ante la belleza de la ópera Rinaldo en 1711 y su autor se siente tan bien acogido allí que no tiene ninguna gana de volver a la aburrida Hannover.
«No es conveniente jugar al gato y el ratón con aristócratas, máxime si son caprichosos y pueden llegar a sentarse en un trono como el de Inglaterra»
Aún confiado en que su pupilo regresará al cabo de una temporada, le permite afincarse en Londres, donde Haendel presenta sucesivamente Il pastor fido, Teseo y Lucio Cornelio Silla en el plazo de dos años. Sus deseos de retornar decrecen en la misma medida en que se incrementa el enfado del príncipe, que a esas alturas está ya a punto de convertirse en monarca de Inglaterra.
Su madre, Sofía, se convertía en heredera de la corona británica en caso de que Guillermo III y su cuñada Ana (Estuardo) murieran sin descendencia, cosa que ocurrió. Y como Sofía falleció semanas antes que Ana, fue el príncipe Georg de Hannover quien pasó a ser rey de Inglaterra, con el nombre de Jorge I, en virtud del Act of Settlement. Un Haendel en el cénit de su creatividad se enfrenta ahora a una situación de lo más violenta. El patrón al que ha dejado tirado reina sobre el país que él ha conquistado a su vez con su música, y ahora le urge recuperar el favor real.


Brillante empresario como es, se pone a maquinar la manera de agasajar al rey Jorge para aplacar sus iras. Aunque desconocemos si la idea de la Water music fue suya o del barón Kielmansegge, que había acompañado a Haendel desde Hannover, lo cierto es que el monarca había pensado dar una fiesta a bordo de una barcaza que bajaría por el Támesis desde Whitehall hasta Limehouse. El barón entró aquí en juego para convencerlo de que una segunda falúa los siguiera de cerca interpretando música, y corrió de inmediato a encargársela a Haendel.
«Un Haendel en el cénit de su creatividad se enfrenta ahora a una situación de lo más violenta. El patrón al que ha dejado tirado reina sobre el país que él ha conquistado a su vez con su música»
Una primera Música acuática se interpretó en el verano de 1715. Jorge I, entusiasmado con la partitura, se interesó por la autoría de la obra y al parecer recibió encantado la noticia de que se debía a su díscolo pupilo, a quien perdonó sus pecadillos viajeros. La versión que se acerca más a la que conocemos hoy se estrenó, con movimientos creados expresamente para la ocasión, dos años después, el 17 de julio de 1717, hace ahora 303 años.
Aquella Water music que el monarca mandó repetir dos veces más se componía de una veintena de piezas breves, entre minuetos, fugas, airs y danzas inglesas de marineros conocidas como hornpipes. Era una música festiva y de acordes resonantes de modo que pudiera escucharse con nitidez entre el rumor del agua y la algarabía del séquito real y demás invitados. Luego ordenados en suites, los tres conjuntos de piezas estaban magistralmente adaptados a las circunstancias en que iban a ser escuchados. El hábil Haendel orquestó fuertemente el primero y el tercero, con cornos y trompetas, para cubrir el periplo río abajo y el recorrido de vuelta, mientras que el segundo, más íntimo, sonó cuando las barcas estaban ancladas, durante la cena.
«La versión que se acerca más a la que conocemos hoy se estrenó, con movimientos creados expresamente para la ocasión, dos años después, el 17 de julio de 1717, hace ahora 303 años»
La obra presenta la adecuada sonoridad propia del aire libre, realzada por los oboes y las trompas y por la sencillez genial de sus melodías y su armonía. No busca sino entretener, es ligera y combina brillantes pasajes rápidos y ricamente adornados con airosos contrapuntos, lo que habla tanto del dominio soberano de la composición que poseía Haendel como de su temperamento festivo y hasta juguetón, capaz de convivir por lo demás con una faceta más solemne que salía a relucir en otro tipo de composiciones.


La experiencia de la Música acuática fue tan satisfactoria que el compositor recibió encargos para otros saraos parecidos, como el final de la Guerra de Sucesión austriaca, ocasión en que escribió la Música para los reales fuegos artificiales, que suele acompañar a aquella en numerosos registros discográficos. En su calidad de director extraoficial de la Royal Music, se le encargaron varias obras para ceremonias de Estado, entre ellas la Oda para el cumpleaños de la reina Ana, Te Deum, Jubilate -que celebraba la paz de Utrecht- y los cuatro anthems para la coronación de Jorge II, piezas todas que triunfaron tanto como las de Henry Purcell una generación antes.
«Pasó sus últimos siete años ciego, por obra del cirujano ocular John Taylor, que ostenta el honor de haber dejado también sin visión a Johann Sebastian Bach»
Una vez extinguida la moda de la ópera italiana, un Haendel ya netamente inglés que firma como George Frideric Handel (sin diéresis) se dedica con idéntica pasión a una nueva forma musical en alza: el oratorio. La nueva receta le permitió integrar con pericia todos sus éxitos pasados y asegurarse otros 20 años de aclamación popular.
El viejo Georg siguió trabajando hasta pasados los 70, si bien su salud era para entonces débil y pasó sus últimos siete años ciego, por obra del cirujano ocular John Taylor, que ostenta el honor de haber dejado también sin visión a Johann Sebastian Bach, el otro gran compositor de su tiempo. Aunque nacido alemán, Gran Bretaña lo coronó a su muerte como el más grande autor de música inglés, y a su funeral en la abadía de Westminster asistieron más de 3.000 personas.
