Con más de dos mil millones de usuarios y con beneficios astronómicos que superan la barrera de los 100 millones de dólares, no hay duda de que la industria de los videojuegos es una de las que más rápido crecen, superando incluso a Hollywood, Bollywood unidos.
Aunque más que por su crecimiento, en lo que realmente está despertando pasiones esta industria es por convertirse en una especie de nexo entre consumidores y productos con ayuda de plataformas de streaming, como la reina Twitch que, en cierto modo, representa una de las sendas más viables hacia la monetización de servicios tradicionalmente gratuitos.
Y es que no hay que olvidar que los hábitos de consumo de las personas se han visto alterados por la llegada de Internet y el sin fin de posibilidades que ofrece hasta el punto de comenzar a minar los pilares que han mantenido en pie a las viejas generadoras de contenidos, los grupos multimedia, que ahora también se han lanzado a la aventura de los contenidos a la carta.No obstante, mientras algunos interpretan ese nexo de comunicación como un modelo de negocio, otros ven en esa “cualidad nativa” otra oportunidad para utilizar los videojuegos como plataformas en sí mismas para transmitir ciertos mensajes positivos. Algo totalmente posible si entendemos que una parte de la naturaleza de los videojuegos radica en la narración de historias y experiencias que pretenden, al igual que sus homologas en papel, dejar una huella.
Esta vertiente es, precisamente, la que pretenden explotar las empresas que forman parte de Playing for the Planet, una iniciativa nacida durante la Cumbre del Clima de Nueva York del 2019 en la que las grandes corporaciones de la industria del videojuego se unieron para aprovechar el poder de sus plataformas en beneficio del planeta y, en concreto, para paliar la crisis climática.
Para el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), que apoya la anterior iniciativa, se trata de una evolución de la noción tradicional del videojuego que entiende que estos productos son solo una mercancía de entretenimiento para los niños, sino que son una pieza insustituible de ellos y un modo con los que establecer lazos que con las vías tradicionales es prácticamente imposible.
“La mejor forma de involucrar a los jóvenes en la naturaleza pasará por abrazar los espacios y plataformas que utilizan y hacen suyos. Con los videojuegos se ha visto que tenemos ante nosotros una herramienta con un alcance e impacto sin precedentes que ya no se puede ignorar. Es una plataforma inigualable”, aclaran desde el PNUMA.


Según un trabajo de Tania Ouariachi Peralta, doctora en Ciencias Sociales en la Universidad de Granada, buscar en los videojuegos este cobijo responde «a la urgente necesidad de de buscar nuevas estrategias para fomentar la concienciación y la acción social capaces de conectar con la llamada generación interactiva».
“El cambio en la forma de interactuar requiere revisar los paradigmas educativos existentes y caminar hacia nuevos formatos educomunicativos que faciliten una interacción natural entre persona, interfaz y entorno. Los videojuegos en general, y los juegos en línea en particular, ofrecen esa posibilidad inagotable de alfabetización científica y ambiental de las nuevas generaciones de jóvenes”, añade.
Aventuras climáticas
Si bien para los fundadores de Playing for the Planet este paso se trata de una iniciativa pionera que “tratará de aprovechar el poder del sector para explorar el poder de la jugabilidad de estos productos en beneficio del planeta”, cabe destacar que esas intenciones ecologistas y sensibilizadoras aparecieron mucho antes de la mano de empresas que supieron ver este «potencial bondadoso» de los videojuegos como canales de comunicación.
Antes de empezar este siglo, juegos como Civilization: Call to Power o el Impervm -este último con sello español- se encargaron de transmitir a los más jugones valiosas lecciones de historia que, en caso del primero, fueron puliendo paulatinamente hasta dar a luz títulos que bien incorporaron aquella parte en la que los humanos se encargaron de destruir gran parte del planeta a base de gases de efecto invernadero.


Otras empresas, en concreto, apostaron por otra estrategia y aprovecharon juegos de gran alcance para incluir elementos climáticos y lanzar campañas de concienciación. Es el caso de Climate Hope City, o “cómo Minecraft puede contar la historia del cambio climático”, nacida a raíz de la iniciativa campaña Keep it in the Ground del The Guardian en el 2015, o “Bloque por bloque”, basado en ese mismo juego y apoyado por la ONU.
Mas cercanos a nosotros, juegos que incorporaron la sostenibilidad y cambio climático en sus raíces, como ECO, se encargaron de enseñar a los jugadores que los recursos del planeta tienen un límite y que, mal administrados, pueden echar a perder el planeta en el que vives y, en este caso, tu partida a la que tantas horas has dedicado.
El último con una trascendencia sonora -y desarrollado por una productora indie- ha sido Alba: a wildlife adventure, un título de mundo abierto en el viajaremos a un pueblo mediterráneo situado en la ficticia isla de Pinar del Mar. Allí, nos meteremos en la piel de Alba, una niña de unos 10 años que desde bien pequeña sentía mucha atracción por la naturaleza y su protección.
El prólogo, en el que se nos muestra el camino que pretende seguir Alba con la naturaleza, nos deja claro que estamos ante otro tipo de videojuego que va más allá del entretenimiento y busca sensibilizar a cerca de lo que está ocurriendo en nuestro mundo. Este aspecto es para sus desarrolladores “uno de los encantos que ha atraído tanto a adultos como niños” -aunque el juego tiene un claro enfoque por este último público.
En la isla, muy inspirada en la cultura española, Alba no será la única persona de su edad con cierta debilidad por la naturaleza ya que Inés, su gran amiga, también compartirá sus mismas inquietudes. De hecho, ambas se lanzan desde los primeros compases del juego a limpiar el entorno que les rodea y a ayudar a los animales en peligro a través de su recién fundada «liga de rescate».
Sin embargo, donde realmente comienza la historia es cuando somos llamados a oír el discurso del alcalde sobre la reserva natural de la isla. Muchos esperan que lance la buena noticia sobre el inicio de mayores tareas de conservación, aunque se llevan la sorpresa de que, en realidad, pretende construir el mayor hotel de lujo del mundo, alentado por un magnate constructor.
Ahí, Alba y su amiga demostrarán la necesidad de mantener la reserva natural explorando el entorno y descubriendo especies singulares a las que tendremos que analizar con ayuda de una cámara de fotos y nuestra agenda. Esta tarea servirá para animar a otros personajes secundarios a firmar una petición creada por las niñas para suspender la construcción del hotel.
Es en este momento cuando descubrimos otros de los encantos del juego escondido detrás de esa fachada infantil y gráficos poligonales, y es que lejos de lo que se pueda pensar, los animales que vamos añadiendo a nuestro cuaderno de notas están perfectamente identificados con su nombre científico y un extracto del sonido que realizan. Esto nos da a entender el mimo que los desarrolladores han puesto a la hora de la recreación de la naturaleza.


De hecho, la desarrolladora Ustwo Games que creó el juego creó asociaciones con expertos ambientales para hacer que este apartado fuese lo más exacto posible, descubriendo que “había muchos dispuestos a ofrecer su tiempo a esta causa”, tal y como señalan desde la ONU.
Tal vez en este aparatado se les olvidó que una isla del Mediterráneo no tiene el ecosistema perfecto para albergar a animales emblemáticos con el lince ibérico que podemos ver dentro del juego. Aun así, estos pequeños datos no empañan las intenciones y los resultados finales con los que podemos disfrutar en esta entrega de la desarrolladora independiente.
Con unas tres horas de juego habremos podido resolver todas las misiones de firmas que las dos niñas tienen establecidas y, con un poco de suerte, habremos analizado toda la fauna que posee la isla de Pinar del Mar y Roquetas, donde en el prólogo rescatamos a un delfín de las redes fantasma. Aunque el mejor sabor de boca llega cuando en el periódico ficticio local salen las caras de las niñas celebran que por fin ese hotel y el magnate han sido derrotados precisamente con ayuda de aquello que pretendían suplir en la isla: la naturaleza.
Para los más escépticos, puede parecer aburrido, pero aquellos que lo prueban saben del enorme trabajo que hay detrás por conseguir que no solo vuelvas a sentirte como un niño en la isla, sino porque comprendamos que solo tenemos una naturaleza y que es misión de todos protegerla. Un mensaje que precisamente comparte es liga real de Playing for the Planet que, por ahora, se encuentra centrada en transformar las viejas costumbres del sector para caminar en sintonía con el Acuerdo de París.
Apostar por historias gráficas más inmersivas, realidad aumentada, formatos digitales… Todo vale para aplacar el cambio climático, aunque esa es otra historia que los videojuegos nos tendrán que contar.