La cultura y las artes escénicas tientan, acarician y pulsan el alma del colectivo social, tienen la obligación de poner un espejo delante de la comunidad para que ésta sea capaz de verse reflejada. Indudablemente es uno de sus grandes poderes. Hoy en día, a pesar de los negacionistas, la emergencia climática tiene a gran parte de la humanidad preocupada (que no ocupada) por el futuro del planeta. ¿Cómo será el mundo que dejemos a nuestros hijos? A esa pregunta intenta responder ‘Antropoceno’ el poema visual ideado por Thaddeus Phillips (Denver, 1972) que se representa en el Teatro de La Abadía de Madrid hasta el 29 de marzo.
Heredero de Robert Lepage, el dramaturgo ha ideado un montaje sobrio y sencillo, a caballo entre la interpretación, la danza y la ‘performance’. Un espectáculo sin apenas diálogo, protagonizado por Silvia Acosta, Julio Cortázar, Almudena Ramos y Kateryna Humenyuk, tres actores y una bailarina que pululan por los desastres (naturales o o no) de nuestro planeta.


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¿Qué es el antropoceno?
Fue José Luis Gómez, el anterior director de La Abadía, el que le encargó este proyecto hace dos años tras el estreno de Emigrantes. “Sólo pretendo mostrar en el escenario mi compromiso y mi preocupación por el cambio climático y el mundo que vamos a dejar no ya a nuestros hijos también a nuestros nietos”.
Antropoceno crece a través de la danza y los juegos escénicos. Su puesta en escena gira alrededor de un domo que abre y cierra, que hace las veces de Tierra, de hogar, de trinchera, de pantalla y de transmisor, una parábola que no aspira a sentar cátedra sino a incitar a la reflexión y, por supuesto, a la acción consciente.


Los cuatro protagonistas de Antropoceno repasan algunos momentos claves de esta nueva era del hombre. Arrancan con Oppemheimer y la primera prueba de la bomba atómica detonada el 16 de julio de 1945 en Nuevo México. “Ahora me he convertido en la muerte, en el destructor del mundo”, vaticina su alter ego sobre las tablas. Continúan con la revolución industrial, el capitalismo, el consumismo salvaje y, cómo no, con el espectro de una frágil y delicada Greta Thunberg como alegoría principal en la batalla contra la lucha climática. “Simboliza la fuerza de la juventud. Para mí Greta es la Casandra de nuestro tiempo”, matiza el director mientras evoca que fue la sacerdotisa que auguró el hundimiento de Troya y ningún ciudadano dio crédito a sus vaticinios.
Philips critica también algunos males modernos, como la pesadilla de los teléfonos, el desafecto de la inteligencia artificial, la industrialización de los alimentos y la pesadilla de los controles de seguridad de los aeropuertos. Antropoceno es un mazazo visual y sonoro. Impagable la escena de los móviles que surgen desde el escenario como una abstracción geométrica, teléfonos cuyas pantallas iluminadas cobran vida para denunciar cientos de barbaridades humanas.


Sorprende también la presencia del locutor de radio, sus proyecciones animadas y su repaso musical a temas inmortales tan oportunos como Till the end of life de Perry Como, la canción que fue número uno en las listas en 1945, el año de la bomba atómica; Fly me to the moon interpretado por Frank Sinatra, Burning down the house de Talking Heads o Cachito mío de Nat King Cole. Arranca alguna sonrisa, por el surrealismo, la escena del aeropuerto y desconecta el intento de desvelar el óxido del tiempo reflejado a través de una televisión que gira sobre su eje y repasa momentazos catódicos que sólo entenderán espectadores de cierta edad.
Aunque a priori pudiera parecerlo, no surge Antropoceno como una obra pesimista ni apocalíptica. Para nada. Estamos ante un montaje recomendable al que se le aprecia un profundo trabajo de investigación escénica interesante, un trabajo que incita a meditar y que permanece vivo en la memoria tiempo después de finalizar la representación.
Phillips apuesta por una visión tranquilizadora, incluso ilusionante, puesto que está convencido de que los jóvenes “reinventarán el mundo desde la catástrofe”. Lo tiene muy claro. “Los dinosaurios tuvieron su meteorito; nosotros, como especie, somos nuestro propio meteorito. Los jóvenes han entendido que el sistema no funciona y se han empeñado en cambiarlo. Son ellos los que salvarán el planeta”, concluye.