Premios Goya: La lluvia infinita que no apaga todos los incendios

Premios Goya: La lluvia infinita que no apaga todos los incendios

Premios Goya: La lluvia infinita que no apaga todos los incendios

En Os Ancares, Galicia, se rodó una de las películas más poéticas entre las candidatas a los Premios Goya del cine español, que se entregan este fin de semana. ‘Lo que arde’, de Oliver Laxe habla del valor del agua y el fuego en la tierra de sus ancestros.


Analía Iglesias
Madrid | 24 enero, 2020

Tiempo de lectura: 4 min



El año pasado, Oliver Laxe se convertía en el primer realizador español, junto a Víctor Erice (El sol del membrillo), en haber sido seleccionado en el prestigioso Festival de Cannes con sus tres primeras películas y en el único en resultar premiado por las tres. Lo que arde, su tercera obra, actualmente en cartel en España, está nominada en varias categorías principales de los Premios Goya (mejor película, mejor dirección, mejor fotografía y mejor actriz revelación), que se entregan este fin de semana, en Málaga. Y esta sí es la novedad, porque, por fin, la crítica, los profesionales del cine y el público españoles prestan una atención especial a este gallego nacido de padres emigrados a París, en 1982, que rodó sus primeros filmes en el vecino Marruecos.

Lo que arde es O que arde, un homenaje a Galicia, al Lugo rural, a la comarca de la madre de Laxe, Os Ancares, a la vaca que lleva el número 7565 estampado en un pin plástico colgando de la oreja, y que, sin la ayuda de sus cuidadores, podría haberse quedado hundida para siempre en un gran charco, al cabo de la lluvia infinita; a los ojos pardos de esa vaca reflejando los eucaliptos plantados en fila, con fondo de Leonard Cohen; a los héroes que salvan los paisajes con sus manos desnudas y a las heroínas de esos montes, que tienen tres vacas con nombres propios, porque son como sus hermanas. Es un homenaje al agua que anega y que salva, y también es un elogio de la ternura, siempre que sea posible comprender las contradicciones e intentar la compasión.

La película va de incendios (que, por cierto, el año pasado triplicaron la superficie afectada, en España, con respecto al año anterior), y de la contracara del fuego, el agua, porque, en Galicia, resulta muy probable que, cuando no llueve, el campo se encienda, debido a muchos factores, pero sobre todo a una serie de actividades meramente extractivas en un territorio con una masa forestal inflamable. “Sí, se evoca la idea de que los incendios son consecuencia de la fe que hemos tenido en el mito del progreso, en este tiempo tan histérico que ha hecho que se abandone el cuidado del entorno rural”, confirma el director, en la entrevista de presentación de su cinta.

La justicia según el pirómano

Lo que arde narra la humilde vuelta a casa de un pirómano que ha cumplido su condena, con un exquisito laconismo (gracias al trabajo actoral de Amador Arias y Benedicta Sánchez). Junto a esos silencios protagónicos con fondo de goteo incesante y truenos, la luz plateada bajo la que trabajan las bulldozer seccionando árboles va dejando expuestas las formas humanoides de los troncos derribados, que anticipan nuevas tormentas de fuego. Entonces van a exponerse otros fragmentos de vida, como la verdadera lucha de trincheras contra un gran incendio forestal, desde la utilización profesional del agua por parte de los bomberos, o el coraje de los vecinos que intentan estar a la altura de las llamas, con sus mangueras apenas goteando, hasta la construcción de cortafuegos, con imágenes de fuegos reales.

“Nadie negará que el fuego es bello y cruel al mismo tiempo, capaz de lo mejor, y, al mismo tiempo, de lo peor, como el propio ser humano”, apostilla Laxe, un cineasta que parte de una idea, pero que suele “abandonarse al camino” para dejar registro de las “texturas de verdad” de lo que observa. Esos pueblos gallegos son así, la gente habla así a sus animales, les pone nombres; se refugia de la lluvia en el hueco inmenso de un tronco y acepta la ambivalencia de la naturaleza. Esa ambivalencia que abraza todo lo que nos rodea es otro concepto básico en el cine de Laxe. De ahí el fuego y la lluvia y, a su vez, las otras valencias que se despliegan en cada elemento, su lado pérfido y el otro, el luminoso. Cortafuegos puede ser fuego de monte bajo junto a la carretera; el eucalipto sufre y hace sufrir; el paisaje es húmedo y, por tanto, verde, pero combustible; el líquen habla de colonizar en otros organismos y de simbiosis con otras vidas, finalmente, de dar más vida. La libertad es decir “sí”, pero también hay una libertad que viene de decir “no”.

En la primera parte de la película casi tocamos el agua infinita, esa lluvia que no para, que hastía porque humedece todo, embarra, hace girar en falso las ruedas del coche y  atasca puertas… podríamos incluso adivinar el olor que desprende Luna, la perra, mojada y leal, chapoteando entre las zarzas con sus amos. Y si el cielo no empapa, seguro que hay niebla, se adivina el helecho, se oye el cencerro lejano. En la segunda parte, sale el sol, el aire está nítido y es mejor no pensar en la amenaza que crece. La fotografía de Mauro Herce (también nominado) y los vientos de la música incidental de Xavier Font hacen el resto, porque lo que queda es misterio.

A Lo que arde la han visto 75 mil espectadores en cines. Las otras nominadas cuentan con cifras algo más abultadas, aunque ninguna llega a la audiencia televisiva de la gala de los Premios Goya, que el año pasado fue seguida por unos 3,9 millones de personas. El que divulgaba estos números, días atrás, en Twitter era el cofundador y director editorial de la plataforma española Filmin, Jaume Ripoll, cuya expresión de deseos era que la gala consiguiera que el público desee ver lo que se premia. En este caso, como un paso  sincero sobre el suelo rural y un acercamiento a las sensibilidades que allí se cultivan.



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