Consejos para nadar a contracorriente

Consejos para nadar a contracorriente

Consejos para nadar a contracorriente

Nina Mingya Powles factura un libro imposible de etiquetar a no ser que estemos dispuestos a acumular etiquetas. La editorial Ático de los Libros publica ‘Pequeños cuerpos de agua’. Es un ensayo. Y un poemario. Y un diario. Y una biografía. Y un tratado de lingüística. Y unas memorias. Y el recuento de los diversos cuerpos de agua donde la autora se ha sentido en casa


David Benedicte
Madrid | 6 mayo, 2022

Tiempo de lectura: 4 min



Si nos fijamos, volar y nadar son dos verbos intransitivos distintos que tienen algo en común. Nadamos como si volásemos, aparentemente, y desde siempre lo hacemos envueltos en agua en vez de en aire, autopropulsados por ese motor que conforman brazos y piernas mientras siguen el compás rítmico pero inaudible de nuestra respiración.

Nadar es, en definitiva, volar, volar alto sobre el fondo de los mares, de las piscinas, de los ríos. Nadar es algo parecido a volar sobre el agua, perder la gravedad de forma intermitente, para asomarnos al exterior y al interior de nuestros cuerpos, para rendirnos ante el líquido elemento que, abrazándonos de forma más o menos amistosa, nos asedia.

Foto: Paloma Hiranda
Foto: Paloma Hiranda

Sentirnos peces

Trasladarse en el agua, ayudándose de los movimientos necesarios,  y sin tocar el suelo ni otro apoyo. Eso es nadar. Así nos lo indica la RAE. Ir o moverse por el aire, sosteniéndose con las alas. Eso es volar. Lo dicho. Leídos así. Juntos, aunque no revueltos, resultan casi intercambiables. Hasta el punto de que podrían ser sinónimos.

Nadar, volar. Volar, nadar. Basta con canjear agua por aire para que se confundan sus tiempos verbales. Agua, aire. Aire, agua. Sustancias incoloras, inodoras e insípidas en su estado puro. Materias antigravitatorias que nos permiten sentirnos peces. O pájaros. Repito: nadamos como si volásemos, rodeados de un agua que no deja de ser aire líquido.

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Nostalgia de la piscina

Nadamos porque es la única manera en que, así, haciendo como si volásemos sobre las aguas, podemos estrechar lazos con el animal primigenio que un día salió del mar, sorteando las olas, para encaramarse a la rama de un árbol de la cuál solo bajó para rellenar, solícitos, el impreso del modelo 145 de la declaración de la renta. Nadamos, luego existimos. O volamos, puesto que, como ya se ha dicho, entre volar y nadar apenas hay diferencias.

Al igual que tampoco las hay entre nadar y escribir. Que se lo pregunten, si no, allá donde se encuentren, a grandes escritores como Franz Kafka, Ernest Hemingway, Philip Roth, Truman Capote o Juan Marsé, nadadores empedernidos en su día todos ellos, que nos enseñaron a leer, y a escribir, como si nadásemos. O volásemos. Nadar, volar, escribir.

Nina Mingya Powles, autora del libro 'Pequeños cuerpos de agua', dedicado al gusto de nadar.
Nina Mingya Powles, autora del libro ‘Pequeños cuerpos de agua’, dedicado al gusto de nadar.

A braza partida

Y empezamos a nadar, o tratamos de hacerlo, tan sonrientes como el protagonista de El nadador, aquel relato de John Cheever que nos invitaba a volver a casa, como un Ulises con chanclas, saltando de piscina en piscina a lo largo y ancho del vecindario. Aunque nuestra media sonrisa se esfumó al comprender que aquel cuento tan brillante nos estaba hablando, en realidad, de la pesadilla que el consumo de alcohol produce en determinados seres.

Se trata de dar una brazada completa hasta el costado, y otra, y luego otra más, sin descanso. O de escribir una palabra, y otra, y luego otra más, hasta haber sumado las suficientes como para completar un nuevo largo. Nadar como si uno escribiese. O escribir como si uno nadase. Eso es lo que hace, y nos enseña a hacer, la escritora neozelandesa Nina Mingya Powles en Pequeños cuerpos de agua, libro ganador del primer premio Nan Shepherd de naturaleza y que acaba de publicar en España la editorial Ático de los Libros.

Poesía del agua

¿Y qué es Pequeños cuerpos de agua? ¿Qué hay oculto entre sus páginas para que estemos hablando de ellas aquí? Poesía. Poesía del agua. Toda la poesía que es capaz de ofrecer alguien que se siente alejada desde niña de todos sus recuerdos por su condición de migrante, alguien que concibe la natación como una extensión de la escritura, alguien que planea y planta un jardín imaginario hecho de todos los jardines que ha conocido en su vida. «

Nina Mingya Powles (“soy blanca, malasia y china, aunque no todo el mundo se da cuenta de inmediato”) factura un libro imposible de etiquetar a no ser que estemos dispuestos a acumular etiquetas. Es un ensayo. Y un poemario. Y un diario. Y una biografía. Y un tratado de lingüística. Y unas memorias. Y el recuento de los diversos cuerpos de agua que, ahora en playas, ahora en piscinas, estanques o lagos, se han convertido en los lugares donde esta nadadora/poeta se ha sentido en casa. Haciéndonos sentir a su lado, bajo el mismo techo.

Portada del libro de Nina Mingya Powles Pequeños cuerpos de agua

Terciopelo arrugado

La propia Nina Mingya Powles nos da el ejemplo perfecto de lo que quiero transmitir: “Soy la única persona en Days Bay. El mar es azul y está cubierto de lentejuelas, como si fuera la cola de una sirena. De pie al sol de la mañana con mi bikini amarillo de cintura alta, completamente embadurnada de crema solar, me siento de repente valiente y decidida, como el personaje de Stanley de En la bahía, escrito por Katherine Mansfield en 1922, sobre este mismísimo sitio. Con la primera luz, Stanley se sumerge triunfalmente (“¡Siempre el primero en bañarse, como de costumbre! Los había vuelto a ganar a todos”). La primera en bañarme, me sumerjo y bajo en picado hacia las olas de terciopelo arrugado. Me  levanto y me balanceo, brillante. El sol me engaña para que piense que no noto el frío, pero yo conozco bien mis límites. Desde la costa, miro hacia atrás, a las olas, mientras intento recuperar el aliento y me protejo los ojos de la luz”.

Para seguir leyendo, basta con abrir un ejemplar.

Algo tan sencillo como meterse en una piscina. Y empezar a nadar. O a volar.



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